TRANS-CAMPAÑA
En «Smoke Rings», una canción de 1986, Laurie Anderson preguntaba al público –en español, aumentando la testosterona de una palabra universalizada por su sobrecarga sexual– «qué es más macho», si una piña o un cuchillo, una bombilla o un autobús escolar, un iceberg o un volcán. En esa misma competición hormonal están, sin la ironía de la artista norteamericana, pasadas de rosca y caldeadas por la cercanía del 8-M, la vicepresidenta del Gobierno y la ministra de Igualdad. Carmen Calvo quizá se deje adelantar por la derecha, pero a feminista no ha nacido quien le gane. Ayer tuvo a Illa de palmero en Barcelona. El candidato a la Generalitat es él, pero la que compite en la carrera del feminismo es Calvo, lo que obligó por unas horas a invertir los papeles y el sentido de la adulación y los oles. «Los socialistas somos hacedores de estas leyes de igualdad, siempre», sentenció la vicepresidenta ante un Illa –«esas que tú has abanderado», le soltó– rendido al potencial transformador de su magna invitada. Eso fue por la mañana. En sesión de tarde y con su propia claque intervino Irene Montero, la ministra que se atreve a desafiar a la patrona del feminismo y del progreso con unas leyes que luego se atascan en las Cortes y en los juzgados o que, como su último engendro, atentan contra el sentido común y la dignidad humana. Montero no se deja amedrentar y va a por todas. Ayer, metida en su propia campaña, llegó a decir que la pandemia ha hecho una «impugnación del machismo». Habrá que leerlo detenidamente en «The Lancet», junto a la transgresora sección de tratamientos hormonales.