ABC (Andalucía)

Auge y caída de Rommel

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cando los principios de la Blitzkrieg (romper, mediante vehículos, el frente por un punto y rodear al contrario). Después avanzó como una centella sobre Tobruk, un puerto clave por las posibilida­des que ofrecía para obtener refuerzos por mar.

No consiguió conquistar­lo hasta mucho después, en junio de 1942, tras una infinidad de idas y venidas. Con todo, durante ese año se ganó el respeto de sus enemigos valiéndose de tácticas tan desconcert­antes para los británicos como los ataques en pinza, el uso revolucion­ario de cañones antiaéreos de 88 mm. para destruir carros de combate o, incluso, algunos trucos de tahúr. Así definió él mismo una de las tretas que más esgrimía▶ «Cerca de Mechili […] tropezamos con una formación avanzada inglesa. […] Aunque no disponíamo­s de más de tres vehículos, […] avanzamos rápidament­e hacia ella, levantando una gran nube de polvo que les impidió ver cuántos transporte­s venían. Aquello engañó a las tropas enemigas, que abandonaro­n la posición».

Esta y otras tantas artimañas le valieron el apodo del Zorro del Desierto. Su leyenda se engrandeci­ó hasta tal punto que C. J. Auchinleck, comandante en jefe de las Fuerzas de Oriente Medio, prohibió en una directiva hablar sobre el germano▶ «El hecho de que nuestro amigo Rommel se haya convertido para nuestras tropas en una especie de mago o coco representa un serio peligro. […] No es un superhombr­e. […] Es importante que, cuando hablemos de nuestro enemigo de Libia, no mencionemo­s jamás el nombre de Rommel, debemos referirnos a los alemanes o al Eje». A las tropas les costó no mitificarl­e, pues ya era conocido que había quemado la orden en la que Hitler obligaba a ejecutar sin juicio previo a los comandos ingleses.

Hernández no niega esto, pero sí es partidario de que «ese mismo arrojo táctico que nos resulta fascinante le condujo a un callejón sin salida» después de que se hiciera con Tobruk y pusiera sus ojos en El Cairo. Y es que, a pesar de que sabía que carecía de las fuerzas necesarias para acabar con las tropas del recién llegado Montgomery, se obcecó en estirar más y más el frente. «Para llevar a cabo su ambiciosa estrategia ofensiva en África era necesario contar con unas líneas de suministro­s fluidas y seguras, de las que no disponía debido al poder de la “Royal Navy”. La Marina italiana, que casi ni se atrevía a salir de sus bases, resultaba inútil para protegerla­s».

A su vez, el historiado­r es partidario de que, para mantener un ejército en otro continente, hacía falta un despliegue de carácter industrial que el Eje no podía permitirse. «Estaba sentenciad­o. Si hubiera tomado El Cairo se habría encontrado como Napoleón en Moscú, diciendo “¿y ahora qué?”. En cambio, el general Montgomery, muy tosco en el plano táctico y carente del aura que rodea a Rommel, dominaba a la perfección esos condiciona­ntes decisivos», sentencia. Al final, su voracidad le pasó factura y, tras atacar las posiciones enemigas de El Alamein, antesala de su preciado objetivo final, tuvo que retirarse en noviembre de 1942 por falta de blindados. Intentó defender su último bastión en Libia, pero tras conseguir algunas victorias pírricas, el Octavo Ejército británico le devolvió a Alemania en 1943.

Siempre leal

La capitulaci­ón en África no le hizo caer en desgracia, sino que impulsó su figura en el seno del alto mando. Así lo explica a ABC Pere Cardona, divulgador histórico especializ­ado en la contienda y autor –entre otras tantas obras– de «Lo que nunca te han contado del Día D»▶ «Tras la derrota africana fue destinado a Grecia e Italia, donde lideró el Grupo de Ejércitos B. En julio de 1943 los aliados desembarca­ron en Sicilia y Hitler, temeroso ante la inminente caída italiana, lo destinó a tareas defensivas. En noviembre de 1943, el Zorro del Desierto recibió un nuevo encargo▶ el de reforzar el Muro Atlántico ante la más que probable invasión. A su llegada a Francia, recorrió incansable el litoral en busca de puntos débiles».

Según Cardona, fue a lo largo de aquellos meses, «mientras sembraba las playas de minas y de otros elementos defensivos como puertas belgas, rampas, postes, erizos checos y alambradas», cuando empezó a sellarse el que sería su trágico destino. Por entonces era ya un secreto a voces que la guerra estaba perdida para Alemania y que los aliados no tardarían en devolver la democracia al continente. Ante ese horizonte varios oficiales del Reich se propusiero­n acabar con la vida de Hitler en un intento desesperad­o

De África a Normandía

En 1943 recibió un nuevo encargo: el de reforzar el Muro Atlántico ante la más que probable invasión Acusado de formar parte del complot

En los interrogat­orios, los conspirado­res confirmaro­n que había colaborado en la Operación Valkiria

por firmar la paz. Rommel, leal al país, pero también a su superior, se debatió durante aquellos meses entre la disyuntiva de participar en los complots o mantenerse al margen. Decidió no colaborar, aunque tampoco informó de ellos.

Lo que sí hizo fue insistir a Hitler en que, si los aliados conseguían establecer­se en Francia, la única solución sería negociar la paz. El memorándum que envió al «Führer» poco después del Día D así lo atestigua▶ «Nuestras tropas combaten heroicamen­te en todas partes, pero la desigualda­d de la lucha precipita el final. Deben deducirse las consecuenc­ias políticas de la situación».

Hastiado y decepciona­do después de saber las barbaridad­es que se perpetraba­n en los campos de exterminio, recibió la visita de varios conspirado­res durante el verano de 1944. Fue su ambigüedad en aquellas reuniones la que le costó la vida. Caesar von Hofacker, entre los líderes de la conjura, regresó a París convencido de que le había atraído para la causa, y así se lo hizo saber al resto. No parece extraño que, cuando fueron detenidos y ajusticiad­os por la Gestapo, de la boca de los reos saliese su apellido.

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Rommel, desde un vehículo, da órdenes a sus hombres durante la campaña de África, en 1943

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