Francina y los problemas
La reacción de Armengol ante el carrusel de líos en Baleares (líder europeo en caída del PIB, con un 22 por ciento) suele ser negar la evidencia, lavarse las manos o echar la culpa al primero que pase por allí. Y todo, por supuesto, solo en catalán
oca cosa parece la purga de un policía municipal de Palma, chivo expiatorio que pagará el pato de aquella incursión de Francina Armengol en una madrugada sometida a las restricciones horarias anti-Covid que ella misma había decretado y que terminó en un bar de copas hasta que llegó el agente a preguntar «¿qué hacen ustedes aquí dentro?». La versión oficial es que al grupo celebrante, comandado por la presidenta de la Comunidad, no le quedó más remedio que meterse en el garito para que uno de ellos se recuperara de un soponcio. Vamos, lo que hace todo el mundo, nada de llamar al 061 o llevarle a Urgencias. «Desmayo-dónde hay un bar que me meto» es un binomio de lo más normal en el comportamiento humano.
Al menos eso es lo que se le ocurrió a Francina Armengol, natural de Inca, que en agosto cumple 50 años y casi la mitad de su vida en la política, donde aterrizó, ya con su cargo, antes de que terminara el siglo pasado. Hasta entonces y una vez licenciada, trabajó un par de años en la farmacia de papá, boticario y socialista como ella que llegó a ser alcalde de su pueblo de 1991 a 1995. Luego de llegar a su primer salario público, toda la vida laboral de Armengol ha estado ligada al Partido Socialista de las Islas Baleares, donde parecía que se le habían pasado aquellos ardores separatistas
Pde su juventud barcelonesa, cuando militó en el autodenominado Bloque de Estudiantes Independentistas. Lo cierto es que no tiene la presidenta balear demasiados problemas para reubicarse donde parece que el sol más le caliente. En el PSOE, por ejemplo, primero fue rubalcabista, cuando mandaba en el partido Pérez Rubalcaba, y luego decidió abrazar el sanchismo que ni Adriana Lastra.
Pero quien guarda, halla y para mandar se vale de una alianza con los separatistas baleares (llamados MÉS), encantados de que las islas sean una colonia de los Països, a los que Armengol suma los populistas pro referéndum de autodeterminación de Podemos. El resultado es la intensificación de la estrategia de la izquierda pancatalanista contra el castellano, liquidado de la vida administrativa pese a ser la lengua habitual de la mayoría de los baleares (50 por ciento frente al 36 del catalán). Ni en época de pandemia ceja el acoso, hasta el punto que anuncia solo en catalán las ayudas al empleo. En la escuela, ni que decir tiene, Baleares ha fulminado el castellano como lengua vehicular.
Poco parece, por tanto, la persecución del pobre policía local de Palma que sorprendió a Armengol en el bar. Y menos aún ante el trastazo monumental de la economía de la región, que casi duplica el ya dramático desastre nacional. Baleares cerró 2020 con una caída del 22 por ciento de su PIB, dos puntos más que Canarias partiendo ambas de similares fuentes de ingresos. Atrás queda también el espantoso escándalo de los menores que sufrieron abusos sexuales a cambio de droga estando tutelados, y se supone que protegidos, por la administración. Nunca su tripartito es responsable de nada. Si no hay imágenes, versión alternativa o silencio para enterrar el asunto. Y si hay pruebas, la culpa siempre es de otro, bien del agente local en el caso «Barmengol» bien de la Aemet, a la que el Gobierno de Francina cantó las cuarenta en las riadas que asolaron San Lorenzo. Solo en catalán, claro.
El tripartito que lidera Armengol ha fulminado al castellano de la vida administrativa pese a ser la lengua más hablada en
Baleares