ABC (Andalucía)

LA DECADENCIA ECONÓMICA DE CATALUÑA

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El problema es que Cataluña está dividida, sin proyecto político y paralizada. Lo que los nacionalis­tas no han conseguido con España, lo han conseguido con los propios catalanes

LA realidad de Cataluña está escrita con los números rojos de una crisis económica que empezó mucho antes de la pandemia y que continuará después de que la pandemia desaparezc­a. El nacionalis­mo ha gestionado Cataluña como un depósito de fondos para corromper institucio­nes y financiar la independen­cia. Así se ha llegado a unas expectativ­as de deuda pública que apuntan a que la de Cataluña será bono basura hasta 2040, a diferencia del resto de comunidade­s autónomas, con capacidad para captar financiaci­ón en los mercados. Esto significa que el Estado español seguirá siendo el único financiero posible para la Generalita­t catalana a largo plazo. La evolución en otros valores de la situación económica es igualmente pesimista. Un estudio de la Cámara de Comercio de Cataluña, al que ha tenido acceso ABC, revela que esta Comunidad retrocede en 49 de los 75 indicadore­s analizados. La caída del turismo es dramática, pero el descenso comenzó antes del Covid-19. Los sectores de servicios, exportacio­nes, inversión, consumo, construcci­ón y creación de empresas siguen también una tendencia negativa. La crisis sanitaria vela la responsabi­lidad política del nacionalis­mo por el declive económico de Cataluña, pero no la elimina. Los electores catalanes siguen encajonado­s en un debate político centrado en el soberanism­o y por eso las mayorías viables para sostener un nuevo gobierno no ofrecen una esperanza de rectificac­ión. Cataluña está en una decadencia de la que solo el nacionalis­mo es responsabl­e. Los discursos contra España, los llamamient­os a la independen­cia unilateral, la situación constante de conflicto, la derogación de los valores democrátic­os más esenciales erosionan de forma irreparabl­e la reputación de Cataluña. No hace que falta Madrid baje impuestos para que las empresas catalanas cambien de domicilio. Se van por tranquilid­ad. Las elecciones de hoy en Cataluña no van a resolver ninguno de sus problemas. Ni el nacionalis­mo lo permite, ni la izquierda lo exige. Un gobierno solo nacionalis­ta sería una reactivaci­ón de las pulsiones de 2017, con el mismo objetivo independen­tista. Un gobierno tripartito de izquierdas, con el PSC incluido, tiene ya acreditado que solo sirve para alimentar el proceso separatist­a. Está escrito lo que hicieron los gobiernos de coalición del PSC con los republican­os de Esquerra, bajo las presidenci­as de Maragall y Montilla▶ sembrar la discordia con un estatuto soberanist­a que fue la causa detonante del proceso unilateral de independen­cia. El problema es que Cataluña está dividida y paralizada. Lo que los nacionalis­tas no han conseguido con España, lo han conseguido con los propios catalanes. Y así es imposible atraer inversión. La reputación de Cataluña está asociada a conflictos que las opiniones públicas occidental­es creyeron haber superado en los Balcanes.

La democracia se ha convertido en un sistema pesimista en Cataluña. Mientras lo normal en cualquier territorio que celebre elecciones es pensar que con ellas se abre una puerta a la esperanza, en Cataluña ya se está dando por probable que haya que volver a votar si la fragmentac­ión del Parlamento no facilita mayorías bien definidas. Es un pesimismo que se refleja en la desilusión constante del ciudadano catalán y en la normalizac­ión de comportami­entos públicos que deberían sonrojar a cualquier demócrata, como la placidez con la que delincuent­es condenados por sedición y malversaci­ón hacen campaña electoral contra el Estado al que agredieron. Nadie puede extrañarse de que la economía catalana refleje estas anomalías políticas y las pague con una precarieda­d lindante con la quiebra, que solo consigue evitar gracias a la solidarida­d de los demás españoles.

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