Cuando el que decide a quién vacunar primero es un algoritmo
EE.UU. busca cómo resolver los problemas que las fórmulas matemáticas generan
A mediados de diciembre, el vestíbulo del hospital de la Universidad de Stanford, un centro médico de referencia en California, vivió una escena poco habitual en él▶ una protesta de médicos residentes. Las primeras dosis de la primera vacuna autorizada en EE.UU., la de Pfizer/BioNTech acababan de llegar al hospital. Solo siete de los más de 1.300 residentes habían sido elegidos como receptores de la vacuna, de la que habían llegado 5.000 dosis.
«Muchos de nosotros sabemos que hay profesores que han trabajado desde casa desde que comenzó la pandemia en marzo, sin responsabilidad de ver a pacientes en persona, que han sido seleccionados para vacunación», aseguraba una carta escrita por los médicos a la dirección del centro. «Mientras tanto, nosotros nos atamos las mascarillas N95 por décimo mes sin un plan claro y transparente para nuestra protección».
¿Ágil y equitativo?
El problema fue el algoritmo. Stanford diseñó una fórmula matemática para priorizar a los distintos trabajadores del hospital en su vacunación. Entre que hubo errores –por ejemplo, dejaba fuera a los residentes que no tenían un centro específico de trabajo– y que su diseño privilegiaba la edad sobre el riesgo de su actividad, la consecuencia fue que muchos de los que estaban en primera línea contra el virus se quedaban al fondo de la cola.
El episodio en Stanford era el comienzo de una relación decisiva y conflictiva▶ la de los algoritmos y la distribución de la vacuna, la gran esperanza para controlar la pandemia.
En una situación de urgencia, con el país camino del medio millón de fallecidos, la fórmula matemática permite una distribución más ágil y equitativa a la hora de entregar un recurso complicado –el frío que requieren las vacunas para su conservación exige que no haya equivocaciones en la cadena de