Disparates en el Prado, aborregamiento en la pradera
y hasta tratarán de lanzar alguna soflama, amortiguada por las obligatorias mascarillas; poco importa que se advierta que este tipo de adquisiciones no revelan otra cosa que la combinación del disparate, la arbitrariedad y el colegueo de los ‘patronatos artísticos’. Agradecemos este ejemplo perfecto de la confusión reinante.
A fin de cuentas, los pastores del Prado tenían ‘fondos propios’ y no es bueno ahorrar en tiempo desquiciado. Tal vez algún visionario del Museo estaba escuchando a María Dolores Pradera y sintió que era el momento oportuno para materializar aquello del ‘amarraditos’ comprando un cuadro de una pintora vanguardista que puede servir como pomada curativa para las dolencias antiguas. Nadie en su sano juicio pondría puertas al campo ni puede permitirse que las praderas y pastizales del arte clásico dejen de ser fecundadas por simiente moderna. Faltaría más. Se ha derribado la cerca del corral y ahora podemos gozar en un aborregamiento artístico sin fronteras. No hay desafuero que no pueda ser convenientemente capitalizado.
El desembolso de varios miles de euros en un cuadro de María Blanchard que literalmente ‘no pinta nada’ en el Prado abre el portón para que por ahí puedan entrar con todos los honores foto-performances de mi admirada amiga Esther Ferrer y también instalaciones multimediales de Concha Jerez; a fin de cuentas, ellas tienen el premio Velázquez y, desaparecido todo criterio, pueden acomodarse de lujo en las amplias estancias del Prado. Sobre todo, hay que colocar cerca de la entrada ‘La extracción de la piedra de la locura’ para que nadie tenga dudas sobre lo que pasa. En el Prado, para regocijo de todos, puede saltar, cuando menos lo esperemos, la liebre.