ABC (Andalucía)

La marisma del Guadalquiv­ir es un laberinto con cientos de brazos, varios miles de veredas y muchas zonas aún en estado virgen. Un lugar edénico para los criminales y un reto histórico para la Guardia Civil

- ALBERTO GARCÍA REYES

miento desde el propio río y todas las mañanas volvíamos a casa reventados de picaduras. Los mosquitos atravesaba­n el agua y el neopreno. Aquello es el infierno». El testimonio del guardia Peláez amedrenta. La película ‘La Isla Mínima’, de Alberto Rodríguez, expone con exactitud ese ambiente adverso que relata el agente, pero un vuelo en helicópter­o sobrecoge aún más. A vista de pájaro se divisan cientos de islas, lucios escondidos bajo densas capas de limo que sólo quedan al descubiert­o en las ondas de los sapos, charcos atravesado­s por juncos que desde las alturas parecen lanzas… Los forajidos son allí ilusionist­as. «A veces los tienes a tiro de piedra, los estás viendo ahí enfrente, pero para llegar hasta ellos tienes que hacer diez kilómetros por caminos llenos de barro porque están en la orilla opuesta de un canal. En ocasiones incluso nos saludan mientras se están escapando».

El trabajo de la Guardia Civil en estos eriales ha sido históricam­ente encomiable. Manuel Rodríguez, que nació en el poblado de Cotemsa, la empresa que durante años produjo y comerciali­zó el ‘Arroz Rocío’, lo cuenta con melancolía▶ «Aquí había un pequeño cuartelill­o donde vivía una pareja de guardias. A mí de pequeño me pasmaba el conocimien­to que tenía el mayor de ellos, que sabía distinguir quién había dado un tiro a varios kilómetros de distancia. Y cuando sonaba una escopeta que no conocía se montaba en el coche y salía embalado a ver qué pasaba». Otra de las dificultad­es que tiene la zona es el trabajo de los cazadores cosarios. Son todos ilegales y suelen actuar en la parte del terreno que se adentra en el Coto de Doñana, en la margen derecha del río, entre las provincias de Sevilla y Huelva. Cazan por encargo. El Seprona tiene una vigilancia extrema, pero los batidores se mue

ven por allí como las liebres. «Son drogadicto­s de la caza», lamenta el teniente coronel Clemente. Tienen libertad desde hace décadas porque los arroceros consiguier­on en los años sesenta del siglo pasado que muchas aves se consideras­en epidemias para sus cultivos. Los pateros tenían permiso para abatir bandadas a destajo. Y muchas veces han servido de guías para los fugitivos. Paco Barco, que estuvo en el puesto de mando de Isla Mayor durante años, es ahora uno de los llamados ‘caimanes’ de la zona. Los veteranos de guerra. «Aquí he visto yo todo tipo de fugados. Durante el franquismo se montó en la Guardia Civil lo que aquí llamábamos ‘la brigadilla’. Nos teníamos que hacer pasar por trabajador­es del arroz para hablar con los jornaleros y descubrir comunistas. Los había de todas partes de España porque aquí era fácil esconderse y se suponía que nadie iba a venir a un sitio tan pobre. Era una zona de mucho paludismo y la gente vivía de cualquier manera. A los que venían de Badajoz, que eran muchos, se les conocía como ‘los cazacos’, pero sobre todo había muchos valenciano­s».

Barco pilló a un prófugo al que llamaban ‘El Niño Dios’, temido en toda la marisma y rodeado de leyendas sanguinari­as. «Vivía en un agujero y lo cogimos porque salió ardiendo su colchón». A mediados del siglo XX caían por allí muchos personajes de este tipo▶ «Se mezclaban comunistas con traficante­s de tabaco y luego de hachís. Este terreno es muy cómodo para ellos porque una vez que enciendes las luces del coche, te están viendo desde Chipiona. Desde el antiguo cuartel del poblado de Colinas, que está muy cerca de Sevilla, se ve el faro de Mazagón. Es el sitio perfecto para maleantes, vividores y toda clase de delincuent­es».

Narcos como nutrias

Este páramo es tan salvaje que nunca se sabe si el suelo es firme o se trata de un barrizal que llega a la cintura. Los oriundos aún suelen comer galápagos, alimento de subsistenc­ia durante la posguerra. Tampoco es sencillo dominar las ramificaci­ones del río, por donde los narcos meten sus lanchas como si fueran nutrias, y sus estiajes mutantes. Y las orillas están plagadas de estructura­s ilegales para la pesca de angulas que los traficante­s usan como escondite para dejar la mercancía o guardar el gasoil. El territorio parece de ciencia ficción, por eso Spielberg lo eligió para rodar ‘El imperio del Sol’. Aún están en pie en el término de Trebujena las cabañas en las que los japoneses mantuviero­n prisionero al protagonis­ta. John Baker, el técnico de efectos especiales, nunca más regresó. Se quedó a vivir entre aquellos matorrales que pasan del verde abusivo del invierno al ocre desértico del verano, que es como ir del negro al blanco sin recorrer la gama de grises, porque entendió que entre las grietas de las charcas y el mosto que emana de la parte albariza era sencillo cumplir la profecía de los indígenas▶ «Todo lo que se hace en este erial es en legítima defenel

 ?? J. M. SERRANO ?? Un lugar salvaje
J. M. SERRANO Un lugar salvaje
 ?? J. M. SERRANO ?? Cangrejos y arrozales Los lugareños, que son los únicos que saben moverse por allí, viven del arroz y de la pesca del cangrejo de río
J. M. SERRANO Cangrejos y arrozales Los lugareños, que son los únicos que saben moverse por allí, viven del arroz y de la pesca del cangrejo de río

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