«Demostremos a nuestros nietos que la democracia funciona»
Biden alertó ayer del regreso de los bloques rígidos de la antigua Guerra Fría
cia, Italia, Canadá y Japón. La reunión se centró en la gestión de la pandemia y en unir esfuerzos para impulsar la distribución de vacunas en todo el mundo. Biden anunció que EE.UU. contribuirá con 2.000 millones de dólares a Covax, una iniciativa global de vacunación en la que Trump declinó participar por sus conexiones con la Organización Mundial de la Salud, y con un compromiso de otros 2.000 millones para los dos próximos años.
Pese a los muchos llamamientos a la cooperación y el multilateralismo, eso no implica que EE.UU. vaya a compartir con países en desarrollo las dosis de vacuna que tiene contratadas. En la víspera, la Administración Biden defendió que no lo hará hasta que la gran mayoría de la población estadounidense esté vacunada, lo que no se espera que ocurra hasta julio, según las previsiones del propio presidente de EE.UU.
Era un reencuentro muy esperado. La Conferencia de Seguridad de Múnich, que durante los últimos cuatro años había visto desmoronarse el edificio diplomático trasatlántico que ha soportado a la República Federal de Alemania desde su fundación, acogía de forma virtual al presidente Joe Biden, recuperando una relación despreciada por su predecesor, Donald Trump, y con la esperanza de retomar las cosas donde se dejaron. Pero no fue exactamente así. Biden no decepcionó, repitiendo una y otra vez que «América ha vuelto» y que «la relación trasatlántica ha vuelto», pero exigiendo a Europa un alineamiento con EE.UU. en lo que describió como un mundo enfrentado de nuevo en bloques. Habló expresamente del regreso de los «bloques rígidos de la Guerra Fría» y llamó a los países europeos a situarse del lado correcto. «La democracia está en peligro», dijo, en referencia a movimientos que percibe como hostiles con las democracias liberales, a ambos lados del Atlántico, y apremió a Europa a cerrar filas con Washington en los conflictos con Rusia y China.
Su tono fue abiertamente beligerante. Biden insistió en que «afrontar la temeridad de Rusia y su pirateo de redes informáticas en EE.UU., en Europa y el mundo se ha vuelto crucial para proteger los retos de seguridad colectivos». Se refirió a «los ataques del Kremlim a nuestras democracias y su uso de la corrupción para minar nuestro sistema». Urgió también a los aliados europeos a confrontar los desafíos económicos y políticos que representa China. «Debemos prepararnos para una competencia estratégica a largo plazo con China», señaló, podemos hacer frente a los abusos económicos del Gobierno de China y a la coerción que socava los fundamentos del sistema económico internacional». Biden presentó su visión del mundo en una disyuntiva histórica. «Estamos en un punto de inflexión entre aquellos que sostienen que con tantos desafíos, desde la cuarta revolución industrial a la pandemia, la autocracia es mejor manera de avanzar y quienes creemos que la democracia es esencial para responder a esos retos», dijo. «Si somos capaces de llegar juntos a Marte, no habrá reto que se nos resista», arengó, en referencia al éxito de la misión Perseverance, «¡demostremos a nuestros nietos que la democracia funciona!».
Angela Merkel
«Hemos de trabajar en el desarrollo de una nueva estrategia trasatlántica para Rusia, que contenga ofertas de diálogo»
Acuerdo del Clima
Biden garantizó su «determinación» a volver a ganarse la confianza de Europa, aunque su discurso sobre China y Rusia apenas difiere del de la Administración Trump y, como prueba de su adherencia, anunció que EE.UU. se reincorpora oficialmente al Acuerdo del Clima de París. «Es un marco sin precedentes para la acción global», dijo, «lo sabemos porque ayudamos a diseñarlo y hacer lo realidad». Merkel, que durante la legislatura Trump había rezado seguramente por la llegada de este momento, no se veía, sin embargo, tan emocionada como cabía esperar. Celebró la recuperación de la relación trasatlántica y el multilateralismo, pero reconoció que hay muchos matices de los que ocuparse y pidió negociaciones. «Hemos de trabajar en el desarrollo de una nueva estrategia trasatlántica para Rusia, que contenga ofertas de diálogo», dijo. También pidió una agenda trasatlántica para China, sin mencionar los Derechos Humanos,
como sí había hecho Biden. «Sé que no siempre tenemos los mismos intereses y no me hago demasiadas ilusiones, pero por supuesto nuestras bases democráticas son un amplio fundamento común», afirmó, reiterando su «convicción en nuestra forma de hacer política». Von der Leyen, igualmente con reservas, dudó que el proyecto de Tratado de Libre Comercio e Inversión entre la UE y EE.UU. vaya a «revivir» con Biden, pero pidió a Washington «unirse» a Bruselas para regular las plataformas digitales. Y nadie mencionó en la conferencia el delicado asunto del gasoducto ruso Nord Stream 2.
Las reticencias europeas fueron arrasadas por un entusiasta Boris Johnson, que presumió de invertir en Defensa «cómodamente por encima» del 2% del PIB que pide la OTAN, se jactó de que Reino Unido será el primer país en cumplir las metas climáticas de 2050 y se revistió de liderazgo con un «plan de cinco puntos» para la lucha global contra pandemias, que incluye la creación de vacunas en cien días. Llamó a terminar con la «industria del pesimismo» en Múnich y calificó de «fantástico que nuestro amigo americano haya vuelto a liderar el mundo libre», liderazgo al que se adhirió de forma «incondicional e inamovible». Pidió «unidad trasatlántica» en un «nuevo mundo que está surgiendo», recitó el credo de «democracia, ley y mercados» y dio puñetazos en la tarima mientras llamaba a «resistir la tentación de evitar la historia».
El Reino Unido está vacunando a toda velocidad, mientras que la UE va más despacio por la falta de vacunas. Este éxito de Boris Johnson y, sobre todo, del legendario NHS, el servicio británico de salud, no es suficiente para compensar la cadena de malas noticias que llegan con la ejecución de un Brexit semi-duro. Dos de ellas llaman especialmente la atención.
En el plano económico, la City de Londres reduce su tamaño y siente la competencia creciente no solo de Nueva York o las plazas asiáticas, sino de Amsterdam, Fráncfort y París. El Gobierno de Boris Johnson eligió priorizar la negociación sobre la pesca en vez de tratar de alcanzar un pacto sobre equivalencia de regulaciones en servicios financieros, que dejó para 2021. Es cierto que el deseo de recuperar soberanía, saliendo del mercado interior, llevaba a un acuerdo de mínimos con la UE. Los diminutos triunfos en torno a los arenques servían para tejer desde Londres un relato de resistencia heroica. Ahora peligra el objetivo de proteger la City y mantener su vinculación con el continente, porque la Comisión sigue teniendo las mejores cartas a la hora de definir dicha equivalencia y muy pocos incentivos para favorecer a un antiguo Estado miembro.
En el plano político, la iniciativa del Gobierno escocés de hacer cuanto antes un segundo referéndum de independencia contradice también el alegre eslogan brexitero de «recuperar el control». Johnson se niega a pactar una nueva consulta con el ejecutivo de Edimburgo al menos en los próximos 30 años. Pero los nacionalistas quieren aprovechar el sentimiento pro-europeo de la mayoría de la población y anuncian que el resultado de las elecciones regionales de mayo determinará si debe convocarse el referéndum. Entienden que sería legal aunque no estuviese acordado con Londres como ocurrió en 2014, una cuestión jurídica muy discutible. La vuelta al primer plano del debate independentista escocés es una pésima noticia también para España, que hasta ahora ha logrado explicar al resto de los europeos las claras diferencias constitucionales entre su sistema autonómico y el modelo británico de unión de reinos.