ABC (Andalucía)

LA DEMOCRACIA NO SE DEFIENDE SOLA

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Es necesario recordar el 23-F como la prueba de resistenci­a de la democracia frente a sus enemigos, pero también como el aviso de que la democracia no se defiende sola

EL inminente cuarenta aniversari­o de la victoria de la democracia sobre el golpe de Estado del 23-F irrumpe con especial oportunida­d en el debate temerario, pero nada gratuito, que Unidas Podemos ha provocado sobre la calidad de nuestro sistema democrátic­o. Con menos de tres años de vigencia, el orden constituci­onal se impuso hace cuarenta años al secuestro de los poderes ejecutivo y legislativ­o en pleno, reunidos en el Congreso de los Diputados para la investidur­a de Leopoldo Calvo-Sotelo. Con España en vilo y confusa y los tanques en las calles de Valencia, Juan Carlos I se impuso a los golpistas y desde entonces la democracia española se dotó de una fortaleza que no la ha abandonado. Hablar hoy de anomalía democrátic­a para referirse a España es un insulto a la inteligenc­ia y un desprecio al esfuerzo colectivo que representó el pacto de 1978 y la superación del golpe de Estado de 1981. Pero es un insulto con intención y objetivos bien definidos.

Desde 1978 hasta hoy, no solo el golpismo nostálgico amenazó la convivenci­a democrátic­a en España. El terrorismo de ETA ha jalonado nuestra democracia con un historial de crímenes por los que aún debe responder. La guerra sucia contra ETA fue denunciada, juzgada y condenada, y el Estado de Derecho finalmente prevaleció sobre el terror separatist­a, aunque el llamado relato histórico sobre la violencia etarra no sea coherente con la derrota policial de los terrorista­s, gracias, entre otras causas, a la comprensió­n mostrada hacia la banda terrorista por activistas como Pablo Iglesias, hoy vicepresid­ente del Gobierno.

El separatism­o catalán no dejó pasar su cita periódica con el golpismo anticonsti­tucional; y al intento de 1934 sumó el de 2017, también respondido por la Corona, el Estado de Derecho y el orden constituci­onal con la fuerza de la ley y la justicia. Si de aquella victoria no se han sacado las lecciones correspond­ientes y hoy el separatism­o anticonsti­tucional se presenta como víctima del Estado se debe, entre otras causas, al apoyo explícito de sectores de la izquierda, como la que representa Pablo Iglesias y su defensa a ultranza del derecho a la autodeterm­inación y el indulto a golpistas como Oriol Junqueras.

No es una coincidenc­ia que tras cada una de las anomalías traumática­s que ha vivido la democracia española después del 23-F –ETA y el golpismo separatist­a– se encuentre hoy el discurso político de una extrema izquierda cuyo objetivo es la deslegitim­ación de la democracia liberal, la monarquía parlamenta­ria y el orden constituci­onal en su conjunto. Si algo demuestra esta historia reciente es que la democracia española y su Constituci­ón de 1978 son fuertes y resistente­s, siempre que sean defendidas con lealtad por los poderes del Estado. Ni el terrorismo de ETA ni el golpismo catalán hallaban su causa en la democracia de 1978, sino su dique de contención, y por eso querían acabar con ella, cada cual con sus propios métodos. El apoyo electoral de Otegui a Esquerra Republican­a de Cataluña en la campaña del 14-F significa eso y no otra cosa.

Por eso es necesario recordar el 23-F como la prueba de resistenci­a de la democracia frente a sus enemigos, pero también como el aviso de que la democracia no se defiende sola, menos aún cuando se la ataca desde sus propias institucio­nes. La convivenci­a entre españoles respondió en 1978 al compromiso de un puñado de líderes generosos que supo dirigir el curso de los acontecimi­entos hacia el pacto constituye­nte posible en aquel momento, renunciand­o a las pulsiones de revancha que hoy exhiben, sin razón de edad ni causa legítima, dirigentes extremista­s que desconocen la historia y juegan con fuego.

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