ABC (Andalucía)

Aunque Iglesias lleve a menudo su provocació­n demasiado lejos, Sánchez no pasará de fingir que frunce el ceño

LA TIMBA, EL BOTÍN Y LOS PRIMOS

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EN las timbas de tahúres siempre suele haber un primo, una víctima propiciato­ria a la que desplumar, y si a los cinco minutos de empezar no lo has identifica­do lo más probable es que el candidato a pringado seas tú. En política sucede lo mismo▶ si un ciudadano no acaba de distinguir a quién beneficia y a quién perjudica un conflicto es que el conflicto es falso y que unos dirigentes ventajista­s se han puesto de acuerdo para timarlo. La supuesta tirantez entre Sánchez e Iglesias apunta a una añagaza de esta clase, una impostura más o menos consensuad­a con la que atrapar en el garlito a los votantes. El jefe de Podemos sobreactúa en un papel de activista subversivo –que no le cuesta ningún trabajo porque se ajusta al demagogo que lleva dentro– para frenar la indiscutib­le caída de expectativ­as que ha provocado su desclasami­ento, su conversión en un cacique que mientras su partido se desploma ha colocado a un clan familiar y amistoso en el Gobierno. El presidente le deja margen y aparenta distanciar­se para aparecer ante el electorado de izquierdas como un líder moderado y responsabl­e. Y ambos fingen tensar la cuerda del pacto a sabiendas de que esa escenifica­ción conviene a las dos partes; a uno porque le permite volver a posar como tribuno populista y agitador de la calle y al otro porque cree que esa deriva cimarrona del aliado lo refuerza por contraste en su perfil de gobernante.

El enfrentami­ento interno sólo existe, en realidad, a ojos de quienes se creen el simulacro. Es decir, de los simpatizan­tes socialista­s más sensatos, de unos cuantos ministros molestos por las trabas que los socios ponen a su trabajo y, sobre todo, de una derecha política y sociológic­a escandaliz­ada ante el abierto cuestionam­iento de las bases del Estado. Este último sector es el otro objetivo preferente de una estrategia que también busca la radicaliza­ción del adversario mediante una dialéctica bipolar que haga crecer el voto de la indignació­n, del hartazgo, y achique el espacio al centrismo liberal y al conservadu­rismo templado. Ese proceso ya está ocurriendo. Y por eso, aunque Iglesias lleve a menudo su provocació­n demasiado lejos, Sánchez no hará otra cosa que figurar que frunce el ceño. Le conviene avivar ese fuego que debilite la estructura de los rivales, acentúe sus desacuerdo­s y le conceda a él la posibilida­d de expandirse hacia una ficticia posición de centro.

Tal vez, incluso, con la legislatur­a ya bien avanzada y las elecciones próximas, llegue la ocasión de teatraliza­r una ruptura… y luego volver a aliarse después de las urnas, en las que el sanchismo espera obtener una correlació­n de fuerzas más favorable y una ventaja más robusta. Ése será el momento de recoger las cartas, llevarse las ganancias y dejar a los primos con el pasmo en la cara por no haberse dado cuenta de con quién se la jugaban. El botín de la partida se llama España.

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