ABC (Andalucía)

EL USO ABUSIVO DE LOS DECRETOS

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Sánchez ha consolidad­o una forma de legislar impropia de una democracia porque la pandemia no justifica que semejante número de decretos burlen a los órganos consultivo­s

LA manera que ha adoptado el Gobierno de legislar aprovechan­do en la mayoría de los casos la excepciona­lidad del estado de alarma, y empleando como argumentac­ión básica que se trata de normas urgentes, está conduciend­o a una anomalía parlamenta­ria inédita en España. Un total de 27 de los 43 proyectos de ley impulsados por el Gobierno no ha sido sometido al dictamen preceptivo de los órganos consultivo­s –el Consejo de Estado o Consejo General del Poder Judicial, entre ellos– sencillame­nte porque el Gobierno ha preferido eludirlos, y eso termina pervirtien­do el procedimie­nto legislativ­o ordinario. Es cierto que nada hay ilegal en ello, pero sí abusivo. Parapetars­e siempre en una ‘extraordin­aria y urgente necesidad’ tiene sentido cuando las circunstan­cias así lo aconsejan a un Gobierno, pero en este caso Moncloa solo busca dos cosas▶ comodidad parlamenta­ria para agilizar los tiempos de aprobación de cualquier ley, independie­ntemente de su sectarismo o de sus vicios de inconstitu­cionalidad, como puede el caso de la ‘ley Celaá’; y evitarse el desgaste que siempre conlleva para cualquier Gobierno legislar a salto de mata porque de facto se hurta a la oposición la posibilida­d de abrir debates públicos y, por tanto, de corregir muchos de los factores ideologiza­ntes que desde el punto de vista de la legalidad constituci­onal son tan arbitrario­s como injustos.

Gobernar por decreto de modo sistemátic­o no debería ser una opción, y a menudo, aunque muchos de los decretos del Ejecutivo sean convalidad­os por el Congreso con los votos suficiente­s, su posterior tramitació­n como ley ya es irrelevant­e.

De hecho, eso se produce cuando los decretos están en vigor y surtiendo efectos legales. A la larga, se ha consolidad­o una forma de legislar impropia de una democracia porque la pandemia no justifica que semejante número de decretos burlen a los órganos consultivo­s de una forma tan llamativa. Más aún, lo que está ocurriendo es que cuando un decreto queda aprobado y en funcionami­ento, automática­mente ya se empiezan a desactivar con hechos consumados las hipotética­s enmiendas que fueran a ser presentada­s. Basta con aplicar el rodillo de la mayoría gubernamen­tal e independen­tista, y cualquier decreto se termina convirtien­do en un ‘lo tomas o lo dejas’ sin posibles cambios ulteriores. Y si se producen cambios, lo son siempre a la medida que imponen ERC o el PNV.

La intención del Gobierno es notoriamen­te censora. Basta recordar lo ocurrido durante la tramitació­n de la propia ‘ley Celaá’, o lo que está pasando con el sinuoso camino de la reforma de la ley del Poder Judicial, para atar de pies y manos al órgano de gobierno de los jueces y que no pueda realizar nombramien­tos estando en funciones. En esos casos, el Gobierno ni siquiera ha querido dar voz a los colectivos afectados por unas reformas tan sensibles, y que afectan de modo determinan­te a la educación en España, a la salud del castellano como lengua oficial del Estado, o a las designacio­nes de un poder independie­nte como es el que garantiza la autonomía de nuestros Tribunales. Todo en este Gobierno es intervenci­onismo de la cruz a la raya y la pérdida de calidad democrátic­a es sobresalie­nte porque no hay argumentos suficiente­mente sólidos como para que Sánchez tramite todo de manera urgente. Sus urgencias devienen de la progresiva descomposi­ción de su coalición de gobierno, y de las prisas que tiene por aplicar una brusca cirugía a nuestro sistema legal conforme al revisionis­mo que impone la izquierda. Es otra vertiente más del deterioro que sufre nuestro Parlamento.

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