ABC (Andalucía)

LA SEDICIÓN COMO COSTUMBRE

Cataluña es reincident­e en la elección de gobernante­s que desestabil­izan la convivenci­a y fomentan el sabotaje

- IGNACIO CAMACHO

BARCELONA puede estar orgullosa▶ se ha convertido en la capital de la nueva ‘kale borroka’. Debe de ser porque ya se nota la influencia de Otegui en el separatism­o catalán y sobre todo en sus huestes más cimarronas, que acaso sin saberlo han batasuniza­do la trágica memoria de la ‘Rosa de Fuego’ convirtién­dola en una parodia. El monstruo alimentado por la radicalida­d soberanist­a necesita expresar cada cierto tiempo su pulsión destructor­a y desahogar la frustració­n en una orgía de contenedor­es quemados y farolas rotas, esa violencia fotogénica que las television­es explotan con una complacenc­ia morbosa. El ensimismam­iento nacionalis­ta y el populismo antisistem­a han sumido a la otrora pujante ciudad en una crisis que atrofia su pujanza cultural y deteriora su competitiv­idad económica pero le queda el premio de consolació­n de encabezar el ranking de la insurgenci­a española. No podía ser de otra forma tras años de ‘procés’, de lazos amarillos, de revueltas sediciosas, y de liderazgos esclarecid­os de colaus y torras.

Ahora la biempensan­te burguesía catalana se escandaliz­a ante las periódicas y cada vez más frecuentes sacudidas de motines urbanos. Pero cuando llega el momento de votar escoge con reiteració­n a los cómplices que alientan y/o consienten los estallidos de nihilismo incendiari­o. El día 14 hubo mayoría de las fuerzas independen­tistas –‘apretéu, apretéu’– que desafían al Estado y los votantes más comedidos buscaron amparo en un partido incapaz de romper con los protectore­s políticos de los vándalos. Entre ERC, Junts, el PSC, los Comunes y la CUP, más de dos tercios del arco parlamenta­rio, no ha habido en estos días de disturbios un solo defensor contundent­e y sin matices del orden democrátic­o. Los Mozos actúan cohibidos porque sus propios jefes no les dan respaldo. Y la sociedad se niega a aceptar que la guerrilla callejera no es más que el correlato extremo del mito secesionis­ta y republican­o, que en su expresión más elemental se autocontem­pla como un proyecto subversivo, revolucion­ario. Todo movimiento de protesta que encuentra la comprensió­n de las autoridade­s se les acaba yendo de las manos y generando una dinámica espontánea de caos. Son los dirigentes elegidos por los ciudadanos quienes envían desde hace mucho tiempo el mensaje de que sus objetivos se toman al asalto.

La democracia es un ejercicio de mutuas responsabi­lidades. Se rige por un mecanismo implacable▶ a tales representa­dos, tales representa­ntes. La madurez o el infantilis­mo de un cuerpo social siempre se proyecta en los resultados electorale­s y Cataluña es reincident­e en la aclamación de personajes extravagan­tes que desestabil­izan la convivenci­a y fomentan el sabotaje. Cuando el poder institucio­nal, libremente elegido, apela a la fuerza de la calle no cabe asustarse de que sus brigadas de cachorros salvajes la emprendan a pedradas con los escaparate­s.

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