LA LIBERTAD COMO COARTADA
Todos los derechos, incluso el extender la mano, tienen un límite, en este caso, que haya alguien en su trayectoria
CUENTAN que al llegar a Nueva York, los amigos de Josep Pla quisieron mostrarle el majestuoso espectáculo nocturno de los rascacielos vacíos iluminados de punta a punta. No tan impresionado por ello, el que fue, con Graziel, el mejor periodista catalán de su tiempo comentó▶ «¿Y quién paga todo esto?». Es lo que deberíamos preguntar nosotros ante el panorama que se nos presenta, todo menos brillante, desde cualquier punto que se le mire.
La pandemia retrocede ante la vacunación, pero al menor descuido se nos echa encima la cuarta ola, quedándonos por saber si es efectiva con sus variantes inglesa, brasileña y sudafricana. La situación económica sigue deteriorándose, con enteros ramos, la hostelería sobre todo, dando sus últimas boqueadas. Se confía en salvar la temporada veraniega, pero todo apunta a que es más un deseo que una realidad. Desde luego, las reservas no llegan al veinte por ciento de otros años. Ahora nos damos cuenta de que el turismo, despreciado hasta el punto de que los finolis lo consideraban ‘excesivo’, está resultando ser nuestro petróleo, que nos permite no sólo movernos, sino también comer en varias regiones.
El paro alcanza niveles obscenos, sobre todo entre jóvenes y mujeres. Si se le añaden los acogidos a los ERTE, que no es otra cosa que un subsidio de desempleo temporal, llegará el momento en el que se haga realidad aquello que los jornaleros andaluces pedían a Felipe González. ‘¡Felipe, colócanos a toos!’. Lo malo es que eso no hay economía que lo aguante.
Y por si eso fuera poco, volvemos a tener la marimorena en nuestras calles, convertidas en noche de San Juan en las principales ciudades, Barcelona especialmente, y cargas que ya no son sólo de la Policía contra las turbas, sino de estas contra la Policía. Todo por el ingreso en prisión de un individuo por cargos como apología del terrorismo y agresión a un testigo, entre otros. Aunque quienes asaltaban las tiendas de lujo parecían más interesados en llevarse artículos de moda que en la suerte del bardo. La progresía, sin embargo, ha puesto el grito en el cielo por lo que considera violación de la libertad de expresión, llegando a decir que se trata de un derecho ilimitado, cuando eso no existe en democracia. Todos los derechos, incluso el extender la mano, tienen un límite, en este caso, que haya alguien en su trayectoria. Pero vayan ustedes a discutir con un pijo de izquierdas, que es tan testarudo como uno de derechas y menos pulido. «¡Ay libertad –exclamaba camino de la guillotina madame Roland, en cuyos salones de forjó la Revolución Francesa–, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!».