ABC (Andalucía)

Un golpe con el señuelo del Rey

El 23-F surgió desde las entrañas del poder▶ del militar, claro; pero también del político

- PABLO MUÑOZ

El 23-F comenzó a gestarse a finales de los 70, en medio de una fuerte crisis política, económica y social, y con el terrorismo de ETA golpeando sobre todo a las Fuerzas Armadas y a las de Seguridad. En 1980 los terrorista­s asesinaron a 92 personas, más que ningún año; el partido en el Gobierno, UCD, se desangraba; la insegurida­d ciudadana alcanzaba cotas por entonces desconocid­as y las ambiciones secesionis­tas de sectores catalanes y vascos alimentaba­n los fantasmas del fin de la unidad de España. El ruido de sables era ya una realidad y solo la figura de Don Juan Carlos, con enorme ascendente sobre los militares, evitaba la asonada... La dimisión del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, el 29 de enero de 1981, junto con los rumores de que el Rey estaba al tanto del ‘golpe de timón’ –terminolog­ía de la época– lo desencaden­aron.

Las cartas estaban sobre la mesa desde bastante antes. El 10 de enero, 19 días antes de la abrupta salida de

Suárez, el general de división Alfonso Armada se trasladó a Valencia para reunirse con el teniente general Jaime Milans del Bosch, al mando de la III Región Militar. La ‘solución Armada’ –sustitució­n del Gobierno de UCD presidido por uno de concentrac­ión a cuyo frente estaría el primero– estaba en marcha. Se habían previsto dos fórmulas▶ una moción de censura o, si esta no era previsible, provocar un «Supuesto Anticonsti­tucional Máximo»; es decir, una situación de máxima excepciona­lidad militar, para presentar la citada fórmula al Congreso como una vía ‘constituci­onal’ de reconducir los acontecimi­entos. Todo, con el supuesto apoyo del Rey y con el acuerdo de personalid­ades relevantes del PSOE, la UCD, Coalición Popular e incluso del PCE, que además formarían parte del nuevo Ejecutivo.

Para que no se frustrara la ‘solución Armada’ era necesario no solo conocer, sino también embridar, todas las iniciativa­s militares en marcha. Algo así solo lo podía garantizar un militar del prestigio y liderazgo del teniente general Jaime Milans del Bosch, al mando de la III Región Militar, y de ahí que para su antiguo compañero en la División Azul su implicació­n fuera imprescind­ible. Milans nunca había ocultado su deseo de «cambiar el rumbo de España», pero siempre dijo que no actuaría sin el apoyo de Don Juan Carlos.

Armada, muy cercano al Rey, se lo garantizó.

El 17 de enero, otra reunión clave en Madrid. Asistieron varios de los protagonis­tas del golpe, entre ellos el propio Tejero y el general Torres Rojas, hasta hacía poco jefe de la Acorazada Brunete, la unidad puntera del Ejército con base en Madrid que Armada quería movilizar el día D para garantizar el orden público en la capital. En palabras del propio Milans, había que evitar «que se nos adelantara­n, y que el Rey se viera obligado a reconducir esas acciones». Milans tiró de galones. E insistió ante sus compañeros de armas en que Don Juan Carlos avalaba la operación.

La dimisión de Suárez abortó la presentaci­ón de una moción de censura que iba a presentar el sector crítico de UCD y que debía ser apoyada por el PSOE y AP, e incluso por algún diputado del PCE. Luis Herrero asegura que el PSOE tenía en la caja fuerte una copia de ella y era la culminació­n de la ‘solución Armada’ en la primera de sus modalidade­s.

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