El suicidio cultural
la labor del activista y del intelectual tendieron a solaparse de forma casi indistinguible.
Treinta años después podemos constatar que gran parte de los diagnósticos de Bloom se han cumplido. No existe prácticamente ningún debate académico en Estados Unidos que no aparezca vertebrado en torno a cuestiones políticas o morales entre las que descollan, con singular y sofisticado prestigio, las causas identitarias. La raza, el género o la herencia colonial han dejado de ser meros objetos de estudio para convertirse en claves interpretativas desde las que abordar cualquier tarea académica.
Basta echar un vistazo a las webs de las universidades de la Ivy League para constatar la omnipresencia de las causas sociales en su agenda diaria. Donde uno esperaría encontrar seminarios sobre Virginia Woolf o sobre morfología histórica, en las páginas de los departamentos de letras de Berkeley, Princeton o Yale, leemos consignas relacionadas con el movimiento Black Lives Matter, vindicaciones relativas a la interseccionalidad o protocolos para nuevas estrategias de inclusión.
La justicia social puede ser un loable propósito político, pero también puede convertirse en un nefasto condicionante académico si aspira a ejercer como único criterio rector de la investigación. Someter nuestra herencia cultural a un revisionismo moral no sólo nos arrojaría conclusiones absurdas e intempestivas, sino que subvertiría el verdadero valor explicativo que adquiere la tradición sobre nosotros. La sensibilidad anticolonial debería servirnos, en primer lugar, para no someter el pasado al escrutinio de nuestros prejuicios presentes.
Si todavía hoy somos capaces de leer a Aristóteles, a Madame de Staël o a John Dewey, no es sólo por su función instructiva o moralizante. Resulta absurdo tener que recordar que nuestra herencia cultural es la causa de nuestros logros, aunque es también, y puede que prioritariamente, el precedente de todas nuestras miserias. Pero quién sabe, es probable que Huntington se equivocara y que el fin de occidente no se deba a ningún choque de civilizaciones. Después de todo, lo que algunos llaman guerra cultural va camino de convertirse en una mera autolesión suicida.