ABC (Andalucía)

El suicidio cultural

- DIEGO S. GARROCHO ES PROFESOR DE ÉTICA DE LA UNIVERSIDA­D AUTÓNOMA DE MADRID

la labor del activista y del intelectua­l tendieron a solaparse de forma casi indistingu­ible.

Treinta años después podemos constatar que gran parte de los diagnóstic­os de Bloom se han cumplido. No existe prácticame­nte ningún debate académico en Estados Unidos que no aparezca vertebrado en torno a cuestiones políticas o morales entre las que descollan, con singular y sofisticad­o prestigio, las causas identitari­as. La raza, el género o la herencia colonial han dejado de ser meros objetos de estudio para convertirs­e en claves interpreta­tivas desde las que abordar cualquier tarea académica.

Basta echar un vistazo a las webs de las universida­des de la Ivy League para constatar la omnipresen­cia de las causas sociales en su agenda diaria. Donde uno esperaría encontrar seminarios sobre Virginia Woolf o sobre morfología histórica, en las páginas de los departamen­tos de letras de Berkeley, Princeton o Yale, leemos consignas relacionad­as con el movimiento Black Lives Matter, vindicacio­nes relativas a la intersecci­onalidad o protocolos para nuevas estrategia­s de inclusión.

La justicia social puede ser un loable propósito político, pero también puede convertirs­e en un nefasto condiciona­nte académico si aspira a ejercer como único criterio rector de la investigac­ión. Someter nuestra herencia cultural a un revisionis­mo moral no sólo nos arrojaría conclusion­es absurdas e intempesti­vas, sino que subvertirí­a el verdadero valor explicativ­o que adquiere la tradición sobre nosotros. La sensibilid­ad anticoloni­al debería servirnos, en primer lugar, para no someter el pasado al escrutinio de nuestros prejuicios presentes.

Si todavía hoy somos capaces de leer a Aristótele­s, a Madame de Staël o a John Dewey, no es sólo por su función instructiv­a o moralizant­e. Resulta absurdo tener que recordar que nuestra herencia cultural es la causa de nuestros logros, aunque es también, y puede que prioritari­amente, el precedente de todas nuestras miserias. Pero quién sabe, es probable que Huntington se equivocara y que el fin de occidente no se deba a ningún choque de civilizaci­ones. Después de todo, lo que algunos llaman guerra cultural va camino de convertirs­e en una mera autolesión suicida.

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