ABC (Andalucía)

En todas la guerras que libró Israel entre 1956 y 1973 preparó el terreno para facilitar la toma de decisiones por parte de los comandante­s en jefe

- JOSÉ MARÍA BALLESTER ESQUIVIAS

La discreción es la virtud intrínseca de cualquier oficial de inteligenc­ia que se precie. De ahí que la figura de Yehoshua Saguy no haya sido reconocida por el gran público como la de un Moshe Dayan o la de un Isaac Rabin. Pero en todas la guerras que libró Israel entre 1956 y 1973 cumplió con eficacia su cometido, consistent­e en preparar el terreno para facilitar la toma de decisiones por parte de los comandante­s en jefe▶ en la de Suez (1956) sirvió en las filas del Cuerpo Acorazado; en la de los Seis Días (1967), como integrante del Mando Sur –el frente egipcio–, mientras que en la del Kipur (1973), la más delicada para Israel, ya ejerció labores de mando con rango de general de división, siempre dentro de ‘Aman’, nombre por el que se conoce al Directorio de Inteligenc­ia Militar Israelí, una de las tres agencias que conforman el espionaje del Estado hebreo, junto al legendario Mosad y al Shin Bet, competente en materia de seguridad interior. A diferencia de su superior directo, el general Eli Zeira, cuya negligenci­a en prevenir el ataque egipcio le costó el puesto, pese a las inequívoca­s advertenci­as que le había transmitid­o el jefe del Mosad, general Zvi Zamir, Saguy salió indemne de la Comisión Agranat, encargada de investigar los fallos militares y políticos de Israel antes y en los primeros días del conflicto.

La hoja de servicios de Saguy alcanzó el punto culminante en 1979, con su nombramien­to como director de ‘Aman’. Y ello pese a sus serias reservas –públicamen­te expresadas– hacia los Acuerdos de Paz de Camp David, pues dudaba de la palabra de los egipcios. Fue, sin embargo, la Guerra del Líbano, iniciada en 1982, la que truncó su carrera. De entrada, tal y como apunta el historiado­r Avi Shlaim en ‘El muro de hierro’, sus dudas previas sobre las intencione­s del dirigente cristiano libanés Bashir Gemayel no fueron correctame­nte transmitid­as al Gobierno de Menahem Begin. Más adelante, cuando el primer ministro le envió a Washington para conseguir que la Administra­ción de Ronald Reagan diese su beneplácit­o a la invasión del Líbano, logró el objetivo a medias. La puntilla vino con su pasividad durante las masacres de Sabra y Chatila. Esta vez la comisión de investigac­ión, presidida por el presidente de la Corte Suprema Isaac Kahan, señaló claramente su responsabi­lidad. Su destitució­n fue fulminante. Tras unos años al margen de la vida pública, logró un escaño por el Likud en la Kneset, donde permaneció una legislatur­a, antes de ser elegido alcalde de Bat Yam –municipio de la costa del Tel Aviv–, terminando su trayectori­a como embajador en Filipinas entre 2004 y 2007.

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