ABC (Andalucía)

LÉAUTAUD NUNCA VIAJABA

- RAMÓN PALOMAR

Ni uno más, ni uno menos▶ 50 años. Medio siglo es el periodo que tuvo que esperar Anna Larina a que la memoria de su esposo fuera rehabilita­da en la Unión Soviética. Fue Gorbachov quien decidió dar el paso en 1988 de reconocer que Nikolai Bujarin había sido condenado a muerte mediante acusacione­s falsas y una campaña de infamias, promovida por Stalin. Ni Kruschev ni Brezhnev se atrevieron a hacerlo, aunque sabían que había sido calumniado.

Bujarin fue fusilado en Moscú el 15 de marzo de 1938, un año después de su detención. Llevaba dos años casado con Anna Larina, con la que tenía un hijo de diez meses. Ella había cumplido 20 años cuando contrajo matrimonio con el dirigente bolcheviqu­e. Bujarin, que era 26 años mayor que Anna, gozó siempre del afecto de Lenin, disfrutaba de una enorme popularida­d y había sido el mentor intelectua­l de la NEP, la política de liberaliza­ción y apertura a la iniciativa privada que supuso un corto paréntesis en la Revolución en los años 20.

La dicha de la pareja duró muy poco porque Bujarin ya había caído en desgracia cuando se casó con Anna Larina. Ella relata en ‘Lo que no puedo olvidar’, sus memorias, que Stalin no perdía ocasión de humillarle. A veces, le llamaba por teléfono a su casa a medianoche para alternar los reproches con las alabanzas. El redactor jefe de ‘Izvestia’ vivía atemorizad­o tras ser destituido de todos sus puestos en el partido.

El proceso contra Bujarin, Rikov, Yagoda y otros altos miembros del régimen duró dos semanas. Todos se declararon culpables. A Bujarin se le acusaba de conspiraci­ón, rebelión, traición, corrupción y otra media docena de cargos. Entre ellos, haber sido espía del nazismo. Reconoció esas imputacion­es para salvar a su mujer y su hijo, aunque introdujo unas palabras en el alegato final que indignaron al fiscal Vyshinski▶ «Soy culpable de todo, aunque sea sin mi conocimien­to». Fue fusilado tres días después.

Anna recibió la noticia de la ejecución de su marido en un centro de internamie­nto. La celadora leyó a las presas el periódico en el que se informaba de que los condenados en el proceso habían sido ejecutados. Al llegar a Tomsk, había sido obligada a confesar ante las reclusas que era la esposa de Bujarin. Estaban en el patio a 30 grados bajo cero, vestidas con harapos.

La relación entre Anna y Nikolai, separado de su segunda esposa, había comenzado en las vacaciones de verano en Crimea en 1930. Bujarin acudía a la dacha de Yuri Larin, su padre adoptivo. Larin era un veterano comunista, muy apreciado por Lenin. Por ello, Anna conocía al líder bolcheviqu­e desde que era muy niña, cuando la cogía en sus brazos y jugaba con ella.

En Crimea, Nikolai y Anna salían a pasear por la costa, hablaban de literatura y leían poemas. Ella admiraba a su futuro esposo. Después de aquel verano, las visitas de Bujarin a la casa de Larin eran cada vez más frecuentes. Empezaron a salir juntos a partir de 1932 y, tres años después, decidieron casarse.

El corto matrimonio, ensombreci­do por el declive político de Bujarin, fue muy

Nunca tan escaso talento de simulacro de artista

fertilizó tanta brasa

QUE viajar desasna adquirió categoría de dogma, pero a lo mejor sucede como con los idiomas, si se puede ser tonto en siete lenguas sin duda se puede actuar como un perfecto merluzo aunque acumulemos medio mundo en la mochila. Depende de las personas. La turbachusm­a juvenil que gusta de imitar a los hunos de Atila viene de la abundancia de los lácteos y otras leches que nacieron durante el estado de bienestar. Segurament­e han viajado, pero eso no les impide naufragar entre la empanada mental y la querencia pirómana.

Acaso viajar también esté sobrevalor­ado. Paul Léautaud no entendía la pasión viajera y apenas salió de París durante toda su vida. Despreciab­a a los viajeros (bueno, y a los maestros rusos y a muchas más cosas), pero sumergirse en los 19 tomos de sus diarios supone atravesar el siglo XX de las letras francesas y se goza una barbaridad con la nitroglice­rina vertida por el autor. El viejo Léautaud (Pla leyó esa obra memorialís­tica mucho y con fundamento) sólo se trasladaba desde su morada hasta la oficina del ‘Mercure de France’, donde escribía unas críticas de teatro, ácidas e implacable­s, mientras trabajaba, además, de secretario de la redacción para redondear el escaso sueldo. Luego regresaba a su hogar para zambullirs­e en su diario y escribir lo visto empuñando una pluma de oca. Ese era su único viaje y la gamberra lucidez que derramaba todavía hoy nos alegra. En realidad ignoro si la feroz tropa que brinca desde el adoquín hasta la hoguera, esa mocedad que confunde la libertad de expresión con la pura delincuenc­ia, atrapada por su seso achatarrad­o, viaja mucho o poco, pero lo suyo me temo que no tiene remedio. Sé que representa­n las esforzadas marionetas de los radicales del gobierno y que les encanta su rol de carne de cañón. Nunca tan escaso talento de simulacro de artista fertilizó tanta brasa. Ni ellos ni sus jerarcas espiritual­es disfrutará­n algún día con las páginas del viejo Léautaud. Lástima. Igual se desasnaban siquiera un rato.

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