LA CARGA DE LA MEMORIA
Arriba, Anna Larina. A la izquierda, Nikolai Bujarin feliz. Hacían excursiones al campo, cenaban con sus amigos y disfrutaban de un cómodo apartamento en Moscú. Pero una noche el NKVD se llevó detenido al dirigente. Nunca más le volvió a ver.
Los jefes de la policía política aseguraron a la esposa de Bujarin que podría mantener todos sus privilegios si se separaba de su marido y le denunciaba como traidor. Ella se indignó y dejó claro que eso era impensable. La trasladaron a un nuevo piso y, meses después, la metieron en un camión con todas sus posesiones y la llevaron a una población siberiana. Lo peor de todo es que le quitaron a su hijo, internado en una escuela para huérfanos. Tardó dos décadas en volver a encontrarse con Yuri, que creía que su padre había sido un traidor a la patria.
El destino de Anna fue atroz. Sufrió un periplo de 20 años por las cárceles y campos de concentración soviéticos, siempre con el estigma de ser la mujer de Bujarin. Estuvo sometida a brutales trabajos forzados, pasó hambre y todo tipo de penalidades, pero sobrevivió hasta la muerte de Stalin en 1953. Tras el Congreso en el que Kruschev denunció las prácticas de su predecesor, fue puesta en libertad.
A comienzos de los años 60, la figura de Bujarin empezó a ser rehabilitada en círculos internos del régimen. Se reconocía en privado su inocencia, pero hubo que esperar a que Gorbachov le pusiera como ejemplo en un discurso. En los años siguientes, Bujarin pasó a ser un héroe nacional. Anna Larina, que había enviado cartas a todos los líderes soviéticos, pudo disfrutar del momento. Publicó sus memorias y murió en 1996 con la satisfacción del reconocimiento de la figura de su esposo.