ABC (Andalucía)

Todo ojos, mirada y voz rota

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Aparte de ‘vividor’, con el pertinente entrecomil­lado que acredita a quienes han exprimido el mundo y el mundillo para bebérselo, Enrique San Francisco ha sido actor, comediante, histrión, y su físico estaba calculado para serlo, con su rostro picassiano, sus ojos en sorpresa como signos de exclamació­n y su aspecto de recién rescatado de un desastre natural. Se dejó ver pronto en el cine, el teatro y la tele; de niño en películas como la argentina ‘Hombres y mujeres de blanco’, de Enrique Carreras, o en la asombrosa ‘Diferente’, de Luis María Delgado.

Y era un actor con escuela, la de Jaime Camino en ‘Un invierno en Mallorca’, la de Pedro Lazaga o la de Javier Elorrieta (’La larga noche de los bastones blancos’), hasta que se cruzó con Eloy de la Iglesia, que pasó a ser un actor de calle, de barrio y de órdago a la vida en su cine quinqui. Y esto le proporcion­ó, entre el réquiem de aquella modalidad de cine y de existencia, la condición de supervivie­nte.

Su huella en el cine es larga, unas cuarenta películas, aunque no muy profunda, pero trabajó con Berlanga, Fernán Gómez, José Luis Cuerda, García Sánchez, Gutiérrez Aragón, Imanol Uribe,

Adolfo Aristaráin, Manuel Iborra, Álex de la Iglesia, Santiago Segura…, y en fin, puso al servicio de ellos y de sus películas todos esos detalles que lo hacían especial y que convertían su escena en un ‘aguanís’ de chispa y de texto roto por su voz de maza de picapedrer­o. En la última que participó, ‘4 latas’, de Gerardo Olivares, Quique San Francisco era una especie de coronel Kurtz encamado y en fase terminal, pero derramaba todo ese ‘aguanís’ en la esencia viajera de la película.

Sus virtudes como ‘actor de método’ consistían precisamen­te en no tenerlo▶ nunca salían de su boca frases que no parecieran suyas y del momento, como si el guion le naciera dentro, y algunas de sus mejores in

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