ABC (Andalucía)

El 8 de marzo de Joyce Gymah

Huyó de un matrimonio concertado en Nigeria, aguantó palizas de su pareja en Madrid, pero en Fuengirola encontró a Dios y consagró su vida a ayudar a los más necesitado­s

- J.J. MADUEÑO

Joyce Gymah Amponsah (Lagos, Nigeria. 1960) encontró el propósito de su vida hace dos décadas en Fuengirola. Un día se puso frente al espejo y se dijo que quería conocer a Dios. Una extraña visión hizo que un domingo, vistiendo su esbelta figura con un pequeño vestido negro ajustado por debajo de la pantorrill­a y unos tacones de infarto, saliera con su marido de un «after» y se metiera en una iglesia anglicana de Fuengirola. «Sin saber cómo, estaba llorando de rodillas delante del altar», recuerda. Al salir de la parroquia, se fijó en un ‘sin techo’ que había en la plaza. Ellos serían el motor para cambiar su vida.

Esta nigeriana alegre, pero con carácter, huyó de un matrimonio concertado cuando era una niña. Con apenas 13 años sus padres concertaro­n su matrimonio. «Era un viejo y ya tenía cinco mujeres en una cocina negra encerradas con el burka. Recibían la compra con unos guantes por debajo de una cortina», rememora. Explica que negoció por su libertad con sus progenitor­es. Les planteó trabajar y ganar dinero para la casa, así no tendría que casarse tan pronto.

Sin embargo, sabía que el matrimonio la sobrevolab­a, por eso ahorraba mientras era criada para una familia de chinos que tenían una fábrica de plásticos en la ciudad. El sueldo que recibía lo entregaba en casa íntegramen­te, pero por las noches los chinos se dedicaban a apostar y ella era la sirvienta que había en esas timbas. Al acabar, las propinas las iba almacenand­o en secreto para comprar un billete a su libertad.

Menor de edad

Así, conoció a un chico que había estado en Europa. Le propuso que, si le conseguía un pasaporte, ella pagaría los dos billetes. Joyce era menor de edad y sus padres no firmaban para que pudiera tener pasaporte, así que comprarlo en el mercado negro era la única opción. Con el documento se fueron a la primera embajada que vieron, que resultó ser la de España, y obtuvieron un visado de tres meses para ir a Madrid. Tres horas antes de subir al avión se lo dijo a sus padres, pero ya no pudieron detenerla.

En 1984, con sólo 16 años, aterrizó en Madrid y la primera persona con la que contactó fue un taxista que le estafó 57.000 pesetas por llevarla a la Gran Vía. «Me juré que tenía que aprender español», remarca. Cruz Roja los ayudó a ser asilados políticos, buscaron un alquiler en una pensión y allí los dos nigerianos comenzaron una relación que se volvió un infierno cuando ella quedó embarazada.

Trató de abortar en un país donde era delito y el padre de la niña la denunció. Tuvo la primera hija, llegaron las palizas, que en varias ocasiones la mandaron al hospital. Al nacer su segunda hija buscó la forma de huir. En uno de los ingresos hospitalar­ios, una enfermera le dio un teléfono al que llamar y llegó una mujer que la llevó a una casa de acogida clandestin­a, pero el padre de sus hijas las encontró y, tras más palizas, agarró a las dos niñas y huyó a San Sebastián en los añois 90. De allí se marchó a Soria, donde montó un negocio, pero no fue bien y, en unas vacaciones, descubrió Fuengirola.

De fiesta en fiesta

Al llegar en 1992, trabajó de peluquera, hasta que dio el salto al sector inmobiliar­io en Mollina. Conoció a un músico sueco con el que se casó, abrió su propia empresa de reformas y su inmobiliar­ia en Fuengirola. Ganaba dinero, vivía de fiesta en fiesta y viajando de concierto en concierto con su amor, hasta que todo cambió.

Aquel domingo que entró en la iglesia se propuso ayudar a los demás. Así que al siguiente domingo invitó a comer a todos aquellos indigentes en un restaurant­e cercano. Luego pasó a preparar la comida en su casa y repartirla, para luego hacerles un almuerzo en el que se predicaba la palabra de Dios en un local anexo a la iglesia. Así fue como nació Adintre, la asociación de la que en 2021 dependen más de 4.000 personas.

Hubo un punto de inflexión en 2007, cuando un hombre trajeado y con maletín le pidió una de las raciones que estaba repartiend­o a las personas que se refugiaban en la Estación de Cercanías de Fuengirola. «Me di cuenta de dónde había llegado la crisis económica», asegura Joyce, que vio cómo tuvo que cerrar su negocio y hasta la asociación. Trató de hacer un orfanato en Ghana, país del que es su madre, pero al regresar a Fuengirola para vender unas propiedade­s, acabó reabriendo Adrintre en su sede actual junto al deprimido barrio de Los Núcleos.

Desde este local no sólo dan comidas diarias a personas sin hogar y a familias que no tienen recursos, si no que les ofrecen servicios de todo tipo. «Hacemos pedicuras a los sin techo, porque muchos no pueden ni andar», asegura Joyce, que recuerda cómo pidió a Dios que cambiara el ambiente después de la primera que vez que arregló unos pies a un sin techo.

Además, tiene programas de becas para las familias pobres que no pueden pagar el transporte a la Universida­d de sus hijos y, durante el confinamie­nto, habilitaro­n con el Ayuntamien­to de Fuengirola el pabellón Juan Gómez «Juanito» para acoger a 40 personas.

Al mismo tiempo repartían cajas diarias de alimentos a familias sin recursos que se acercaban para poder llenar la nevera. «Se hizo todo sin ningún contagio. Dios nos ayudó», afirma Joyce, quien explica que ofrecen ayuda por toda la Costa del Sol y que, debido a la demanda de sus servicios, están estudiando abrir en Benalmáden­a un centro para atender a los usuarios que tienen.

Revelación

Después de conseguir al fin la estabilida­d y vivir de fiesta en fiesta, entrar en una iglesia le cambió la vida Ayudas diversas

En su asociación, además de dar comidas, becan a jóvenes para pagarles el transporte a la universida­d

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ABC Joyce Gymah, en la cocina de la asociación donde prepara comidas a personas sin recursos

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