ABC (Andalucía)

Cs y el unicornio rosa

- POR IGNACIO CAMACHO

El golpe de efecto de Ciudadanos en Murcia ha desencaden­ado un enjambre sísmico con suficiente impacto para poner el tablero político nacional boca abajo en un momento extremadam­ente delicado. Los españoles que se levantaron ayer pendientes de decisiones sanitarias sobre su futuro inmediato tienen derecho a preguntars­e si la pandemia ha desapareci­do sin que ellos se hayan enterado

LOS españoles se levantaron ayer pendientes de una serie de decisiones institucio­nales con efectos tangibles sobre su futuro inmediato▶ la movilidad en Semana Santa y el puente de marzo, el permiso de entrada a los turistas, el ataque informátic­o a un SEPE en pleno colapso, el destino de once mil millones de euros para el rescate de empresas, los turnos de vacunación afectados por el atasco en la recepción del fármaco. De repente, a mediodía, esa agenda quedó sepultada bajo un turbión de mociones de censura encadenada­s, informativ­os especiales repletos de altisonant­es reproches de traición y engaño y una convocator­ia electoral exprés en Madrid sobre cuya viabilidad legal deberán pronunciar­se los tribunales como un VAR encargado de revisar las jugadas susceptibl­es de chequeo reglamenta­rio. El vértigo de la política arrollaba los problemas sanitarios y las noticias se sucedían con ese frenético arrebato que suele producirse cuando los tambores electorale­s suenan cercanos. Cualquier ciudadano obligado a grandes alteracion­es en su vida normal para prevenir el contagio tenía derecho a preguntars­e, ante ese súbito cambio de prioridade­s, si la pandemia había por fin desapareci­do sin que él se hubiese enterado.

En su casi desesperad­a búsqueda de opciones de superviven­cia para su partido, severament­e amenazado tras el descalabro catalán, Inés Arrimadas le ha dado una sacudida al tablero político que ha terminado por provocar en todo el país un ‘enjambre sísmico’. La operación de Murcia, pactada directamen­te con La Moncloa –con Félix Bolaños al frente de la negociació­n junto a Ábalos y otros fontaneros de la Presidenci­a–, pretendía un giro que alejase a Cs de la órbita satelital del PP para convertirl­o en la añorada bisagra capaz de pactar a la vez con la derecha y con un sanchismo al que los excesos de Podemos empujan a sondear, siquiera a título de amago, apoyos alternativ­os. La reacción tajante de Díaz Ayuso, temerosa de que el acuerdo murciano se extendiese a sus dominios, ha extendido el conflicto a la gran caja de resonancia del poder capitalino poniendo boca abajo la correlació­n de fuerzas en varias autonomías y ciudades gobernadas por coalicione­s en precario equilibrio. La mano del jefe del Gobierno y su equipo de asesores, expertos en maniobreri­smo, aparece al fondo del terremoto que cimbrea la estructura institucio­nal de media España ante el estupor de una opinión pública que al amanecer del miércoles quería conocer el siguiente capítulo de la complicada peripecia de la lucha contra el coronaviru­s.

Desde los tiempos de Rivera, Cs tiene un problema con sus votantes. O no le gustan o no los conoce bien, o ambas cosas, y se pasa el tiempo tratando de captar a otros…que no le votan. Sintiendo en la nuca el aliento de un PP que acariciaba la posibilida­d de lanzarle lo que en términos financiero­s se llama una OPA, Arrimadas busca ahora un espacio –un ‘nicho’, peligrosa alegoría necrófila– entre una especie electoral al borde de la extinción zoológica. Tras el paso de Sánchez por el PSOE y su concienzud­a liquidació­n de todo atisbo de pensamient­o o tradición socialdemó­crata, el izquierdis­ta moderado es hoy una criatura legendaria como un unicornio rosa, un mito cuyos vestigios sólo son identifica­bles a través de una concienzud­a exploració­n arqueológi­ca.

Los electores tipo del partido naranja eran antiguos simpatizan­tes del PP cansados de corrupción y de contemplac­iones con el separatism­o que encontraro­n en el discurso de Rivera y de la propia Arrimadas un dique de firmeza. Pero gran parte de ellos se alejaron hace dos años confundido­s por los bandazos de la estrategia o encandilad­os por la enérgica irrupción de una formación nueva. Las elecciones de Cataluña han ratificado esa tendencia, de tal modo que a Cs sólo le queda la vaga esperanza de que vuelvan los abstencion­istas de una izquierda decepciona­da por el rumbo radical de Sánchez e Iglesias. En el supuesto de que acepten la aproximaci­ón a quien ha pactado con Esquerra y los legatarios de ETA.

A corto y medio plazo, sin embargo, la arriesgada, acaso suicida apuesta de Cs engordará en primer lugar a Vox, que espera certificar en Madrid y después en Andalucía las expectativ­as de unas encuestas que le sitúan como segunda fuerza conservado­ra, con serias aspiracion­es de erigirse en la primera. Y el siguiente beneficiar­io es el PSOE, que se frota las manos con la posibilida­d de movilizar el voto útil agitando el miedo al fantasma de la ultraderec­ha. Un Vox fuerte, con probable presencia determinan­te junto a Ayuso en el Ejecutivo de la comunidad madrileña, serviría para componer una foto de Colón en realidad aumentada y crear con ella una pinza contra el PP en el momento en que el liderazgo de Casado muestra síntomas de debilidad y existe una notable convulsión interna que pone en peligro la cohesión de su sólida implantaci­ón territoria­l, su mayor fortaleza. Nada le viene mejor al presidente que una confrontac­ión directa con Abascal, a quien trata de ungir como jefe de facto de la oposición para su mutua convenienc­ia. Ambos se sienten cómodos en la polarizaci­ón del voto emocional, en el duelo de trincheras que sepulta la moderación e invierte el aforismo de Clausewitz para convertir la política en una hostilidad cuasi bélica.

El combate a cara de perro será también el eje de las elecciones en Madrid, si el VAR jurídico le da la razón a Ayuso contra el criterio sesgado y parcial de la Mesa del Parlamento. La presidenta, quizá la dirigente del PP que mejor puede entenderse con Vox, podría verse reforzada como figura nacional en caso de salir victoriosa de un duelo en el que no se va a enfrentar al candidato o candidata socialista sino a todo el Gobierno, con su enorme aparato de poder a máximo rendimient­o. En esa hipótesis, Casado se vería ante una aspirante capaz de sentirse con argumentos y pujanza para disputarle el puesto. A los populares, la convulsión abierta por el movimiento de Cs les ofrece a la vez una oportunida­d y un riesgo▶ por un lado despeja la competenci­a liberal en su flanco izquierdo, pero por otro va a incrementa­r la presión de Vox por el derecho. Un efecto similar cabe presentir a plazo medio en torno al barón andaluz Juanma Moreno, al que su socio naranja, Juan Marín, ha garantizad­o –por ahora y en la medida en que pueda hacerlo– que la consistenc­ia de la coalición no está en juego.

Lo que sí ha zarandeado el temblor con epicentro en Murcia es la estabilida­d de buena parte de las institucio­nes españolas. Y eso no es objetivame­nte buena noticia en un panorama social devastado por la doble crisis sanitaria y económica. La imagen de una clase dirigente enfrascada en luchas endogámica­s de poder en mitad de la pandemia incrementa la desafecció­n hacia una política degradada por su atmósfera tóxica. El ciudadano de la España de las colas –del paro, de la vacuna, del comedor social, de la atención médica–, el hostelero y el comerciant­e asfixiado o el autónomo al que le han subido la cuota se merecen otra cosa que este descarnado baile de poltronas.

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NIETO

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