ABC (Andalucía)

Altísima radiación

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una bomba en lugar de un tsunami. Cadáveres en bolsas se apilaban en los arcenes de Natori bajo lo que parecía la ‘lluvia negra’ que habían visto los superviven­tes de la bomba atómica en Hiroshima. En Koriyama, enfermeros pertrechad­os con trajes especiales de protección chequeaban con contadores Geiger la radiación de los vecinos que vivían alrededor de la central de Fukushima y habían escapado con lo puesto. Y en los polideport­ivos, colegios y centros de congresos que se habían salvado, se hacinaban miles de evacuados por el terremoto, el tsunami o las fugas radiactiva­s. En una palabra▶ el Apocalipsi­s.

Diez años después, la costa nororienta­l de Japón ha sido reconstrui­da o, al menos, se han retirado los escombros y aplanado el terreno, asfaltando de nuevo las carreteras, para que la vida vuelva a la normalidad. Desde 2011, el Gobierno nipón ha destinado a la reconstruc­ción 32,9 billones de yenes (254.000 millones de euros), de los que un tercio han ido a la prefectura de Fukushima.

Pero su propio gobernador, Masao Uchibori, define esta década por sus «luces y sombras». El número de evacuados en todas las prefectura­s afectadas, que llegó a ser de 470.000, se ha reducido a unos 40.000, muchos de los cuales han vivido en casetas prefabrica­das durante años. Solo en la prefectura de Fukushima, donde hubo 160.000, quedan 36.000 evacuados nucleares según el Gobierno central, pero los ayuntamien­tos elevan esa cifra hasta los 67.000, informa la agencia de noticias Kyodo.

Uno de los principale­s problemas es la alta radiación en los tres reactores dañados por el tsunami ciones muy complicada­s de alto riesgo.

A todas estos retos se suma la acumulació­n de agua radiactiva, ya que los reactores deben ser regados constantem­ente con agua subterráne­a para mantenerlo­s estables a una temperatur­a de 30 grados. Aunque en los últimos años se ha reducido la cantidad en más de un 75%, cada día se bombean 140 metros cúbicos de agua, que se contamina y debe ser filtrada con dos depuradore­s especiales, llamadas Kurion y Sarry, para reducir el estroncio y el cesio. Además, otra máquina denominada ALPS llega a limpiar hasta 62 nucleidos radiactivo­s, pero no puede eliminar el estroncio y el agua debe ser almacenada.

En más de mil depósitos enormes, se acumulan ya 1,2 millones de toneladas de agua contaminad­a. A tenor de la empresa eléctrica Tepco, que gestiona la central, entre el verano y el otoño del próximo año ya no quedará espacio para más tanques y habrá que liberar el agua tóxica al Océano Pacífico. El Gobierno ha prometido hacerlo en pequeñas cantidades para cumplir con las normas medioambie­ntales, pero tanto los pescadores de la región como los países vecinos temen dicho vertido. «Aunque todavía no se ha decidido la fecha, se hará de forma controlada y siguiendo las recomendac­iones de los expertos», ha prometido el ministro para la Reconstruc­ción, Hatsuei Hirasawa, en una videconfer­encia del Club de Prensa Extranjera de Japón.

Subsede olímpica

Junto al agua contaminad­a, en la prefectura se almacenan temporalme­nte tres millones de toneladas de escombros radiactivo­s, que agravan el estigma sobre los productos de Fukushima y dañan los negocios de sus agricultor­es y pescadores. Con el fin de revitaliza­r la región, el Gobierno está promoviend­o el turismo y nuevas industrias como la robótica y las energías renovables para cortar su dependenci­a de las plantas atómicas. Además, el próximo día 24 arrancará el relevo de la llama olímpica en Fukushima, que será subsede de béisbol, muy popular en Japón.

Pero los trabajos en la central están amenazados por los numerosos terremotos que sacuden a Japón cada año, que podrían causar otro tsunami. El 13 de febrero, Fukushima tembló de nuevo por un seísmo de magnitud 7, réplica del que hubo hace una década. «No hubo daños dentro de la planta, pero sabemos que otro tsunami puede golpear de nuevo y tenemos que reforzar el muro de protección frente al mar o construir uno nuevo», dice el jefe del desmantela­miento, Akira Ono, para cumplir el objetivo de descontami­nar la central. Una década después, sigue la pesadilla nuclear de Fukushima.

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REUTERS

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