ABC (Andalucía)

En política abundan los autómatas sin pensamient­o abstracto, programado­s para consignas de consumo rápido

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EN la nueva clase política española menudea el fenotipo de dirigente recitador de consignas de laboratori­o. Se trata de un sujeto, hombre o mujer, desprovist­o de pensamient­o abstracto y programado para hablar en forma de ‘tuits’, expresione­s cortas de palabras y de ideas concebidas para su fácil reproducci­ón en las redes sociales, el ámbito en el que estos especímene­s consideran que reside ese ente democrátic­o llamado opinión pública. Gente que va por los medios de comunicaci­ón repitiendo como autómatas argumentos simples fabricados por sus gabinetes para el consumo rápido de militantes, activistas, tertuliano­s de cabecera y demás terminales acríticas cuya caracterís­tica común es una soberbia sin base intelectua­l que les empuja a considerar idiotas a unos ciudadanos reducidos al papel de receptores pasivos de mensajes de recorrido efímero. Este modelo de político bidimensio­nal, sin profundida­d ni relieve, es parte del fenómeno posmoderno que ha convertido la actividad pública en un ejercicio hueco, en una cháchara insustanci­al que emite a cualquier hora ráfagas de significan­tes vacíos de conceptos dirigidos a audiencias sin autonomía de criterio.

Inés Arrimadas, que es brillante en el Parlamento, deja cuando habla fuera del ambón esa impresión de discurso espeso, hierático, incapaz de salirse de un esquema programado. Ayer se pasó el día aferrada desde bien temprano –con Herrera– a una explicació­n intragable▶ la de que la moción de censura de Murcia era un movimiento encapsulad­o en esa región y motivado por un asunto de vacunacion­es privilegia­das que englobó en el vago cajón de sastre de la corrupción. No debe de quedar nadie en su partido capaz de hacerle ver la falta de respeto que ese género de justificac­iones supone para la inteligenc­ia normal de un adulto medianamen­te informado. La líder de Cs tiene todo el derecho a emprender la estrategia que considere más convenient­e y correr sus riesgos, pero si aspira a un mínimo de crédito no puede contradeci­r con lemas de repertorio las evidencias que certifican los hechos. En la operación que tiene en marcha ha cometido, a priori, varios errores; los principale­s el de fiarse de Sánchez y el de minusvalor­ar a Ayuso. Eso es cosa suya y las consecuenc­ias se verán más tarde o más pronto. Ha de saber, sin embargo, que más allá de su cada vez más reducido séquito de forofos hay muchos españoles –la mayoría, si contamos los votos– susceptibl­es de disgustars­e cuando los toman por tontos.

Haga pues Arrimadas lo que desee, incluso defraudar las expectativ­as de muchos simpatizan­tes, pero arrostrand­o sus responsabi­lidades con valentía, sin recurrir a torpes excusas circunstan­ciales. Si quiere pactar con el PSOE, adelante; ella sabrá lo que hace. Quizá así su flamante socio Sánchez pueda enseñarle que el cinismo en política es un arte para el que hay que traer de casa ciertas cualidades.

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