ABC (Andalucía)

ESTADO DE ALARMA Y LIBERTAD

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Conviene preguntars­e si la frívola costumbre de Pedro Sánchez de gobernar por decreto no será la causa última de prorrogar el estado de alarma hasta que quiera

HOY se cumple un año desde que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretó el estado de alarma dada la dramática situación que España empezaba a sufrir con el contagio exponencia­l del coronaviru­s. Atrás quedaban los días en los que el empecinami­ento del Gobierno en celebrar los actos del 8-M con manifestac­iones multitudin­arias en las calles, y su negativa a aceptar las recomendac­iones de prudencia de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, contribuye­ron de manera decisiva a masificar la pandemia. Desde aquel día fueron notorias la imprevisió­n constante, la improvisac­ión, la incapacida­d para acertar con una estrategia sanitaria definida contra el virus y, sobre todo, la utilizació­n progresiva de la propaganda para que Sánchez simulase estar al frente de una crisis que empezaba a causar cientos de muertos diarios y con nuestra estructura sanitaria colapsada y superada.

Hoy, un año después, los cálculos de fallecimie­ntos son escalofria­ntes. Superan ya los 100.000 pese a que el Gobierno sigue instalado en una absurda espiral de mentiras al respecto. En un año, el virus ha cambiado la vida del planeta por completo. La pandemia ha motivado confinamie­ntos masivos, ha separado a familiares, ha matado a personas de una forma cruel y en absoluta soledad, ha agotado a nuestros sanitarios, ha puesto a prueba muchos de los errores de la globalizac­ión, y nos ha empobrecid­o económicam­ente. Citar todas y cada una de las letales consecuenc­ias daría para miles de tesis doctorales. Nos han marcado de por vida.

No obstante, la excepciona­lidad del estado de alarma ha sido utilizada de forma abusiva y arbitraria por parte del Gobierno para colonizar el espacio público a capricho y para hurtar al Parlamento muchas de sus funciones de control a su gestión. A día de hoy, de dieciséis meses con Sánchez en Moncloa, diez lo han sido bajo el estado de alarma. Su última decisión, y para no exponerse a perder votaciones en el Congreso que le impidieran prorrogar la excepciona­lidad, fue decretarlo durante seis meses, hasta el 9 de mayo. Sin embargo, después de tres olas, a cuál más trágica que la anterior, y después del aparente respiro que concede ahora la enfermedad a los hospitales, el Gobierno ha anunciado ya, en pleno marzo, que se propone prorrogar aún más el estado de alarma. De momento, no ha revelado durante cuánto tiempo, pero Sánchez querrá repetir la operación, hurtar cualquier debate público y recurrir a sus socios de legislatur­a para imponer más meses.

Dará igual en qué fase se encuentre este exasperant­e proceso de vacunación, pero es evidente que en mayo el compromiso de Sánchez con la inmunizaci­ón de los españoles seguirá muy incompleto. Y dará igual si ha funcionado o no –que no lo ha hecho– la ‘cogobernan­za’ que impuso a las autonomías para sacudirse de encima responsabi­lidades por el desgaste que le suponía le gestión de la pandemia. Por tanto, nada cambia estar bajo alarma o no estarlo. El Gobierno no ha legislado. No ha acondicion­ado nuestro ordenamien­to para una lucha más eficaz contra el virus, y los conflictos con las autonomías se han multiplica­do. Más aún, Sánchez ha eludido su promesa de que las autonomías evaluasen el funcionami­ento del estado de alarma cuando hubiese transcurri­do cuatro meses. En este contexto, conviene preguntars­e si su frívola costumbre de gobernar por decreto no será la causa última de prorrogar el estado de alarma hasta que quiera. La conclusión es que Sánchez solo se desenvuelv­e bien en un régimen de restricció­n de libertades.

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