Maquiavelo, el genio que murió al mismo tiempo que su mundo
Gabriel Albiac novela en ‘Dormir con vuestros ojos’ las últimas horas del pensador italiano
Hay días en los que la Historia se hace evidente, palpable, y que de alguna forma resumen una época, o su colapso. El 6 de mayo de 1527, sin duda, fue uno de estos. Entonces se produjo el Saco de Roma, cuando las tropas de Carlos V entraron en la ciudad italiana, adjudicándose allí una victoria crucial en su conflicto contra la Liga de Cognac; es decir, contra el papado de Clemente VII y sus aliados. Fue un momento definitorio para la modernidad. Poco después de aquello, en la madrugada del 21 de junio de ese mismo año, Nicolás Maquiavelo exhalaba su último aliento. Él había tenido un papel crucial en el diseño militar de la alianza, y se despidió de esta vida con una derrota. Sabía, claro, que no solo se moría él, sino también su mundo▶ el Renacimiento gozoso, luminoso, había llegado a su fin, y comenzaban otra era, quizás más oscura. A veces pasa eso, que el destino personal y el colectivo se funden en uno.
En ese preciso instante ha decidido situar Gabriel Albiac el punto de partida de su nueva novela, ‘Dormir con los ojos’ (La esfera de los libros). En ella, un Maquiavelo crepuscular, castigado por la salud, echa la vista atrás y analiza su pasado. Deja de lado los sentimientos, y se entrega a la razón, más fría, pero más precisa y sincera▶ es el único modo de enfrentarse a su demonio, que no es otro que el fracaso. Aunque no fue pensada así, porque nació hace dos años, su historia nos remite, inevitablemente, a este presente inestable y pandémico, igual que la Europa que habitó el autor de ‘El príncipe’. «Cualquier estudioso del Renacimiento sabe perfectamente que estamos en el fin de uno de esos grandes ciclos, ve las similitudes con el de Maquiavelo. De algún modo la pandemia ha venido a enfatizar esa sensación de final de recorrido, que venía ya desde hace años», comenta Albiac, al tiempo que precisa que estamos asistiendo al ocaso de la civilización escrita.
Él no pretende aleccionar con estas páginas («el didactismo mata completamente a las novelas»), porque para eso está el ensayo. Lo que le interesa aquí es el personaje, el hombre de biografía intensa, no demasiado larga –58 primaveras–, pero sí anchísima. Agitada, entretenida. En ella, por supuesto, cabe un misterio digno del género histórico. Este está ligado al retrato de Bianca Sforza que realizó Leonardo Da Vinci y que Caterina Sforza le encargó hacer llegar al Papa Alejandro VI, que para Maquiavelo fue el más brillante de los pontífices. Y el más mentiroso.
«Maquiavelo es fascinante, no paró en su vida. Hay muy pocos pensadores que hayan simultaneado el trabajo intelectual, especulativo, dejando una obra de tal envergadura como la suya, y que al mismo tiempo hayan intervenido en el terreno de la política como él lo hizo. Recorrió Europa de punta a punta, en época de peste, estuvo en las grandes conspiraciones de su tiempo, fue un teórico militar que tuvo la oportunidad de poner en práctica sus ideas... Es casi sobrehumano, esa capacidad de moverse indistintamente dentro y fuera de una biblioteca con la misma soltura es una rareza absoluta», afirma. En este sentido, solo se le pueden comparar Cicerón o Marco Aurelio, mucho más antiguos que él.
Maquiavelo fue, además, un magnífico estilista. Con él se cumple la tesis de que detrás de todo gran filósofo hay un gran escritor (eso es así desde los griegos, por lo menos). «Su correspondencia personal y diplomática dibuja el cuadro costumbrista más brillante de la Italia del primer tercio del siglo XVI. Con él nace la prosa moderna italiana», asevera Albiac. En una de sus cartas, por cierto, Maquiavelo bromea con la posibilidad de que alguien lea sus intimidades, ya que se quedaría estupefacto, porque él «salta de la alta política y las grandes cuestiones de Estado a la jerga más popular de las tabernas». No hay tanta distancia entre las nubes y el barro. La realidad es así, variopinta. Por cierto▶ el título de la novela está sacado de una misiva de su última amante, Bárbera Salutati.
«La inteligencia debe primar por encima de los afectos, porque la realidad no se pliega a los deseos humanos»
Brillante y lúcido
El pensador falleció en la madrugada del 21 de junio de 1527 en
Florencia, unas semanas después del Saco de Roma
El que asoma en estas páginas no es un personaje ruin y manipulador –maquiavélico, vaya–, sino un hombre brillante, dolorosamente lúcido. Esta visión casi demoníaca que tenemos hoy de él, en parte, se configura con los manualistas jesuitas de finales del XVI y principios del XVII, que recelaban de la separación tajante que él promulgaba entre política y religión. «Se convirtió en el enemigo sobre el cual arremeter. Se construyó una imagen de monstruo, de un monstruo con una secta... Él no quiere tanto justificar como explicar. Para ejercer el poder la maldad, la perversidad o la mentira, son instrumentos extraordinariamente eficaces. El analista no puede hacer más que constatar cómo funcionan las determinaciones», expone Albiac. ¿Y cuál es la gran enseñanza de Maquiavelo? «Que la inteligencia debe primar por encima de los afectos o de cualquier tentación de voluntarismo. Porque la realidad no se pliega a los deseos o caprichos humanos», remata.