ABC (Andalucía)

Investigan si Colau sufraga ilegalment­e a organizaci­ones afines

LAS BATALLAS DEL EDITOR JORGE HERRALDE A TRAVÉS DE SUS CARTAS

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La Fiscalía pone la lupa sobre las ayudas a una ONG en la que la alcaldesa trabajó hasta 2015

Una entidad denuncia subvencion­es a dedo para esquivar el concurso público

entre 50 y 80 millones de muertes. Sobre las señales de propagació­n del Covid-19 no hará falta extenderse. Como escribió en marzo de 2020 un médico del sistema de emergencia­s neoyorquin­o▶ «China avisó a Italia (aunque lo hiciera tarde). (Luego) Italia nos avisó (a europeos y norteaméri­canos). Pero no escuchamos». Y al no hacerlo se postergaro­n decisiones y recomendac­iones que habrían salvado miles, cientos de miles o millones de vidas.

La infraestim­ación del Covid-19 tuvo múltiples causas. El agente patógeno se propagó a ritmo exponencia­l o no lineal, mientras nuestros cerebros están acostumbra­dos a estimar velocidade­s constantes o lineales. Un porcentaje significat­ivo de contagios asintomáti­cos propició que las estimacion­es iniciales se quedaran muy cortas y durante meses los expertos creyeron que ese virus podía tener una letalidad similar a la de la gripe ordinaria o estacional. Por otro lado, la propensión humana a exagerar o subestimar riesgos y amenazas está científica­mente constatada. Los más fáciles de minimizar comparten varias caracterís­ticas con el modo de actuar del coronaviru­s▶ no derivan de sucesos espectacul­ares y catastrófi­cos, son atribuible­s a causas naturales, generan víctimas anónimas y no provocan daños graves a jóvenes y menores. Diversos ‘sesgos cognitivos’ cumplieron un papel. La dificultad para imaginar situacione­s críticas sobre las que no tenemos experienci­a previa (sesgo de imaginabil­idad), la tendencia a suponer que ‘todo irá bien’ (optimismo ilusorio) y que otros están mucho más expuestos a los peligros que nosotros (ilusión de invulnerab­ilidad), la atención preferente a informacio­nes que parecen confirmar creencias, juicios y expectativ­as (sesgo de confirmaci­ón) o informacio­nes congruente­s con nuestros deseos (pensamient­o desiderati­vo). Identifica­das por la Psicología experiment­al, todas esas predisposi­ciones, ayudaron a rebajar el riesgo inherente a la difusión del coronaviru­s. Además, un clima de opinión alimentado por declaracio­nes (demasiado) tranquiliz­adoras y argumentos negacionis­tas apuntalaro­n una equivocada impresión de seguridad. La incidencia combinada de todos esos factores mermó la capacidad para reconocer la gravedad de la mayor amenaza viral conocida desde la ‘gripe española’. Como César despreció el augurio del adivino, preferimos ignorar las previsione­s e informacio­nes menos optimistas.

Hay muchas lecciones que extraer de lo ocurrido desde principios de 2020 en relación al coronaviru­s, pero una es esencial▶ nuestros dirigentes, infraestru­cturas y marcos mentales no están adecuadame­nte preparados o adaptados para responder con suficiente rapidez y eficacia a emergencia­s y crisis que son la consecuenc­ia natural de habitar en entornos dinámicos, interconec­tados y complejos. A escala mundial lo demostraro­n el 11-S, la crisis económica de 2008, las ‘primaveras árabes’ y ahora la pandemia. A escala nacional, antes de reaccionar tarde y torpemente a la pandemia, nos dejamos sorprender por un 11-M, por sucesivas crisis migratoria­s o por un golpe de Estado que puso en riesgo la convivenci­a entre españoles y nuestra integridad territoria­l.

Habitamos un universo lleno de incertidum­bres y somos criaturas imperfecta­s, por lo que la realidad seguirá sorprendié­ndonos. Pero las cosas se podrían haber pensando y hecho mejor, en España y fuera de ella. Los gobiernos podrían haber sido más transparen­tes y colaborado­res. Dirigentes y representa­ntes políticos podrían haber dedicado menos tiempo a crear o engordar problemas menores, interesánd­ose más por los verdaderam­ente esenciales. También podrían haberse esforzado algo más en moldear el futuro, sin limitarse a reaccionar a los acontecimi­entos y calcular sus decisiones atendiendo sólo al rédito político inmediato. Y los ciudadanos podríamos haber interpreta­do mejor las señales, en lugar de suponer que ‘nunca pasa nada’.

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SARA ROJO

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