Historia de un libro
El periodista Carles Porta rememora la crucial conversación que mantuvo con Maria Àngels Feliu antes de escribir ‘La farmacéutica’ y la forma en que resolvió el dilema ético de cómo abordar el relato de lo sucedido sin la colaboración de la víctima
Un día un amigo te pregunta▶ «Oye, ¿qué fue de la farmacéutica de Olot?» Y te das cuenta de que a todo el mundo le suena el caso, pero casi nadie tiene claro qué pasó ni cómo acabó. Nuestra mente latina (no sé si pasa en otras latitudes) parece entrenada para quedarnos con lo negativo, con lo especulativo, y nos es más fácil recordar que se habló de autosecuestro, de si era lesbiana y se había fugado con una novia, y de que su familia rica pagó un rescate que cobró ella misma. Lo siento, pero nada de esto es verdad.
Ahora podría decir que las cosas, en la realidad, son más sencillas, pero tampoco es verdad. En este caso, todo fue surrealista, increíble. ‘Fargo’ se queda corto, créanme.
Cuando me planteé entrar en la historia del secuestro de Maria Àngels Feliu, lo primero que hice fue buscar en Google. Eso, hoy en día, es la A del ABC del periodismo o de cualquier intento de investigación. Para lo bueno y para lo malo. Pues bien, en ese universo digital hay una cantidad enorme de material, pero todo es dispersión. Me ayudó a entender la dimensión de la historia y la inexistencia de ningún relato completo. O, para ser exactos, ningún relato, ni escrito ni audiovisual, que yo pudiese considerar como ‘el relato’.
La B fue hablar con la víctima. Un amigo común (Cataluña es pequeña y casi nos conocemos todos) nos organizó un almuerzo. Nos encontramos los tres en un restaurante vasco en Barcelona. Ella llegó tarde porque le costó aparcar. Era toda energía. La vi guapa, sonriente, muy charlatana. Ella ya es muy habladora, pero creo que los nervios le provocaban aún más necesidad de hablar. Habló, escuchamos, habló. Intenté explicarle que quería hacer un libro y un podcast con su historia, no escuchó y siguió hablando. Hablaba de todo y de nada. Saltaba de un tema a otro. La tortilla de patatas que había pedido, los viajes a Indonesia, lo difícil que es aparcar en Barcelona. Hasta que mi amigo, periodista, muy amigo de ella, le dijo▶ «Aria Àngels, para un momento, por favor, escucha a Carles, es importante».
Escuchó. Le cambió la cara, se esfumó la sonrisa. Lo vi y le dije▶ «Si tú me dices que no lo haga, ahora mismo cierro la carpeta y me busco otra historia». Por primera vez en hora y media, estuvimos los tres en silencio durante un minuto o más. Y volvió a hablar, esta vez, solemne. «No te puedo prohibir que lo hagas. Entiendo eso de la libertad de expresión o de información o de lo que sea. No te lo puedo prohibir, pero que sepas que no colaboraré. No me gusta que se remueva el pasado. Solo te pido una cosa▶ no me hagas más daño».
Inmediatamente después, como si nada, ella volvió a sacar algún tema intrascendente y a saltar a otro, y a hablar de los postres y a decir que que