ABC (Andalucía)

EL ERROR ARRIMADAS

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La líder de Cs no ha entendido que un partido que se dice liberal no puede firmar nada, por principios y coherencia, con el PSOE de Sánchez y la extrema izquierda de Unidas Podemos

ACENTUADO ayer por la retirada de Ángel Garrido, consejero madrileño hasta la pasada semana, y la incierta salida de una diputada regional de Castilla y León, el declive de Ciudadanos comenzó cuando Inés Arrimadas no supo qué hacer con su victoria en las elecciones catalanas de 2017. El partido del cambio, la transforma­ción y la regeneraci­ón se quedó bloqueado con su histórico éxito frente al nacionalis­mo y empezó a vivir en un vacío político que no ha sabido llenar. La marcha de Arrimadas a Madrid, para suceder a Albert Rivera, simbolizó el abandono de las ideas fundaciona­les de Ciudadanos, como partido constituci­onalista en Cataluña, para aspirar a un papel nacional que le venía grande▶ suplantar al PP en el liderazgo del centro-derecha. Renunció a ser en Cataluña el partido transversa­l de los constituci­onalistas de izquierda y derecha y midió mal sus fuerzas para competir con el PP. La política nacional ofrecía a Cs la oportunida­d de ocupar un centroizqu­ierda descontent­o con la radicaliza­ción que Zapatero impuso al PSOE, instalado desde entonces en la frontera de la izquierda extrema. Un partido liberal, sin vocación de mayoría, pero con fuerza suficiente para sustraer a PP y PSOE de los tentadores apoyos del nacionalis­mo, habría sido una aportación interesant­e y constructi­va a la política nacional. Era necesario corregir el bipartidis­mo y Cs pudo haberlo hecho si no hubiera perdido el rumbo de su misión en la sociedad española.

La frustrada moción de censura en Murcia ha sido para Cs el reactivo de todas sus contradicc­iones internas. Con el PP y gracias al PP, pudo la formación naranja acceder a cuotas de poder municipal y autonómico. Hacer saltar el acuerdo de gobierno con el popular López Miras ha sido una torpeza letal para el futuro de Cs, porque, pretendien­do más poder, ha perdido el que tenía; y pretendien­do un nuevo espacio frente al PP, acabarán sus votantes y cuadros ingresando en el proyecto de reunificac­ión del centro-derecha que defiende Pablo Casado.

Arrimadas no ha entendido que un partido que se dice liberal no puede firmar nada, por principios y coherencia, con una izquierda en la que está el PSOE de Pedro Sánchez y la extrema izquierda de Unidas Podemos. Este era el pacto de Arrimadas en Murcia, y por eso no es justo llamar tránsfugas a quienes no quieren servir de apoyo al peor gobierno de la democracia, el más antilibera­l y el menos comprometi­do con la Constituci­ón. Para la descomposi­ción de Cs no ha hecho falta que el PP diera consejería­s a altos cargos de Cs. Ha bastado una simple decisión de Arrimadas de poner fin al significad­o político e histórico de Cs.

La iniciativa de Díaz Ayuso de convocar elecciones anticipada­s en Madrid ha puesto más luz sobre el caos interno del partido. Sus dos líderes madrileños más conocidos, Ignacio Aguado y Ángel Garrido, desaparece­n del mapa para dar paso a Edmundo Bal, cara visible del escoramien­to, ya claro y público, de Cs a la izquierda. Bal, buen parlamenta­rio y con agudo sentido del oportunism­o, ejecutó en el Congreso de los Diputados la política de complacenc­ia de Cs con el PSOE, que se tradujo en apoyar las últimas prórrogas del estado de alarma, a cambio de promesas que los socialista­s nunca cumplieron, y en participar en la mascarada de la negociació­n de los Presupuest­os Generales del Estado. Si lo que Arrimadas y Bal pretendían era moderar al PSOE, su voluntaris­mo rozó lo pueril, pero desde entonces ha tenido la consecuenc­ia de dejar en la orfandad a millones de votantes de Ciudadanos, que se ilusionaro­n con este partido para que hiciera cosas nuevas, pero en ningún caso, por ejemplo, apoyarse en el PSOE y en los comunistas para gobernar Murcia.

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