ABC (Andalucía)

Mejores autobiogra­fías son las que recogen los sentimient­os y la vida cotidiana de los personajes, sus filias y sus fobias

Las PEDRO GARCÍA CUARTANGO

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NADIE o casi nadie cuenta la verdad sobre sí mismo. Por eso, el género de la autobiogra­fía suele pecar de tramposo. Resulta muy difícil evitar la tentación de embellecer el pasado o justificar nuestros errores. En la gran mayoría de las que he leído, el autor traza una imagen beatífica de sí mismo, mientras elude las sombras que podrían arrojar una mala imagen.

Es el caso de las ‘Memorias de ultratumba’ de Chateaubri­and, publicadas tras su muerte. Hoy son un clásico que enaltece su figura como héroe romántico y aristócrat­a desengañad­o. Aunque fue ministro y diplomátic­o, el mundo le recuerda por esta obra de miles de páginas en las que fabrica una leyenda.

Acabo de leer ‘Yoga’, de Emmanuel Carrère, otro libro autobiográ­fico sobre la depresión en la que cayó tras la separación de su esposa. Cuenta que se estuvo citando durante meses en la habitación de un hotel con una mujer a la que conoció casualment­e. No sabía ni su apellido ni donde vivía. Rompieron porque ella se trasladó con su familia a Australia.

Y relata que años después se encontraro­n en la sala de un aeropuerto, que se sentaron a unos metros, que se miraron y no se saludaron. Nunca volvió a verla. Intuyo por la forma de la narración que es una licencia literaria. Pero no puedo asegurarlo porque yo me encontré con un vecino en un restaurant­e del hotel Hyatt de Tokio. Estaba con su amante.

He leído las autobiogra­fías del general De Gaulle, Adenauer, Eisenhower, Kruschev, Thatcher, Clinton, Blair y Gerry Adams. Todas ellas están llenas de omisiones. Intentan construir una imagen favorable para la posteridad, pero son poco fiables.

Hay, sin embargo, excepcione­s en el género. Por ejemplo, las ‘Confesione­s’ de Rousseau, un libro en el que parece hallar placer en lacerarse. Cuenta episodios como el intento de violación de un canónigo o cómo acusó a una criada de un robo del que él era culpable.

La mejor autobiogra­fía es a mi juicio los ‘Ensayos’ de Montaigne, en los que confiesa en el prólogo que quiere que le vean en su manera de ser «simple, sin estudio ni artificio». Lo consiguió sin exaltar sus méritos ni ocultar sus defectos. Respira sinceridad cuando dice que desearía que la muerte le cogiera plantando coles.

Me parece que las mejores autobiogra­fías son las que recogen los sentimient­os y la vida cotidiana de los personajes, sus filias y sus fobias. Desconfío de las que ensalzan la grandeza y el papel histórico de sus protagonis­tas. Napoleón intentó construir una imagen para la posteridad, pero se le pasó por alto un hecho que le dignifica más que sus triunfos▶ que cedió su caballo y su capote a un soldado herido. Son los pequeños gestos los que revelan la talla moral de un ser humano. Ninguna vida resiste un examen con una lupa. Ya decía Pascal que la grandeza del hombre está en reconocer su pequeñez.

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