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saga de los Rothschil. Pronto vinculados con la monarquía canovista, uno de sus integrantes más activos adunó estrechos lazos con Alfonso XIII, ‘hombre de negocios’, según el afortunado subtítulo de un estudio historiográfico en verdad esclarecedor debido a la muy documentada y buida pluma del contemporaneista y antiguo hombre público en las filas del PP, el donostiarra Guillermo Gortázar. Sobrenombrado, no sin alguna exactitud, en ocasiones ‘El Africano’, es innegable el peraltado interés sentido por dicho soberano por todo lo concerniente al pasado y presente del Protectorado marroquí. Tal circunstancia vino a añadir un elemento más a la colaboración establecida entre D. Alfonso e Ignacio Bauer, quien, a su vez, la mantenía muy cerrada con otro africanista de convicción y obra historiográfica▶ Manuel L. Ortega Pichardo. Desde el mirador de la candente actualidad se observa con creciente paralaje la honda, sincera afección de los españoles de la primera mitad de la centuria precedente por la historia y destino el territorio del Riff. También en este terreno, la dictadura primo-rriverista evidenció una indisimulada atracción por la temática indicada. (Gracias a ella, al correr del tiempo, un veintenio ulterior, muchos judíos centroeuropeos salvaron su existencia del genocidio nazi, al poder atestiguar los diplomáticos franquistas la condición sefardí de no pocos de entre ellos...). En pleno vigor del régimen antedicho, Ortega e I. Bauer fundaron una mítica institución del libro español e hispanoamericano▶ la Compañía Iberoamericana de Publicaciones (la CIAP), ejemplo todavía de buen quehacer en el difícil ramo de la bibliografía en España, en la que los autores catalanes tuvieron un lugar preferente en concierto afinado con los escritores de mayor nombradía en todos los horizontes literarios de la España de los años veinte y de la Iberoamérica de la misma etapa y siguiente. (De insoslayable consulta al respecto son las amenas páginas consagradas en su ‘Testimonio y recuerdo’. Reconstrucción por su director de ediciones, D. Pedro Sainz Rodríguez▶ Barcelona, 1978, pp. 124 y ss.)
No obstante el indiscutible éxito de la CIAP, las secuelas españolas de la crisis bursátil de 1929 afectaron de modo particular a una entidad de sus características europeas más que propiamente hispanas. Intelectual de raza pero también familiar y biográficamente banquero, I. Bauer, malquisto por los prohombres de la Segunda República, dedicó los inicios de los treinta a atender sus empresas extranjeras, con la excepción del diario y arduo trajinar de la Academia de Doctores, muy dañado obviamente en un Régimen como el del 14 de abril, cuya artillería proselitista bombardeaba con frecuencia su misma línea de flotación. Advenido el 18 de Julio y con la firme e inquebrantable adhesión de Bauer y el sionismo español por él acaudillado a una dictadura que alcanzó una de las cumbres de su travestismo táctico con el doble juego practicado con ‘los judíos’ –y algo menos con ‘los masones’...–, la Academia consiguió recuperar un nivel mínimo de normalidad institucional. El largo mandato de un franquista genuino, el ilerdense Eduardo Aunós Pérez –ministro de Trabajo de Primo de Rivera (1925-30), y de Justicia entre marzo de 1943 y julio de 1945–, grisáceo y hasta anodino logró, empero, superar el peligro de extinción que estuvo a punto de ocurrir en más de una ocasión en el ocaso de la vida de su fundador. Cuando la historiografía nacional cuente por fin con una biografía en toda regla de Ignacio Bauer, quien en esta fase de su accidentada existencia ejerció la docencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, estaremos en condiciones de abordar con la menor acribia exigida por la trascendencia de la Institución y la importancia de su creador el languideciente itinerario que antecedió al auge irrefragable en que desde ha varios decenios se encuentra una Academia clave por su naturaleza, composición y objetivos en el esperanzador desarrollo experimentado hodierno por la cultura española en la vertiente señalada.