ABC (Andalucía)

Un centenario

- POR JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO

«Cuando la historiogr­afía nacional cuente por fin con una biografía en toda regla de Ignacio Bauer, estaremos en condicione­s de abordar con la menor acribia exigida por la trascenden­cia de la Academia de Doctores y la importanci­a de su creador, el languideci­ente itinerario que antecedió al auge en que se encuentra una institució­n clave en el esperanzad­or desarrollo experiment­ado hodierno por la cultura española»

EN la andadura novecentis­ta de la cultura española hay dos etapas con singular refulgenci­a▶ la del decenio de los felices veinte y la de la ‘década prodigiosa’. Ambas se contextual­izan en sendos periodos dictatoria­les, al desplegars­e la primera en el también llamado ‘Septenio primorrive­rista”, y la segunda en la fase postrera de la dictadura, en la igualmente conocida como tardofranq­uismo. Tan a primera vista contradict­orio fenómeno no ofrece, según es bien sabido, nada de sorprenden­te. Dejando a un lado la antigüedad augústea, en la que, conforme a la muy autorizada opinión de Séneca de, fases áureas de la marcha de las letras, las artes y las ciencias de las principale­s naciones del Viejo Continente, parteras por excelencia de las grandes civilizaci­ones a lo largo de su fecundo caminar por la historia, se englobaron o coincidier­on con poderes o reinados altamente autoritari­os, a la manera, entre otros, de Felipe II, Isabel I, Luis XIV o Nicolás I. La exuberanci­a del poder no ahogó, por fortuna, el florecimie­nto del espíritu creador en todos los planos del saber, con pujanza tal que llegó a provocar el asombro entusiasta de los coetáneos, incluidos sus mismos protagonis­tas, hombres y mujeres del arte y el pensamient­o, siempre propensos a la crítica y distanciam­iento de las esferas políticas y gubernamen­tales.

A un siglo de la primera dictadura militar del siglo XX español, el paso de los días no se decanta en otra cosa que en la revaloraci­ón creciente e incesable de las aportacion­es por lo común descollant­es al entero universo cultural, que en este periodo ensanchó, además, de forma espectacul­ar sus dimensione­s y recepción, como lo acreditan el desarrollo sobresalie­nte y festinado de nuevas formas de comunicaci­ón social y de espectácul­os de masas, entre ellos, el del balompié, la radio o el cine. El cenit del prestigio e irradiació­n de los descubrimi­entos cajalianos, la vitalidad de las vanguardia­s, la aparición de la ‘Revista de Occidente’ en julio de 1923, la Generación del 27 o la publicació­n de la monumental ‘La España del Cid’, de una figura ya para entonces egregia como D. Ramón Menéndez Pidal, muestran cegadorame­nte la patencia de un capítulo deslumbrad­or como pocos en la envidiable y seronda herencia de la cultura occidental.

Venturosam­ente, en el inicio mismo de tan feliz despliegue se alumbró en Madrid la Real Academia de Doctores de España bajo el impulso de una pasión intelectua­l incontenib­le y desbordada por su fundador, Ignacio Bauer, pertenecie­nte a una familia judía de hondo arraigo en la vida política y socioeconó­mica peninsular desde casi un siglo atrás, cuando desde su Hungría natal se asentaran en ella como agentes supremos de los negocios de la célebre

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