Un centenario
«Cuando la historiografía nacional cuente por fin con una biografía en toda regla de Ignacio Bauer, estaremos en condiciones de abordar con la menor acribia exigida por la trascendencia de la Academia de Doctores y la importancia de su creador, el languideciente itinerario que antecedió al auge en que se encuentra una institución clave en el esperanzador desarrollo experimentado hodierno por la cultura española»
EN la andadura novecentista de la cultura española hay dos etapas con singular refulgencia▶ la del decenio de los felices veinte y la de la ‘década prodigiosa’. Ambas se contextualizan en sendos periodos dictatoriales, al desplegarse la primera en el también llamado ‘Septenio primorriverista”, y la segunda en la fase postrera de la dictadura, en la igualmente conocida como tardofranquismo. Tan a primera vista contradictorio fenómeno no ofrece, según es bien sabido, nada de sorprendente. Dejando a un lado la antigüedad augústea, en la que, conforme a la muy autorizada opinión de Séneca de, fases áureas de la marcha de las letras, las artes y las ciencias de las principales naciones del Viejo Continente, parteras por excelencia de las grandes civilizaciones a lo largo de su fecundo caminar por la historia, se englobaron o coincidieron con poderes o reinados altamente autoritarios, a la manera, entre otros, de Felipe II, Isabel I, Luis XIV o Nicolás I. La exuberancia del poder no ahogó, por fortuna, el florecimiento del espíritu creador en todos los planos del saber, con pujanza tal que llegó a provocar el asombro entusiasta de los coetáneos, incluidos sus mismos protagonistas, hombres y mujeres del arte y el pensamiento, siempre propensos a la crítica y distanciamiento de las esferas políticas y gubernamentales.
A un siglo de la primera dictadura militar del siglo XX español, el paso de los días no se decanta en otra cosa que en la revaloración creciente e incesable de las aportaciones por lo común descollantes al entero universo cultural, que en este periodo ensanchó, además, de forma espectacular sus dimensiones y recepción, como lo acreditan el desarrollo sobresaliente y festinado de nuevas formas de comunicación social y de espectáculos de masas, entre ellos, el del balompié, la radio o el cine. El cenit del prestigio e irradiación de los descubrimientos cajalianos, la vitalidad de las vanguardias, la aparición de la ‘Revista de Occidente’ en julio de 1923, la Generación del 27 o la publicación de la monumental ‘La España del Cid’, de una figura ya para entonces egregia como D. Ramón Menéndez Pidal, muestran cegadoramente la patencia de un capítulo deslumbrador como pocos en la envidiable y seronda herencia de la cultura occidental.
Venturosamente, en el inicio mismo de tan feliz despliegue se alumbró en Madrid la Real Academia de Doctores de España bajo el impulso de una pasión intelectual incontenible y desbordada por su fundador, Ignacio Bauer, perteneciente a una familia judía de hondo arraigo en la vida política y socioeconómica peninsular desde casi un siglo atrás, cuando desde su Hungría natal se asentaran en ella como agentes supremos de los negocios de la célebre