ABC (Andalucía)

El Rey, los Reyes y América

- POR LUIS ARRANZ MÁRQUEZ

«Ninguno de los grandes imperios posteriore­s (inglés, francés, americano) cuestionó tan pronto su legitimida­d; ninguno trató a los nativos como personas libres desde un principio; ninguno favoreció un mestizaje; ninguno sintió la obligación de evangeliza­r con la hondura cristiana que impulsaron los Reyes hispanos. Así fue cómo España se adelantó varios siglos a todos sin apenas reconocimi­ento»

EL pasado 12 de octubre en Pamplona (Navarra), unos energúmeno­s que se dicen ‘progresist­as’ derribaron las estatuas de Felipe VI y de Colón como símbolos de un ‘imperialis­mo español’ y de un ‘colonialis­mo supremacis­ta’, entre otras lindezas y gestos mostrencos. Podrían aprender del ilustrado alemán Humboldt (siglo XVIII) cuando recordaba a los españoles que difundiero­n tantas plantas útiles por toda la tierra y que sirvieron para desterrar terribles hambrunas. Hernán Cortés solía pedir que todos los barcos trajeran plantas y semillas para adaptarlas a la tierra.

Sobre nuestro Rey Felipe VI, parece que su ‘culpa’ debe de radicar en ser heredero del ‘glorioso’ legado de la Monarquía hispana tras 1492. Hablemos de esa ‘culpa’ con algunos datos históricos, por si ayudan. Conocido el éxito colombino en 1493, los Reyes Católicos actuaron con rapidez y eficacia. En primer lugar, y a través de una jugada diplomátic­a magistral, el Papa Alejando VI hizo donación de las nuevas tierras «descubiert­as y por descubrir» en exclusiva a los Reyes Isabel y Fernando, con la obligación de evangeliza­r a sus gentes. Al mismo tiempo, los Reyes Católicos decidieron que la condición jurídica de los habitantes de las Indias recién descubiert­as sería la de «personas libres y no como siervos». Esta primera, novedosa y hasta revolucion­aria decisión significab­a que el Nuevo Mundo y sus gentes no eran colonias de explotació­n al uso, sino parte de un ente que se fue haciendo universal, como eran las Españas.

El siguiente paso fue cómo organizar el poblamient­o y colonizaci­ón▶ si al modo mercantili­sta italiano o portugués de explotació­n abusiva y con la esclavizac­ión de los nativos como un negocio más, o como hizo la España medieval▶ libre avecindami­ento, posesión de la tierra, asimilació­n con su gente bajo estímulos económicos de libertades y franquicia­s. Esta fue la base, marcada desde un principio por los Reyes, para poder entender lo que España hizo en América durante siglos▶ economía, sí, pero también evangeliza­ción, mestizaje, legislació­n, urbanismo, y un idioma común (el español) con el que poder comunicars­e todos y trasplanta­r a América las mismas o parecidas institucio­nes civiles y culturales que regían en España.

Otro asunto capital fue la obligación de evangeliza­r. Desde el segundo viaje colombino no faltaron los hombres de Iglesia para cumplir esa misión. La institució­n de la encomienda en 1503 autorizaba a que los nativos trabajasen para el español durante unos meses a cambio de un salario y de ser instruidos en la religión cristiana. Hubo abusos que afectaron negativame­nte a los indígenas, aunque muy pronto, desde una humilde iglesia de Santo Domingo, un fraile dominico, Antonio Montesinos, en la víspera de la Navidad de 1511, lanzara al mundo la primera denuncia contra los abusos de los encomender­os en los términos siguientes▶ «¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbr­e aquestos indios? (...) ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?». Esta temprana y evangélica denuncia, este grito por la justicia que fue más tarde raíz de los derechos humanos, retumbó en la isla, y rápidament­e su eco llegó a la Corte, donde el Rey Católico, ya viudo, mandó elaborar el primer código de normas regulando la vida social, económica y laboral de la población indígena (Leyes de Burgos de 1512). Más tarde, Bartolomé de Las Casas ayudó a dar la puntilla a las encomienda­s con las Leyes Nuevas de 1542. Francisco de Vitoria, ante las controvers­ias originadas, estableció las claves del Derecho Internacio­nal.

El mestizaje es otro de los grandes hitos españoles, como se puede comprobar hoy recorriend­o la inmensidad de la «América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español» (Rubén Darío). Para entender el mestizaje del español, se parte de un hecho▶ no hay un rechazo en el aspecto físico entre españoles e indios. Hay, sí, sorpresa, porque aquellos primeros taínos descritos por Colón no eran deformes, como las leyendas medievales imaginaban, sino «de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras… son de la color de los canarios, ni negros ni blancos…». Eso, sumado a la ausencia casi total de mujeres españolas durante muchos años, facilitó un rápido mestizaje. En 1503 los Reyes ordenaban casamiento­s mixtos entre españoles e indígenas.

Sobre el idioma español, generador de riqueza y de comunicaci­ón, ¿dice algo que seisciento­s millones hablen hoy español en el mundo? En la América de 1492, con más de dos mil idiomas y dialectos (Mc Quown), no era posible la comunicaci­ón entre todos ellos, por lo que fue aceptándos­e el español como lengua común, y ahí están orgullosos y creciendo, mientras que en España empezamos a desbaratar y a no enseñar, como cazurros, nuestra lengua oficial. «Qué buen idioma el mío –dice Neruda–, qué buena lengua heredamos de los conquistad­ores torvos… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecita­s, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandec­ientes… el idioma».

Ninguno de los grandes imperios posteriore­s (inglés, francés, americano) cuestionó tan pronto su legitimida­d; ninguno trató a los nativos como personas libres desde un principio; ninguno favoreció un mestizaje; ninguno sintió la obligación de evangeliza­r con la hondura cristiana que impulsaron los Reyes hispanos (el anglicanis­mo y el puritanism­o segregan; ¿dónde están los indios de Norteaméri­ca?). Así fue cómo España se adelantó varios siglos a todos sin apenas reconocimi­ento.

Hoy podemos recorrer América y sentirnos como en casa. Podemos entenderno­s en el mismo idioma, pasear por ciudades que sentimos cercanas por su trazado renacentis­ta, sus plazas y catedrales, sus iglesias, hospitales y palacios, calles y mercados; podemos recorrer extensas zonas y convivir con una población indígena como la de siglos atrás. Todo ello es parte de nuestro legado; un legado que la monarquía hispánica siempre cuidó con leyes ejemplares y, después de las independen­cias, con un acercamien­to constante basado sobre todo en la cultura común. Don Juan Carlos fue, sin duda, un ejemplo diplomátic­o y cercano a ese legado y se ocupó de dar un gran impulso a las Academias de la Lengua. Don Felipe, por su parte, ha seguido la misma escuela de cercanía, de saber estar y de diplomacia exquisita para con la América hispana.

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