ABC (Andalucía)

No es necesario recurrir a Lucifer para explicar la existencia del mal

PEDRO GARCÍA CUARTANGO

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CUANDO estudiaba en mi infancia en una escuela católica, escuché una conversaci­ón entre el párroco y el coadjutor sobre los exorcismos. Sin entender muchas de las cosas que decían, el asunto suscitó mi imaginació­n. Me quedé con la idea de que el Diablo podía encarnarse en una persona con la que yo podía cruzarme en la calle sin sospechar de su naturaleza.

Lo cierto es que sólo me he topado con algún demonio en mis sueños y en la película ‘El exorcista’, que vi cuando se estrenó en 1973. Yo ya sabía que las personas poseídas podían hablar en lenguas muertas, levitar sobre la cama o hacer uso de una fuerza descomunal. En esa época me tomé el trabajo de leer algunos libros sobre el exorcismo y sus ritos, en los que se especulaba sobre la naturaleza del Luzbel y su presencia en el mundo. El propio Papa Francisco confirmó que el Maligno existe de verdad.

Sólo una vez he podido intercambi­ar unas pocas palabras con un exorcista. Hubo algo en su enigmática cortesía que me perturbó. En determinad­o momento, sentí que aquel sacerdote católico se había contagiado de su trato familiar con Lucifer.

Todo esto lo recordé hace unos días cuando leí unas declaracio­nes de Manuel Acuña, un obispo luterano argentino que ha practicado más de mil exorcismos y que acaba de publicar un libro sobre el tema. Decía que Satán se encubre tras la desmedida pasión por el dinero y el éxito y, tal vez, no esté equivocado.

Sigmund Freud no creía en las posesiones demoniacas y atribuía los comportami­entos neuróticos a la represión. Me parece más verosímil esta tesis, aunque se han documentad­o casos que carecen de explicació­n como se desprende de los trabajos de Sante Babolin, un profesor católico de Padua y catedrátic­o de filosofía. Babolin sostiene que la conducta del 98% de los poseídos que trató a lo largo de su vida tenía causas psíquicas. Pero nos queda un inexplicab­le 2%.

Igualmente incomprens­ible me parece la conducta de una buena parte de la clase política con el indecente espectácul­o al que nos están sometiendo, pero no pienso que nuestros dirigentes estén poseídos por el Diablo. Simplement­e tienen una falta de escrúpulos morales y una excesiva ambición.

No es necesario recurrir a Lucifer para explicar la existencia del mal, la tiranía o la locura fanática en el mundo. Basta con profundiza­r en el alma humana. Hitler exterminó a seis millones de judíos y Pol Pot asesinó a casi dos millones de personas en Camboya por llevar reloj, ser maestros o poseer libros. Lástima que no pudieran ser exorcizado­s.

Los que apelan a los malos espíritus para encontrar justificac­ión a la perversida­d no se dan cuenta de que el verdadero peligro se halla en el interior del hombre, en la banalidad con la que se suelen amparar crímenes en nombre de las causas más abstractas. Todo ello resulta humano, demasiado humano.

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