ABC (Andalucía)

El experiment­o de cantar como nunca para disfrutar como siempre

Barcelona acoge un concierto con 5.000 personas; 6 positivos se quedaron sin pasar

- DAVID MORÁN

Un año, tres días y unas dos o tres horas. Minuto arriba minuto abajo, ese es el tiempo que separa el último acople del concierto que ofreció Izal el 24 de febrero de 2020 del primer compás de ‘Nadie por las calles’, canción con la que los barcelones­es Love Of Lesbian saltaron ayer al escenario del Palau Sant Jordi. Sí, el Palau Sant Jordi. Porque un año, tres días y una dos o tres horas después, el recinto cubierto de mayor capacidad de Barcelona, el mismo por el que han desfilado casi todos los astros de la música popular de las últimas décadas y que llevaba un año largo enmudecido y cerrado a cal y canto, volvía a la vida para ofrecer un concierto para 5.000 personas y sin distancias de seguridad.

Un aforo que queda aún lejos, muy lejos, de las 18.000 personas que puede absorber el espacio, pero que después de meses de sequía cultural, grupos burbuja y restriccio­nes de todo tipo, impresiona lo suyo. De hecho, no se veía nada parecido por aquí desde que Raphael hizo doblete el pasado mes de diciembre en el WiZink Center madrileño, un precedente que, sin embargo, tampoco sirve para explicar lo que pasó anoche en Barcelona.

Porque, en cierto modo, y a pesar de las ganas que se respiraban en el ambiente y del frenesí con el que el público coreaba el ‘Here Comes The Sun’ de los Beatles en los minutos previos a la actuación, el concierto era lo de menos. Sí, estaban Love Of Lesbian y su arsenal de himnos y su contagioso entusiasmo, pero lo importante no fue si ‘Bajo el volcán’ sonaba así o asá o si ‘Belice’ llegaba antes o después que ‘Manifiesto Delirista’.

Volver a empezar

Lo importante, de hecho, era volver a reunir a varios millares de personas y abrir una puerta, por pequeña que sea, al regreso progresivo de actos multitudin­arios, los más castigados por la pandemia de coronaviru­s. «Estamos volviendo», podía leerse en una de las pantallas que flanqueaba­n el escenario segundos antes de que el Palau Sant Jordi volviese a vibrar como siempre y a celebrar como nunca. «Bienvenido­s a uno de los conciertos más emocionant­es de nuestras vidas. Todo el mundo nos mira», dijo el cantante de Love Of Lesbian, Santi Balmes, desde el escenario.

Y si el mundo miraba no era porque aquello fuera una actuación al uso ni porque los catalanes hubiesen decidido rescatar canciones que ya no volverán a sonar en directo en mucho tiempo, sino porque en realidad lo del Sant Jordi se trataba de un nuevo ensayo, el segundo tras el concierto de noviembre en la sala Apolo, para medir la eficacia de los test de antígenos en grandes acontecimi­entos. Un experiment­o a gran escala ideado por Festivales Por la Cultura Segura e investigad­ores

Arriba, un momento del concierto en el Palau Sant Jordi, la experienci­a piloto para probar que la cultura es segura. A la izda., por la mañana los asistentes superaron el test de antígenos del Hospital Germans Trias i Pujol que empezó a primera hora de la mañana en Razzmatazz, Apolo y Luz de Gas, salas de música reconverti­das en centros de cribado.

Por ahí había que pasar para someterse a un test de antígenos que, vinculado a la entrada del concierto a través de una aplicación, permitiría acceder al Palau Sant Jordi. La operación era la mar de sencilla▶ tras pedir hora en una de las tres salas, bastaba con acudir durante el turno indicado, someterse al test rápido y esperar a que en la aplicación del móvil el semáforo pasase del naranja de pendiente al verde de negativo.

Una operación que, sumando el ensartamie­nto nasal y la espera del resultado, apenas llegaba a la media hora y que al final sólo arrojó media docena de positivos. Seis personas que se quedaron sin Sant Jordi y sin concierto. El resto, los cuatro mil, noventos y muchos negativos, tenían barra libre, control de temperatur­a mediante, para desgañitar­se con ‘Noches reversible­s’, exhibir linterna del móvil en ‘Universos infinitos’ y brincar como si no hubiese un mañana al ritmo de ‘Club de fans de John Boy’.

Evitar que «entre el virus»

Eso sí▶ ni hablar de quitarse la mascarilla (modelo FFP2 y cortesía de la organizaci­ón) ni de beber en la zona de pista (para echarse algo al coleto había que desplazars­e a las zonas especialme­nte habilitada­s). Tampoco de burlar el toque de queda. «Por primera vez en la historia, dar negativo es positivo», bromeó Balmes antes de atacar ‘Segundo asalto’. «Hoy es un día muy importante, porque podemos contribuir a demostrar que utilizando estos test rápidos podemos evitar que el virus entre y que esta fiesta se realice con seguridad», explicó minutos antes el investigad­or Bonaventur­a Clotet, director del Instituto IrsiCaixa y telonero involuntar­io y virtual de la velada junto a otros científico­s como Boris Revollo y Oriol Mitjà.

«Este concierto es una batalla que hemos ganado dentro de una guerra», añadió, mucho más expeditivo, el cantante de la banda barcelones­a. Una guerra que viene de lejos, cuando el pasado mes de mayo la sala Jamboree intentó reabrir con un aforo ridículo y una primera actuación a cargo del fogoso soulman Clarence Bekker.

Casi un año después, la mayoría de salas siguen cerradas, muchas de ellas al borde de la extinción o de la quiebra, mientras que Bekker, todo entusiasmo, canta versiones de The Weeknd y Amy Whinehouse en el Paseo Marítimo de Barcelona.

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AFP
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