Un juramento hipocrático para los diseñadores de aplicaciones
James Williams no se considera un tecnófobo, sino todo lo contrario: él quiere que la tecnología sirva a los fines humanos, y por eso cree que hay que cambiar las derivas actuales del sector. Para ello, al final de su libro propone una suerte de juramento hipocrático adaptado para los diseñadores de páginas web y aplicaciones, en el que estos se comprometan, por ejemplo, a preocuparse por el bienestar de los usuarios y a no entorpecer sus proyectos vitales
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privándoles de su atención. También tendrían que prometer, en su opinión, que respetarán la dignidad y libertad de las personas que utilicen sus productos. A nivel práctico e inmediato, propone dos medidas muy concretas: en primer lugar, la obligación de medir los efectos de las aplicaciones y demás creaciones digitales sobre las vidas de los usuarios; en segundo lugar, comunicar periódicamente las intenciones y metodologías de estas de forma clara y honesta.
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Educación
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los aspavientos en el clímax de esta marcha al Señor de Málaga, que es patrimonio de todos. La mascarilla escondía su sonrisa, pero la emoción era evidente. En sus ojos y en los de todos los presentes, absortos por la solemnidad de una marcha que eriza los bellos del más templado.
Homenaje a los cofrades
Este homenaje a los cofrades tras dos años sin imágenes en la calle es la antesala de un futuro «sin barreras» para la formación, cuyos integrantes serán el corazón sonoro de los musicales que acoja el teatro en adelante. «Hablamos de entre 20 y 25 músicos que intervendrán en cada musical, además de en los conciertos que Antonio quiere hacer, con ciclos muy concretos dedicados a figuras como Gershwin o Cole Porter», explica Díez Boscovich. Cuenta, además, con una reserva de músicos que se sumarán al programa propio que tendrá la orquesta en el calendario del teatro.
El objetivo de la agrupación es huir del purismo que a menudo se achaca al mundo de la sinfónica para embarcarse en el jazz o en las grandes bandas sonoras séptimo arte, terreno en el que Boscovich se mueve como pez en el agua. «Creo que hay muchísimo público que disfruta de esa música de cine, y sobra juzgar si tiene más o menos categoría.