ABC (Andalucía)

Empecinado.

- RODRIGO CORTÉS

NUEVE millones y medio de vacunas han entrado en España hasta el 31 de marzo. Nunca sabremos cuántas dosis hubiera conseguido nuestro Gobierno por su cuenta, hasta esa fecha, en un mercado donde el mejor postor se queda corto. Tenemos la experienci­a de hace un año. El Ministerio de Sanidad pretendió centraliza­r, sin gestores propios, las compras de unas autonomías emboscadas en lejanos aeropuerto­s. Solo funcionó el sálvese quien pueda. Subastas de mascarilla­s, equipos de protección personal y respirador­es, regateando como en un zoco. Los que se las vieron y desearon para conseguir el material saben de una guerra sin reglas que sigue con las vacunas. Absténgase de participar los incautos y los ingenuos. La Unión Europea se está dejando unos cuantos jirones de su prestigio. Para muchos era la esperanza de eficacia. Y más en un país como el nuestro, anclado en la parte alta de las listas de fallecidos y contagiado­s. El mastodonte europeo ha mantenido su ritmo lento, dejándose torear por los británicos, que encima han utilizado las vacunas como una justificac­ión más del Brexit. El nacionalis­mo no descansa ni en pandemia.

Se nos ha quedado cara de palo de escoba al comprobar que por ahí fuera no son tan perfectos como creíamos. Ni siquiera en una situación de emergencia y necesidad, los burócratas de Bruselas han dejado de serlo. Los llamados a filas para las vacunas guardan turno en los centros de salud, hospitales ‘zendales’ o recintos deportivos con el cansancio acumulado y, por supuesto, con el recelo a unos fármacos compuestos en tiempo récord. Los expertos en los que se refugian los políticos, para descargar su responsabi­lidad en las decisiones, no dudan de la eficacia de los fármacos. Sus explicacio­nes consuelan, calman y alivian. No es poco. Se agradece la honestidad. Deben insistir hasta el último de la fila, de esta se sale dando la vez. Los ciudadanos acuden a la llamada de sus 17 consejería­s de salud de manera disciplina­da, confiando a un par de pinchazos el final de un tiempo robado por un virus que deja dolor y secuelas todavía por descubrir.

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