ABC (Andalucía)

«Se aprovechó de la presión social que sufren las solteras»

Las víctimas no eran ingenuas, sino que atravesaba­n un mal momento sentimenta­l

- J. HIERRO

Se escabulló en un tercer grado y recaló de nuevo en Cataluña sin que, según valoró Sànchez en una conversaci­ón con ABC, ni jueces ni los cuerpos policiales pusiesen mucho empeño en localizarl­e, pese a estar en busca y captura. En Barcelona, al menos siete mujeres denunciaro­n al tal David. Pero no fue hasta 2016, que con la matrícula del coche, los Mossos averiguaro­n quién se escondía tras ese nombre.

La caída del impostor

Con los investigad­ores pisándole los talones, David siguió a lo suyo y pasó a simular ser un importante miembro del organigram­a del Barça. Los Mossos sabían quién era, qué coche tenía, y también que seguía presumiend­o de su falaz trabajo. Tras varias guardias en el entorno de la ciudad deportiva, que el impostor frecuentab­a, acabó detenido. En el maletero del BMW llevaba camisetas y balones del Barça y botellas de vino de la bodega de Iniesta. «¿Es usted Francisco Gómez Manzanares?», preguntó el agente. «Sí», admitió el prófugo, reconocien­do su identidad por primera vez en años, tras estafar unos tres millones de euros en total, según confesó él mismo a una de sus víctimas. Al final, el pasado siempre vuelve, o tal vez, lo cierto es que nunca se va. A Francisco se lo dijo el policía con menos circunloqu­ios▶ «Ahora te van a caer todas las denuncias en cascada, ¿eh, máquina?».

No era exclusivam­ente un estafador de mujeres, pero con el tiempo se fue especializ­ando en un determinad­o perfil de víctimas▶ solteras o divorciada­s, de entre 35 y 45 años, que conocía a través de páginas de citas, y ante las que se presentaba como un hombre cariñoso, deseoso de crear su propia familia. Luego, la «presión social» a la que se ven sometidas –sobre todo– las mujeres sin pareja de cierta edad, hacía «el resto del trabajo», según relatan las fuentes citadas por Guillem Sànchez en su relato sobre Francisco Gómez Manzanares.

Erróneamen­te, a este tipo de estafadore­s se les ha identifica­do tradiciona­lmente como una especie de donjuanes, cuando no son más que depredador­es que se valen de una situación de vulnerabil­idad emocional para aprovechar­se de las víctimas. Y estas mujeres, también equivocada­mente, pueden ser percibidas como ingenuas. Pero no lo eran. Muchas tenían estudios superiores y todas eran de clase media▶ el estafador no se arrimaría si no se oliese que allí había caudales que levantar.

Sus víctimas no eran necias, simplement­e pasaban por momentos de fragilidad sentimenta­l. En una conversaci­ón de Whatsapp que una de las mujeres estafadas tuvo el arrojo de mantener con el estafador tiempo después, Francisco demostraba que no tenía

Las víctimas «Me asustaba no volver a creer en nadie. A este hijo de puta solo se le

vence cuando vuelves a confiar»

Francisco siempre huyó de sí mismo, de una infancia difícil. A su padre, en las tiendas del barrio le atendían con una mano sobre la caja registrado­ra, explicaban los vecinos, y nunca pudo disfrutar del cariño de su madre, ingresada en el frenopátic­o. Y él se escudaba en eso para, de alguna manera, justificar sus tropelías▶ «Soy un supervivie­nte, me enseñaron desde los once años. No creo en nada ni en nadie», le contestó a la víctima en el chat de Whatsapp antes mencionado. Francisco habla desde el victimismo, como si delinquir fuese su única alternativ­a. Es un depredador sin empatía, de difícil tratamient­o, y que a lo único que no hacía luz de gas era al dinero, el auténtico amor de su vida.

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