ABC (Andalucía)

Una de las joyas de la historia de la Ciencia española, olvidada en un piso de Madrid

El archivo de Fernando de Castro, patrimonio de la Unesco, alberga piezas inéditas de Ramón y Cajal

- INÉS MARTÍN RODRIGO

En su casa, de toda la vida de Dios, Ramón y Cajal ha sido, y sigue siendo, don Santiago. Su abuelo, Fernando de Castro, con el que comparte nombre y pasión profesiona­l, fue uno de los últimos discípulos del premio Nobel, de los más queridos y, también, en los que más confianza depositó el científico, hasta el punto de confiarle secretos que, segurament­e, nunca saldrán a la luz, pero esa es otra historia. La que hoy nos ocupa tiene que ver con el legado de ambos, auténticas joyas de la historia de la Ciencia española, declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2017 y que permanecen guardadas en cajas, acumulando polvo, aguantando el peso y el paso de los años sin que nadie más que sus legítimos herederos parezca preocupars­e por ellas. Fernando, el nieto de De Castro, abre a ABC las puertas de la casa del barrio madrileño de los Austrias en la que custodia, con celo y mucho tesón, el archivo que heredó de su padre, que a su vez lo recibió del suyo, pues ambos eran hijos únicos. Con el tiempo, ha ido ganando metros, espacio, a cada una de las estancias para ubicar los distintos tesoros que lo componen.

Aun así, no hay sitio suficiente. Hablamos de décadas de cuidada selección de cartas, de documentos, de dibujos científico­s con sus borradores y sus esquemas, de preparacio­nes histológic­as, de microfotog­rafías, de imágenes que, en sí mismas, son Historia… Entre sus protagonis­tas, aparte del propio Fernando de Castro, Francisco Tello, Nicolás Achúcarro, Pío del Río Hortega, Rafael Lorente de Nó, Domingo Sánchez, Pedro Ramón y Cajal y, claro, Santiago Ramón y Cajal. El abuelo de Fernando tuvo, durante muchos años, avisados a libreros de confianza, en la Cuesta de Moyano, para que cada vez que llegara a sus manos material de don Santiago para su venta –cosa que, tristement­e, ocurría con bastante frecuencia–, le avisaran, y esas mismas fuentes las heredó su hijo con el objetivo de que tan preciado legado no saliera de España –un dibujo puede superar, fácilmente, los 30.000 euros– ni se desperdiga­ra más.

Recuerdos

En cada esquina del piso, surge una anécdota, como la que Fernando cuenta, sosteniend­o una foto dedicada de don Santiago, recordando que el Nobel a punto estuvo de ser padrino de boda de su abuelo. La librería que preside el salón, junto a un busto de Fernando de Castro alrededor del cual cuelgan algunos de sus dibujos científico­s, está repleta de primeras ediciones de obras de don Santiago. Fernando siente devoción por ‘Técnica micrográfi­ca del sistema nervioso’, que firmaron juntos su abuelo y el Nobel, y que muestra con orgullo. Las manos parecen, incluso, temblarle un poco al enseñar el biscuit del escultor Victorio Macho que se elaboró con motivo del centenario del nacimiento de Ramón y Cajal y cuyo número uno se reservó su padre. Algunas de las historias que surgen en el recorrido por la casa, y por tantos recuerdos, parecen sacadas de la trama de una de las mejores novelas de John le Carré. Y es que, entre los muchos logros de Ramón y Cajal, pocos se acuerdan ya de la técnica del micropunto, que permitía sacar imágenes microscópi­cas, retratos, en una sola placa, y a por la que vinieron a España, durante la Segunda Guerra Mundial, tanto los aliados como los alemanes. Al reducir una hoja entera al tamaño de una microficha de apenas un milímetro de diámetro, en ella los espías podían escribir todo tipo de instruccio­nes invisibles al ojo humano, que no al del microscopi­o.

«Mi padre se movió durante mucho tiempo. Durante veinte años estuvo muy preocupado, pero murió sin conseguirl­o». Fernando se refiere a la idea, a la posibilida­d, al sueño ansiado, truncado hasta la fecha, de crear un Museo Cajal y de la Escuela Neurológic­a Española, cuya ubicación ideal, a decir de quienes más saben del tema, sería el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, en el número 51 de la calle de Santa Isabel. Sería la manera de no renunciar, ni traicionar, a la Historia, ya que el antiguo Hospital San Carlos, sede del actual Museo Reina Sofía, se comunicaba, mediante una pasarela, con el Colegio de Médicos. «Por diversas historias, la figura de Cajal, cuando se empieza a utilizar, en los años 50, tiende a usarse repetitiva­mente, tendiendo a ignorar la existencia de una escuela que hubiera cambiado el curso de la neurocienc­ia española».

La idea de presentar a la Unesco la candidatur­a de los archivos de Cajal y De Castro surgió a raíz de que Fernando publicara un artículo, en febrero de 2015, sobre los dibujos del Nobel y de José Celestino Mutis. «A partir de ahí, nos movimos unos cuantos y monta

Sin museo Ninguna institució­n quiere

el legado de científico­s como

Río Hortega, Achúcarro o Cajal

mos un grupo internacio­nal, con el que intentamos orientarno­s en el proceloso mundo de todo esto. Pero Unesco España no nos contestó nunca, así que, a través de un diplomátic­o que es íntimo amigo de un primo mío, conseguimo­s que nos dieran veintiún días para lograr que los archivos fueran propuestos. Lo presentamo­s en el año 2016 y se aceptó en octubre de 2017. Desde entonces, es de lo poco que hay científico en el Patrimonio de la Humanidad. Pero, sorprenden­temente, no tuvimos casi ningún eco, no sabemos por qué, el propio CSIC no le hizo demasiado caso», recuerda Fernando. Después de aquel hito, se organizó un simposio y empezó a cobrar fuerza la idea de hacer un museo. Se involucrar­on, incluso, la Organizaci­ón Médica Colegial y el Colegio de Médicos de Madrid. Pero, finalmente, el proyecto quedó en suspenso, hasta hoy mismo. Entretanto, se han ido montando exposicion­es, nutridas de los archivos Cajal y De Castro, como la última dedicada al Nobel que, en noviembre del año pasado, acogió el Museo de Ciencias Naturales y tras cuyo cierre todos los materiales volvieron a sus respectiva­s cajas.

Solo en España

La intención de Fernando no es que el Estado, o quien correspond­a, compre el archivo de su abuelo, de un valor incalculab­le. Lo que busca es que quede depositado en el museo en cuestión, con una cláusula económica, eso sí, que le permita recuperar, de algún modo, todo lo mucho invertido, a lo largo de tantos años, para conservarl­o en buen estado. «Hemos recibido ofertas de fuera. Ofertas ha habido. Nada más morir mi padre, hubo una para llevárselo a Francia. Y antes de que falleciera llegó otra de Inglaterra. Pero él quería que estuviera aquí. Yo tengo instruccio­nes muy precisas de mi padre que pienso cumplir, porque soy una persona de palabra».

En su misma situación están la familia Cajal y la Río Hortega –estos últimos recibieron una curiosa respuesta de la Residencia de Estudiante­s cuando se plantearon la posibilida­d de llevar allí el archivo de don Pío▶ «¿Qué haríamos con él? A nosotros solo nos interesan Lorca, Buñuel y, en menor medida, Dalí»–. «La escuela de Cajal es la única científica que ha reconocido la Unesco. Consideram­os que tiene que ser un museo moderno, en el que se conserven y se cataloguen todos los archivos que ha distinguid­o la Unesco, donde se reúnan nuevas cosas, en el que se exponga, que entre en el circuito de museos nacionales y que sea, también, un centro de investigac­ión. Estamos hablando de decenas de miles de objetos. El mejor homenaje a Cajal es un Instituto Cajal potente, en condicione­s, y un museo que se potencien mutuamente», remata Fernando, y se despide, con un gesto de tristeza que la mascarilla no logra camuflar.

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ISABEL PERMUY
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