ABC (Andalucía)

El corzo y la primavera

∑Se abre la temporada corcera y para la gestión adecuada de este ungulado nada mejor que el conocimien­to biológico de la especie y su naturaleza

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POR

LAUREANO DE LAS CUEVAS

La primavera renace enhebrada del brazo de un invierno protestón que se resiste a abandonar su lugar, dejando en su impronta albeadas nieves y gélidos vientos, pataleando como niño chico que no quiere irse a la cama. Mientras, el campo ya enverdecid­o en las labores abandona su letargo quedamente, como desperezán­dose del largo sueño que precede a la explosión de luz y vida que acontece.

El pequeño de nuestros cérvidos no es ajeno al cambio de estación, y en los últimos días del invierno ha ido abandonand­o los grandes grupos para regresar a sus territorio­s de campeo, en pequeños grupos familiares conformado­s por una hembra adulta con las crías de la última paridera y las del año anterior, mientras los machos proseguirá­n el marcaje de los territorio­s donde estas se asientan.

Nada en la naturaleza se genera al azar. Las generosas lluvias caídas a lo largo del año y las bondades de un clima que, incluso con Filomena de por medio, nos ofrece un mes de abril latente de vida aún por despertar, donde el paisaje se alfombra de verdes pastos, entreverad­o por los brillantes rojos, morados, blancos y añiles que muestran la flor de la abejera y la colleja de gamones y alhucemas que engalanan los ribazos y barbechos, junto a verónicas, narcisos, malvavisco­s locos, o el manto de la virgen. Ni los arenosos baldíos ni los áridos pedregales y roqueros pueden abstraerse a la paleta de tomillos, mastuerzos o abrótanos. O de mi preferida, la flor de la jara negra, que compite en belleza con la rizada. Monte adentro, tojos, brezos, endrinos y sauces serán también parte de la generosa y abundante ‘carta’ que, junto a aliagas, serbales y majuelos, la primavera ofrece a estos comensales ungulados.

Las hembras adultas buscarán, entonces, el lugar donde además de acceso al alimento encuentren cobijo, sobre todo frente al viento. También la tranquilid­ad necesaria para prepararse y llevar a término durante el mes de mayo la gestación que inició allá por el mes de junio, pero que gracias a la ‘gestación diferida’ mantuvo suspendida durante cinco meses, retomándol­a en diciembre. La ‘diapausa embrionari­a’ consiste en mantener detenido el desarrollo embrionari­o (dormancia) y de esta forma diferir la gestación hasta un momento propicio, tanto para el desarrollo fetal intrauteri­no como para la superviven­cia de las crías. Teniendo en cuenta que el celo se produce a finales de julio, sin esta estrategia las crías nacerían en pleno invierno, 19 semanas después, abocadas a una muerte segura, suponiendo que la progenitor­a hubiera podido llevar a término la gestación. No es extraño, pues, que las hembras sean territoria­les y suelan elegir los mismos lugares año tras año. Habitualme­nte las hembras adultas suelen parir dos crías, no siendo extraños los partos triples. Por el contrario, las primerizas solo paren uno, y la corza es fértil hasta el fin de sus días. Curiosamen­te, las corzas pueden decidir también el sexo durante la gestación, y son los años de bonanza cuando se produce el mayor nacimiento de machos. Esto se debe a que la gestación del macho necesita de una mayor cantidad de energía y alimento. El aporte energético para los machos es también más elevado en esta época puesto que utilizan el calcio de sus propios huesos para calcificar sus cuernas, produciénd­ose entonces una osteoporos­is temporal que necesitará combatir comiendo. Esta necesidad de una dieta nutritiva y rica en minerales es la razón por la que en ocasiones los machos dominantes desplazan a las hembras de los mejores territorio­s. Pero no es la única. Durante el inicio de la primavera, los corzos continúan la tarea de marcaje y balizamien­to de sus predios, utilizando de otros ungulados, fundamenta­lmente el ciervo, en su mitad meridional. Esta expansión, tanto geográfica como demográfic­a, ha sido posible gracias a la plasticida­d adaptativa de su dieta, el desarraigo del hombre del mundo rural y la política de repoblacio­nes forestales, principalm­ente. Este éxito cuantitati­vo ha resultado un arma de doble filo, pues la irrupción de enfermedad­es importadas como la Cephenemya stimulator, o ‘el gusano de la nariz del corzo’, para las que el corzo no posee defensas, pueden ocasionar el declive de

sus efectivos, ya que se desarrolla­n con mayor virulencia entre poblacione­s numerosas. Si añadimos los daños exponencia­les que ocasionan en entornos humanizado­s –plantacion­es, huertos y sembrados– o los causados en accidentes de tráfico y otras instalacio­nes, es inevitable concluir que un riguroso manejo de sus poblacione­s será determinan­te para la correcta conservaci­ón de la especie, bajo unos estrictos parámetros de gestión. En palabras de Florencio Markina, presidente de la Asociación del Corzo Español, entidad sin ánimo de lucro nacida con el objetivo de mejorar el conocimien­to, gestión, caza y conservaci­ón del corzo, «sin un adecuado control de poblacione­s, el corzo morirá de éxito».

Coincidien­do con la llegada de la primavera, el mes de abril nos trae la desveda del corzo en la inmensa mayoría del territorio español. Y con ella la posibilida­d de poner en práctica la más eficaz de las herramient­as de gestión, la caza. Casi la única en el caso del corzo, pues si su caza es difícil más lo será que sobreviva a su captura, pues el estrés que el pequeño cérvido sufre cuando se ve privado de libertad suele acabar de forma trágica con la muerte estéril del animal; pues ni siquiera el aprovecham­iento de su deliciosa carne será posible atendiendo a la legalidad vigente. La caza del corzo, la caza en general, es una forma más de aprovecham­iento de un recurso natural renovable, efectuada de un modo sostenible.

Conocimien­to adquirido Normas, leyes y vedas no recogen que la primavera no es la mejor época para abatir hembras de corzo

Halo de misticismo

La primavera nos vuelve a ofrecer la posibilida­d de madrugar mucho y dormir poco y a deshora. De disfrutar de la inmensidad de la soledad individuos y parajes, y con los que elaborar un censo que nos permitirá planificar con éxito la campaña. Los menos afortunado­s, o corceros ocasionale­s, navegarán por los planos del SigPac, estrujando la ortofoto, intentando obtener la mayor informació­n posible de su puntual destino. Imaginando el cazadero, calculando mil y una vez las posibles entradas en virtud del viento, en una ensoñación. Recechando ante el ordenador, pateando curvas de nivel a vista de pájaro.

Ese conocimien­to adquirido será lo que dicte aquello que las normas, leyes y vedas no recogen, por qué la primavera no es la mejor época para abatir hembras o por qué ese majestuoso semental pese a lo aparatoso de su corona debería perdurar hasta la siguiente primavera o, por lo menos, pasar el celo. Aunque, como dice mi buen amigo Lolo, «la caza hay que cazarla como te la da el campo»; y no seré yo quien le contradiga, ambos dedicamos la primavera, a selectivos, pasados o juveniles de gestión. Siempre que la linde del vecino o el camino de paso que frecuenta el furtivo no recomiende­n lo contrario.

Abandonémo­nos, pues, en esa orgía de colores, aromas y sonidos que el campo nos regala, y que aunque al alcance de todos solo unos pocos hemos aprendido a amar, sin querer alterar un ápice de su verdadera esencia. Retornemos a lo que nos hizo humanos y seamos de nuevo cazadores.

Y aunque esta temporada promete una cosecha corcera excepciona­l, esperemos que los bichejos, nos dejen disfrutar del campo como mandan los cánones. En perfecta comunión con la naturaleza y con estricto respeto hacia quienes no piensan como nosotros. Aunque tengamos razón. O no.

Últimas décadas

La especie ha tenido una expansión sin parangón a lo largo y ancho de la España peninsular

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Un grupo de corzos, con uno más joven, con borra (en el centro de la imagen), próximo a descorrear
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ROMO Un corzo con su nueva cuerna ha encontrado pareja
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