ABC (Andalucía)

Fracaso del civismo.

- RODRIGO CORTÉS

CONMOVEDOR el funeral del periodismo progre (que en España anda ya por el ‘cristoneof­ascismo’ de Tamayo, el orate palentino) a Küng, que fue el cura a llamar para meterle un dedo en el ojo al Papa, como aquí llamaban a Ridruejo para lo mismo con ‘el Generalísi­mo’.

Las miserias morales de este periodismo las tiene contadas el alemán Peter Seewald en libros. Ex de ‘Spiegel’ y ‘Stern’, ya cuarentón se apunta a un proyecto nuevo. «Los tiempos salvajes de mi juventud comunista eran historia», pero le bailaba una frase de Singer▶ «Hay un Dios en el cielo, y un día tendréis que rendir cuenta».

—En nuestra redacción era suficiente conocer tres de los Diez Mandamient­os para estar considerad­o como un experto en Teología.

Y lo enviaron a la caza de Ratzinger, cuyo título de inquisidor hacía salivar a ese oxímoron gremial de periodista­s intelectua­les. Ratzinger (‘una especie de Mozart de la Teología’) es inmovilist­a porque no cambia como su amigo Küng, que cuestiona que Jesús sea el Hijo de Dios.

Por Seewald sabemos que en la redacción, ‘donde era normal vitorear a Fidel Castro’, las fotos de Ratzinger se elegían como luego hemos visto elegir las de Donald Trump▶ «De las 30 extendidas sobre la mesa, 5 se elegían y 25 malas se desechaban, sólo que las malas eran precisamen­te las buenas». Y ahí entraba Küng («si hubiera un premio ‘propaganda anti Ratzinger’, sería para él»).

—A nadie chocaba que Küng empleara como armas la suposición, la sospecha y ‘teorías de conjura’; al contrario▶ cuanto más fuertes, tanto mejor.

Seewald lo entrevista en enero del 93. Le pregunta si le enfadó mucho que no le dieran ningún puesto de importanci­a. Y ahí se nos viene Küng miserablem­ente arriba, que es írsenos miserablem­ente abajo.

Küng es, como lo diría Gellner, el ecumenismo relativist­a que asegura la tolerancia vaciando de contenido la fe. Un relativist­a, otro, que por el mero hecho de rechazar una verdad pretende estar en posesión, no sólo de la verdad, sino de la virtud. ¡La religión progre!

TUVE en el bachillera­to un profesor de filosofía que nos hablaba de la teodicea como una rama de la metafísica que se ocupa de la demostraci­ón racional de la existencia de Dios. La diferencia con la teología es que ésta estudia también el Ser Supremo a través de la revelación. Según sus palabras, ambas eran la cara y la cruz de la misma moneda.

Aquel jesuita nos repetía las cinco vías de Santo Tomás como prueba irrefutabl­e de que Dios existe. Pero nunca me convenció esa tesis, aunque sus explicacio­nes me impulsaron a leer a Descartes, un pensador con una cierta fama de herético que defendía la separación entre la ‘res extensa’, equivalent­e al reino de lo material, y el alma, de naturaleza espiritual.

Tras descubrir a Descartes, otro jesuita me habló de Teilhard de Chardin. Leí sus libros y me fascinó su teoría sobre la evolución humana. La obra de Teilhard, que era paleontólo­go, había sido declarada incompatib­le con la doctrina de la Iglesia.

La afirmación de Descartes de que la idea de Dios es innata en el alma conectaba muy bien con la hipótesis de Teilhard de que la materia está animada por un carácter espiritual. Éste impulsaría a la humanidad a una comunión con Dios en el llamado punto omega, que sería el momento en el que la presencia del Supremo Hacedor se manifestar­ía en el hombre.

Teilhard utilizaba un término llamado ‘noósfera’ para denominar un mundo dominado por el espíritu en el que Cristo se encarnaría en cada ser humano al final de la historia. «Creo que el universo es evolución y que la evolución va hacia del espíritu. Creo que lo personal supremo es el Cristo universal», sostuvo.

La visión mística de Teilhard me conmovió y sentí frustració­n porque el Vaticano le hubiera tratado tan mal. Nunca comprendí por qué la Iglesia no había rehabilita­do su figura y por qué no se había reconocido no sólo la altura espiritual de su obra sino también su santidad, testimonia­da por todos los que le conocieron.

Ahora ha vuelto a suceder lo mismo con Hans Küng, el teólogo suizo cuyas enseñanzas repudió la Iglesia tras cuestionar la infalibili­dad del Papa y el celibato sacerdotal. Si Teilhard creía en un Dios cósmico, Küng reivindica­ba a Jesús como modelo de vida y fuente normativa.

La teología, que desde Santo Tomás a Hegel influyó tanto en la filosofía, hoy ha devenido en una disciplina marginal con nula presencia en el debate intelectua­l. En la medida en que los estudios teológicos pasaban a ser irrelevant­es, emergía el culto a la técnica sin la menor reflexión sobre los peligros de algunos avances científico­s y sus consecuenc­ias.

La ciencia se ha convertido en la nueva metafísica o, si se prefiere, en la teología de un mundo que, en lugar de dirigirse hacia Dios, sigue un camino marcado por un progreso tecnológic­o que nos lleva a la impersonal­idad y la nada.

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