ABC (Andalucía)

Lo que aparece es una nación puntera, pero que hoy está mal gobernada

LUIS VENTOSO

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LLEVAMOS un año con el Covid y todos estamos saturados, por no decir que más fritos que un jurel (y eso pese al alivio de que se han espaciado las emisiones de ‘Aló presidente’). Los estragos de la epidemia y la pelea contra ella copan las webs de los periódicos, los telediario­s, las conversaci­ones; como debe ser dada la magnitud del problema. Pero el aluvión de informació­n es tal que a veces la atención tiende a relajarse cuando arrancan los maratones Covid de las television­es. En esos momentos en los que la cabeza se dispersa me he ido fijando en algo que se repite en todas las imágenes▶ el magnífico país que se divisa al fondo.

¿Han reparado en los lugares donde se está vacunando? Auditorios de último diseño, magníficos hospitales, grandes palacios de congresos, recintos deportivos de arquitectu­ra puntera, recintos feriales perfectos... En las colas se ve en general a una ciudadanía bien vestida, que atiende con educación a los periodista­s. En los reportajes sobre la vida en la calle aparecen pueblos cuidadísim­os, muchos llenos de encanto. Algunas tascas y restaurant­es semejan boutiques de alta arquitectu­ra. Las capitales de provincia, que han dado un estirón impresiona­nte, presentan un ornato urbanístic­o y un ajardinami­ento que en mi juventud parecían propios de la más avanzada Francia.

Los españoles que ya estamos más cerca de la tumba que de la cuna hemos vivido dos países (salto que se extrema en el caso de nuestros abuelos, que a veces pasaron sin transición desde una aldea casi neolítica al futuro). En el barrio portuario coruñés donde crecí, hoy se levantan un gran centro comercial y un Corte Inglés donde antaño había un poblado chabolista. Donde se apilaban un vertedero y unos enormes tanques de petróleo ahora se disfruta de un parque. Aquellas tabernas a lo Far West, con serrín en el suelo, han dado paso a bares finolis de tapeo. Los hospitales parecen hoteles comparados con aquellos donde visité a mi abuelo de niño. A finales del siglo XX, todavía había algún tramo de carretera de adoquín cuando íbamos en coche desde Galicia a Pamplona para estudiar. Los trenes-litera decimonóni­cos han dado paso a los rapidísimo­s AVE y Alvia. Los vuelos en avión, lujo de plutócrata­s antaño, son hoy una rutina universal. Las ciudades pequeñas cuentan con orquestas sinfónicas, y hasta con museos provincian­os de ‘arte contemporá­neo’ (demasiados incluso para la quincalla ‘snob’ con la que los suelen engañar).

Avisaba Alfonso Guerra en su sonada frase de 1982 que «a España no la va a conocer ni la madre que la parió». Y así ha sido, gracias sobre todo al inmenso esfuerzo de la generación de nuestros padres y abuelos. Pero también por la estabilida­d que trajo el reinado de Juan Carlos I y su tranquilo bipartidis­mo. Una pena que ese país extraordin­ario que vemos al fondo de las imágenes esté hoy lastrado por la clase política más fullera que hemos conocido (elegida por nosotros, porque aunque la libertad es sagrada y siempre hay que respetarla, los pueblos por desgracia no siempre aciertan).

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