La valentía de escribir
«El valor lo tiene bien acreditado Javier Cercas con su actitud frente al acoso del independentismo catalán, que no ha dudado estos días en manipular mendazmente una manifestación suya. Pero esto va de literatura y por eso aquí quiero subrayar que no es poca la valentía que muestra en sus novelas al atreverse a cuestionar verdades que los biempensantes dan por incuestionables»
LA lectura de dos recientes libros de géneros muy distintos (ensayo y novela) me lleva a reflexionar sobre un pensamiento antiguo y recurrente▶ la valentía de escribir. El ensayo al que me refiero es el último libro de Darío Villanueva y exhibe un título de intrascendente apariencia –‘Morderse la lengua’– aunque su subtítulo ya nos avisa de que versa sobre algo con mucha enjundia▶ ‘Corrección política y posverdad’. Me atrevo a decir que se trata de una obra indispensable para conocer y calibrar estas dos amenazas, mucho más serias de lo que podamos creer.
La corrección política es un fenómeno ampliamente percibido por todos nosotros, que –nos informa el autor– ya aparece con este nombre (’political correctness’) en 1991 en la edición del diccionario Webster’s, definida como «la adhesión a una ortodoxia tópicamente progresista en lo tocante especialmente a ‘race’, ‘gender’, ‘sexual affinity’ or ‘ecology’». Lo que, sin embargo, no se percibe con tanta claridad, y no hace mucho tiempo que se percibe así, es el efecto castrante –en forma de autocensura o de riesgo de exclusión– que sobre la creatividad y sobre la libertad de expresión ejerce esta tiranía de lo políticamente correcto, tan bien caracterizada por Darío Villanueva con anécdotas que, cuando no son trágicas, provocan hilaridad.
La posverdad, en cambio, es un fenómeno mucho más reciente. Aunque Villanueva sitúa la aparición del adjetivo inglés ‘post-truth’ en 1992 –en un artículo publicado en el semanario ‘The Nation’– también nos recuerda que fue la palabra del año elegida en 2016 por el diccionario de la Universidad de Oxford. Pese a su vinculación con la corrección política, la posverdad hunde sus raíces en algunas ideas de ilustres filósofos alemanes del siglo XIX (Nietzsche y Heidegger), se nutre con aportaciones de intelectuales franceses de la segunda mitad del siglo pasado (como Foucault y Derrida) y termina floreciendo a principios de este siglo en prestigiosas universidades norteamericanas, que el autor conoce bien. Al fin, la posverdad no resulta ser otra cosa que la intelectualización del sedimento dejado por el pretendido triunfo de lo subjetivo sobre lo objetivo, de lo emocional sobre lo racional, de lo constructivo sobre lo deconstructivo... De la mentira sobre la verdad, a la postre.
El lector quizá se pregunte dónde está la valentía de escribir estas cosas. Darío Villanueva lo señala acertadamente. En muy extendidos e influyentes ambientes intelectuales, a veces dominantes, cuestionar la corrección política –y no digamos oponerse abiertamente a algunos de sus postulados– conlleva un alto riesgo de ‘cancelación’ (por usar el expresivo americanismo con el que se designa la exclusión de los circuitos en los que un escritor necesita