Patria, muerte o empate
Minado por la enfermedad, el hermano y sucesor de Fidel Castro se retira tras garantizar la continuidad de un régimen convertido en aviso contra el totalitarismo
«Con el pie en el estribo y –añadió– con más fuerza que nunca» se puso a defender la revolución y el socialismo, a vitorear a su hermano Fidel y a gritar el eslogan de ‘Patria o muerte’ el caudillo habanero en la apertura del congreso del Partido Comunista de Cuba, de cuyo liderazgo se desprende para consumar su retirada y cuidarse de los males que lo minan. «Somos continuidad», rezan los carteles que anuncian y garantizan que en la dictadura caribeña todo está atado y bien atado y que nada va a cambiar tras la jubilación de Raúl. Todo lo que iba a suceder en la isla tras la muerte de Fidel, que era mucho, se quedó en nada. La empresa familiar sobrevive. Modélico e inspirador para ensayistas de la nueva política, refundadores de la democracia y franquiciadores del sometimiento, el castrismo tiene la virtud, a costa de quienes lo sufren desde mediados del siglo pasado, de sustanciar y proyectar a la opinión pública internacional, como un faro trasatlántico de atadura y miseria, la abstracción que proponen aspirantes a tirano como Pablo Iglesias. El sacrificio de los cubanos, privados de libertad y bienestar por una dictadura que estos días planifica su mudanza y perpetuación, no ha sido en balde. Mirar de lejos a Cuba, como a Venezuela o a cualquiera de sus sucursales, aún nos permite establecer la referencia necesaria para desentrañar el misterio y conjurar el hechizo de las mentiras.