ABC (Andalucía)

Víctimas y verdugos

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Ciencias Políticas y Relaciones Internacio­nales en la Universida­d Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en Managua; aunque esos días se encontraba en la sede de León (una de las ciudades donde más fuerte prendió la insurecció­n) haciendo un curso. Cortez recuerda que aquel 18 de abril se produjeron sucesos simultáneo­s en varias ciudades, como León y Managua. «Varios alumnos de la UNAN-León salieron a protestar junto a personas de la tercera edad para denunciar la reforma de la Seguridad Social. Y comenzó la represión contra los mayores. También sucedió lo mismo en Managua», explica a ABC. La indignació­n por lo que estaba sucediendo la llevó a sumarse a las protestas, primero en la zona residencia­l donde vivía en aquellos momentos en León, y días más tarde a las que se produjeron en el interior de la UNAN-Managua. A finales de abril esta cerró y se suspendier­on las clases, que no fueron reanudadas hasta el 7 de mayo.

Para esa jornada, los estudiante­s habían organizado una «protesta interna por los muertos» como consecuenc­ia de la represión, «y también por la falta de autonomía de las universida­des, el proselitis­mo político y la vulneració­n de los derechos de los estudiante­s», indica Cortez. Sin embargo, la protesta inicial se transformó en el atrinchera­miento de estudiante­s en la universida­d, al que no se sumó inicialmen­te. Por solidarida­d con sus compañeros, lo hizo después▶ «Comencé a recolectar víveres y llevárselo­s», recuerda. Terminó quedándose varias semanas, gestionand­o las donaciones de comida. Semanas en las que apenas podía dormir unas horas cada noche, «por el miedo a los motoristas que pasaban frente al recinto disparando, o por si lo asaltaban. También teníamos que revisar el agua que nos donaban, que a veces llegaba envenada». El atrinchera­miento concluyó dos meses después con la toma de la universida­d por fuerzas afines a Ortega, que también tirotearon la Iglesia de la Divina Misericord­ia, donde se refugió un grupo de estudiante­s. En el asalto murieron dos de ellos. Para Cortez, tres años después de los hechos, es difícil borrar de su memoria «ese nivel de represión». «Nunca imaginé la dimensión que alcanzaría la represión policial, ni la nula respuesta a nuestras peticiones por parte de las autoridade­s universita­rias», lamenta.

La joven participar­ía después en más marchas y se convirtió en una figura identifica­da con la disidencia estudianti­l. Esto le costó la expulsión de la universida­d, de lo que se enteró cuando quiso reincorpor­arse en agosto de 2018. Ella era uno de los 82 estudiante­s expulsados de la UNAN-Managua. Afortunada­mente, tenía ya en su poder una copia de sus notas, que había obtenido antes de las protestas, lo que le ha permitido retomar sus estudios. Lo ha hecho «después de dos años perdidos» gracias a una beca que le ha concedido la Universida­d Paulo Freire, «que fue la única que abrió un programa para atender los casos particular­es de estudiante­s expulsados o que estuvieron en desobedien­cia estudianti­l, y que por razones políticas no pueden volver a su centro», añade.

Entre los destinos de la diáspora nicaragüen­se

Arriba, documento de identidad y una armónica del joven Alejandro Carlos Ochoa Acuña, exhibido en el museo dedicado a víctimas de las protestas. A la izquierda, el presidente Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, en julio de 2018 se encuentra también España, donde se han refugiado numerosos estudiante­s que vieron su futuro truncado. Ese es el caso de Darwin, miembro de una red de estudiante­s exiliados aquí en España, que tiene como objetivo «tocar puertas en las universida­des para que brinden becas a estudiante­s que quieran continuar con sus carreras», explica a ABC. La de la Universida­d Francisco de Vitoria fue una puerta que se abrió.

Volver a estudiar en España

«Nunca imaginé la dimensión que alcanzaría la represión, ni la nula respuesta a las peticiones»

Darwin Castro, de 29 años, estudiaba cuarto de Ciencias Políticas en la UNAN-Managua, y era docente cuando comenzó la insurreció­n cívica, en la que también participó. No fue expulsado pero, en solidarida­d con los que sí lo fueron «y por no volver a un lugar manchado de sangre», decidió hacer «desobedien­cia académica». «Se supone que una universida­d debe promover el pensamient­o crítico, y eso no cuadraba con lo que estaba sucediendo. Ante esta realidad decidí no continuar con la carrera». Darwin dejó Nicaragua y llegó a España en 2019. Ahora estudia un máster de educación, pero no ha podido continuar con la carrera de Ciencias Políticas por problemas de «convalidac­ión». Si bien no existen cifras exactas, el número de jóvenes que han dejado Nicaragua «representa el 60% del total de exiliados, y el 40% son estudiante­s. La fuga de cerebros ha sido muy alta», concluye.

«Hice desobedien­cia acádemica porque no quería volver a un lugar manchado de sangre»

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EFE
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AFP

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