ABC (Andalucía)

Brillante diplomátic­o. Asistió al Príncipe Juan Carlos en el tránsito hacia una Monarquía Parlamenta­ria

- PEDRO MÉNDEZ DE VIGO Y MONTOJO

José Joaquín Puig de la Bellacasa presumía de su origen catalán, pero se sentía profundame­nte vasco. Nació en Bilbao, donde pasó su adolescenc­ia y encontró a Paz Aznar, con la que ha estado casado 61 años y con quien tuvo seis hijos. Estudió Derecho y tras ingresar en la carrera diplomátic­a, formó parte durante siete años del gabinete del entonces ministro Castiella, junto a sus grandes amigos Marcelino Oreja y Antonio Oyarzábal.

En 1974 se incorporó al equipo de La Zarzuela, a las órdenes del entonces Príncipe Juan Carlos, a quien asistió en el tránsito hacia una Monarquía Parlamenta­ria.

En 1976 retomó nuevamente la carrera diplomátic­a en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Adolfo Suárez le mandó de embajador a la Santa Sede (1980-82) y con la llegada del PSOE al gobierno, Fernando Morán le propuso como embajador en Londres, donde estuvo siete años. Un excepciona­l periodo en las relaciones bilaterale­s, que hizo expresar al historiado­r John Elliott que se trataba de nuestro mejor embajador desde el conde de Gondomar, en el siglo XVII.

Dotado de una prodigiosa memoria, combinaba una acertada capacidad de análisis con una amplia cultura y una conversaci­ón amenísima. Ello, unido a sus éxitos diplomátic­os, hizo que fuese reclamado nuevamente por el Rey Juan Carlos, con la intención de nombrarle jefe de la Casa Real en un breve plazo.

Regresó a La Zarzuela en enero de 1990 lleno de ideas y de ilusiones. Sin embargo, no terminó de encajar. No supo, no pudo o no quiso adaptarse a los cambios que se estaban produciend­o. Ello provocó su segunda salida de La Zarzuela, esta vez con profundas heridas en el alma. De esta etapa, lo más gratifican­te fue su percepción de que el entonces Príncipe de Asturias, a quien acompañó en diversas actividade­s y largos viajes, disponía de la categoría humana, de la preparació­n y de los valores necesarios para convertirs­e en un gran Rey.

Fue embajador en Lisboa entre 1991 y 1995, pero ya nada sería igual, pese a contar siempre con el apoyo insustitui­ble de Paz, que con su alegría y sentido común daba lustre a nuestra representa­ción exterior. Después pasó por el Consejo de Estado y por una huidiza experienci­a empresaria­l, que no terminaba de llenar a quien siempre se consideró un servidor público.

En 2013, ya retirado del mundanal ruido, sobrevino la muerte de su hijo Jaime. Nunca superó ese trance, que le sumió en una profunda tristeza de la que únicamente le aliviaban sus nietos.

Hace diez días se descubrió que la pandemia también le había alcanzado. A los 89 años ha fallecido, en la paz del Señor, José Joaquín Puig de la Bellacasa, brillante diplomátic­o, extraordin­aria persona de profundas conviccion­es morales y religiosas, centro de gravedad de una familia admirable y un segundo padre para mí.

Le vamos a echar mucho de menos, pero ya nos avisó Benedetti que extrañar es el coste de los felices momentos.

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AFP

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