El candidato serio ya no es tan serio
Si algún incauto pensaba que Gabilondo podría ser como una reminiscencia de ese PSOE que tanto contribuyó a la estabilidad democrática de España, derivada de la Constitución del 78, pronto habrá comprobado su tremendo error. No parece muy serio, después de decir que no pactaría con Iglesias, pedirle luego desesperadamente su apoyo. Pero menos serio parece todavía querer aparentar cierta moderación, convertido poco menos que en una versión actualizada de Julián Besteiro, corroborando la gestión de Ayuso en materia de impuestos y apertura laboral, para aliarse ahora con quien, no solo quiere todo lo contrario para los madrileños, sino que es la máxima expresión de un totalitarismo antisistema mucho más cercano a ese fascismo del que dice querer librarse y que el candidato serio define, eufemísticamente, como la foto de Colón. No es usted serio, señor Gabilondo, por mucho que lo aparente. Para querer ser Besteiro debería leerlo un poco más. ¿son estas encuestas menos creíbles que las de otras agencias especializadas? Eso no saldrá nunca del ámbito de lo opinable, mientras no se impongan normas de validación objetiva de los procedimientos empleados, de manera que quede descartada la manipulación política interesada.
Al igual que para su reconocimiento oficial, y por terceras partes, los procedimientos de análisis de productos en laboratorio se someten a control de acreditación de dichos laboratorios por entidades como ENAC, que certifican la competencia técnica para hacer los análisis según dichos procedimientos, las encuestas sociológicas con tanta relevancia inmediata sobre el electorado, como son las de intención de voto, deberían estar sujetas a ‘métodos de análisis’ normalizados, léase normas de realización, tipo ISO o UNE que garanticen la calidad técnica de la misma, y al control de la competencia técnica de quien las realiza (acreditación). Mientras ni eso ni nada parecido ocurra, la sospecha de manipulación interesada podrá seguir estando en la mente de muchos, lo cual es especialmente grave si sobrevuela el trabajo de entidades públicas como el
CIS, pagadas con el dinero de todos.