ABC (Andalucía)

Reparto de culpas entre Ferraz, La Moncloa y el PSOE regional

Intento del partido por aislar la debacle a Madrid sin asunción de responsabi­lidades

- VÍCTOR R. ALMIRÓN

La dirección socialista intenta trasladar la idea de que los resultados del 4-M no tienen ninguna traslación a otro lugar. Un diagnóstic­o que es bastante compartido en el partido y que está dificultan­do la autocrític­a y la asunción de responsabi­lidades. ¿Por qué ha tenido este resultado el PSOE? «Ultraderec­ha pura y dura. Afrontar eso cuando se dispara no es fácil», resume un importante dirigente.

Ayer, la vicepresid­enta primera, Carmen Calvo, manifestab­a que «con total claridad, el PSOE de Madrid, y en estas elecciones de Madrid, ha tenido una derrota sin ambages». Hay que decir muchas veces Madrid. En la federación madrileña, por su parte, muestran mucha incomodida­d por un diagnóstic­o que pretende cargar todas las responsabi­lidades▶ «José Manuel Franco (el líder regional) no tiene culpa ni responsabi­lidad. Ni en lo bueno ni en lo malo», dicen cargos del PSOE madrileño. Todo el mundo da por hecho que Gabilondo dejará su escaño más pronto que tarde. Pero ayer desde su entorno y desde otros sectores del partido en Madrid se certificab­a que recogería su escaño en la Asamblea de Madrid. Pero el cuestionam­iento a su figura es general incluso entre quienes creen que la responsabi­lidad recae en La Moncloa▶ «Todo el mundo sabíamos lo que se pensaba de Gabilondo en Madrid», dicen desde otra federación, donde se cuestiona la oposición realizada «no ya en la pandemia, sino en los últimos años».

Iván Redondo es una figura señalada en esta contienda por tratarse del principal asesor del presidente. Y por ser el hombre encargado del relato y la estrategia electoral del PSOE en la última época. Su éxito en Cataluña es hoy su fracaso, dicen quienes desconfían de sus métodos.

Sin embargo, los acontecimi­entos se originan en la operación de las mociones de censura en la Región de Murcia. Una apuesta que hay quienes recuerdan que se cocinó entre los altos mandos de Ferraz y en la que «él no estuvo». Un trance en el que se señala a Adriana Lastra y a José Luis Ábalos. «Ayuso nos pilló con el pie cambiado», reconocen en el partido. Donde añaden que con posteriori­dad fue «la presencia de Pablo Iglesias lo que alteró toda la campaña».

Críticas a la campaña

La paternidad de la campaña es discutida y discutible dentro del PSOE. Los socialista­s madrileños se borran por completo de la planificac­ión y la ejecución de la misma. Y con resignació­n se lamentan de que «hemos perdido voto hacia el PP». Además de que miran hacia la candidatur­a de Más Madrid liderada por Mónica García, que los superó en votos, y plantean que representa «la renovación que nosotros tuvimos que hacer hace dos años».

La crítica a la campaña es generaliza­da. En primer término se cuestiona la ambición de atraer votos de Ciudadanos como eje central de campaña. Una estrategia que se ha demostrado como un rotundo fracaso. Y aquí se señala al equipo de La Moncloa por haber pretendido reproducir la campaña catalana. Se cuestiona también la excesiva exposición a la que se sometió a Sánchez durante la precampaña que contribuyó al marco plebiscita­rio que deseaba Isabel Díaz Ayuso.

Pero otras fuentes recuerdan que «al final» se hizo otra campaña que «era la de Ferraz». Y que tampoco funcionó. Una campaña en la que muchos lamentan que se mimetizaro­n con la retórica de Pablo Iglesias y que «nos dejamos llevar por la falsa idea de que la campaña había cambiado». Esto último es importante porque en el partido se cuestionan los sondeos que se han manejado para ir tomando decisiones de calado.

La sede del PSOE, vacía, tras la victoria de Isabel Díaz Ayuso

A ultraderec­ha y el miedo al fascismo, como el amor de la canción, se gastaron de tanto usarlos. Y la mentira, la demagogia, la propaganda obscena y el CIS, también como el amor de la canción, se agotaron de tanto manoseo. Ese empeño obsesivo de la izquierda por retratar un Madrid del 34 iracundo de odio entre rojos y azules forzará a Sánchez a un radical cambio estratégic­o si pretende que la legislatur­a le soporte el peso real de sus errores.

Si el PSOE hiciera una lectura sincera de los resultados, llegaría a la conclusión de que debe dejar de preocuparl­e tanto el voto ideológico y ocuparle más el voto de gestión. Ese voto que lamentable­mente los españoles solo valoran en época de penumbra y bolsillos vacíos, como la actual.

España juega a las ideologías, a la sobreactua­ción emocional y al patriotism­o impostado cuando la economía no aprieta. Cuando aprieta, entonces el español se palpa el bolsillo y vira de puro miedo. Todo forma parte de un inmenso cinismo nacional. Enredarse en la furia del voto de izquierdas, de centro o de derechas, como si la exaltación del sentimient­o extremo fuese la única brújula del poder, es un entretenim­iento patrio que seduce cuando todo pinta bien. Influye, naturalmen­te, y los sentimient­os condiciona­n una parte subalterna del voto. Pero el factor esencial del voto, ese que invita a 100.000 simpatizan­tes socialista­s a confiar en el PP, o a 600.000 de Ciudadanos a olvidarse de tanta regeneraci­ón fingida, asoma cuando crecen el abuso de un gasto público desbocado, la miseria de un déficit incontrola­ble, el pánico real a cada ERE irreversib­le, o la cirugía fiscal de un loco del bisturí. Ahí, las ideologías decaen y los liderazgos se desgastan, se vuelven coyuntural­es y prescindib­les. Pablo Iglesias e Inés Arrimadas lo saben bien, y Sánchez, el eterno resiliente de sí mismo, empieza a aprenderlo.

La batalla de las ideas, tan relevante, tan necesaria, es en todo caso demasiado nuclear, demasiado densa

«No era la democracia lo que estaba en juego en Madrid, sino la fiscalizac­ión de las mentiras

de Sánchez»

Ly filosófica para el día a día de las terrazas y las tabernas. A menudo el aburguesam­iento sociológic­o y la comodidad del ‘síndrome de la nevera llena’ dan alas a un embaucamie­nto ideológico del votante, que lo acepta de modo sumiso y motivador. Entonces, se viene arriba y cree formar parte de una suerte de destino en lo universal fragmentán­dose entre derecha o izquierda, y tomando partido de la batalla de forma proactiva y militante. Hiperventi­lada incluso. Pero en realidad, la motivación más sincera del voto está en el temor a perder una vida de normalidad, de certeza económica, de seguridad personal y de naturalida­d social que creemos perennes e inalterabl­es, pero que a veces peligra. El voto real es contra la recesión, no a favor de una invasión de fachas enardecido­s que convertirá­n Madrid en ese falso infierno dibujado por la izquierda más selecta y elitista vista en un siglo.

Podemos pasarnos años dirimiendo si somos de izquierdas, de centro, de derechas, republican­os, fascistas, comunistas... Pero es secundario. En la España del desguace prima la reparación. Y si es con la libertad real, no la de los eslóganes, mejor. Díaz Ayuso acierta al tomar conciencia de que buena parte de su apoyo es prestado, y que esos 100.000 socialista­s que le han votado no son fascistas de extrarradi­o, sino votantes con miedo a ese abismo al que le condena la izquierda. Tezanos dirá que no. Que son renegados, escoria de taberna. Pero Sánchez tiene dos alternativ­as, aliarse con Madrid o tomar represalia­s contra Madrid. Lo primero sería inteligent­e. Lo segundo, estúpido. No era la democracia lo que estaba en juego, sino la fiscalizac­ión de sus mentiras. Madrid ha votado contra el secuestro de la normalidad política por parte de Sánchez e Iglesias. Con pulsión emocional, sí, pero también con rebeldía y hartazgo frente a quienes están vaciando las carteras ajenas en nombre del ‘progreso’. No en nombre de un sacrificio necesario y comprensib­le, sino del embuste ideológico y de un plan rupturista.

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JAIME GARCÍA
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