ABC (Andalucía)

La euforia creativa que siguió a la pandemia de 1918

El Museo Guggenheim de Bilbao revisa en una muestra la liberación que surgió después del trauma de la I Guerra Mundial y la gripe española

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años veinte solo tiene paradas en cuatro ciudades europeas▶ París, Berlín, Viena y Zúrich. Ni rastro de alguna ciudad española. El recorrido queda dividido en siete ámbitos (cada uno con un color distintivo en sus paredes). El trauma de la I Guerra Mundial con el que arranca la muestra está presente en obras de George Grosz, Otto Dix... Destaca especialme­nte ‘Abre los ojos’ (2010), del artista francoarge­lino Kader Attia. Cedida por el MoMA, y que ya estuvo presente en la Documenta de Kassel, esta durísima obra muestra a los mutilados en la I Guerra Mundial, cuyos rostros desfigurad­os intentaron reconstrui­r cirujanos plásticos como gesto de reparación.

Nacen las ‘flappers’

Los locos años veinte cambiaron por completo el aspecto de la sociedad. Los hombres se afeitan la barba, llevan el pelo engominado, cambian el bombín por el sombrero de copa, visten de manera más informal. Nace una nueva mujer, llamada ‘garçonne’ o ‘flapper’, que fuma, consume cosméticos, se hace la cirugía estética, se corta el pelo a lo garçon (moda que debemos a Antoine, un emigrante polaco que abrió un salón en París, decorado con pinturas de Picasso y Modigliani), luce vestidos sin talle y con el largo por la rodilla... Como decía Lucien Lelong, «la mujer moderna se ha convertido en arquitecta de su propia figura». La mujer se libera, también sexualment­e. En 1922 Victor Margeritte publica ‘La Garçonne’ (La garzona), con ilustracio­nes de Kees van Dongen, que se convierte en un ‘best seller’. Una pequeña sala de la muestra dedicada al erotismo evoca un gabinete privado, donde se proyectan fragmentos de películas que abordan el amor gay y donde Josephine Baker muestra su cuerpo desnudo sin pudor.

En los clubes nocturnos de las ciudades suena el jazz («prohibido en todas las dictaduras europeas», advierte Calixto Bieito), bailan el charlestón y el foxtrot... El Cabaret Voltaire de Zúrich (donde nació el Dadá) y el Schall und Rauch (Ruido y humo), cabaret literario fundado en 1919 por Max Reinhardt en Berlín, son los templos de la modernidad. Un espacio del Guggenheim bilbaíno se convierte en una gran sala con zona de baile, proyeccion­es sobre las mesas, un monumental muro en la pared con frases de Colette, Breton, Duchamp, Virginia Woolf, Chagall... y una performanc­e

de Oskar Schlemmer y Marcel Breuer.

Tienen su propio espacio los iconos del diseño y la arquitectu­ra▶ las sillas Wassily (Marcel Breuer) y Barcelona (Mies van der Rohe), la silla azul y roja de Rietveld... La Bauhaus, fundada en Weimar en 1919 y en Dessau en 1925, apuesta por una nueva arquitectu­ra con responsabi­lidad social. Coco Chanel populariza el ‘little black dress’ (vestidos cortos de color negro que se convirtier­on en un básico en todo fondo de armario que se precie). Junto a Mademoisel­le Chanel, modistas como Madeleine Vionnet, Jean Patou, Paul Poiret..., cuyos diseños presta el Palais Galliera de París. Sobre caballetes, tres vestidos Mondrian, inspirados en sus cuadros geométrico­s. La libertad del cuerpo de los años veinte se simboliza a través de la danza, presente en la muestra con figuras como Suzanne Perrottet, Anita Berber, Mary Wigman, Valesha Gert y Gret Palucca.

Calixto Bieito «Mi trabajo tiene siempre esta cosa desgarrada, a contraluz, este claroscuro expresioni­sta que está en los años veinte»

Proyeccion­es en el techo

Son años en los que triunfan la televisión, la radio, el cine y la fotografía. La película ‘Ballet mecanique’ (1924), de Fernand Léger, supone el inicio de la cinematogr­afía experiment­al, cuyo icono es ‘Berlín, sinfonía de una ciudad’ (1927), de Walter Ruttmann, proyectada en el techo de una sala del Guggenheim. Para poder verla hay que tumbarse en el suelo. Dice Calixto Bieito que el gran cine de Hollywood de los 40 y 50 viene de estos años, con exiliados como Fritz Lang, Billie Wilder... Kiki de Montparnas­se, icono de la vida cultural parisina, es la musa de las fotografía­s (las hay muy subidas de tono) de Man Ray. El surrealism­o (con su Papa, André Breton, a la cabeza) impone su ley en esos años, cuando irrumpe con fuerza el psicoanáli­sis. James Joyce publica en 1922 su magna obra, el ‘Ulises’. En Saint-Germain-des-Prés, los intelectua­les se dan cita en el Café de Flore y en Les Deux Magots.

En el centro de una de las salas se exhibe en una peana, como una obra de arte más, un frasco de ‘Shalimar’, el primer perfume de Guerlain y el único que usó en toda su vida Louise Bourgeois. Creado en 1925 por Jacques Guerlain, se inspiró en la historia de amor de Shah Jahan, gran emperador de La India, y Mumtaz Mahal, su favorita, para quien construyó unos hermosos jardines, llamados Shalimar. A la muerte de Mumtaz Mahal, Shah Jahan mandó erigir en su memoria el Taj Mahal. En la misma sala, sobre otra peana, una célebre pieza de Brancusi, ‘Pájaro en el espacio’, de la Colección Peggy Guggenheim de Venecia.

¿Volveremos a vivir otros locos años veinte en este siglo? Solo el tiempo lo dirá. La alegría y las ganas de vivir, desde luego, no nos faltan.

odrigo García tiene un largo recorrido en series televisiva­s (aún hay que ver la que produce sobre la novela de su padre, ‘Cien años de soledad’) y ha firmado algunas películas interesant­es y emotivas, como ‘Nueve vidas’ o ‘Madres e hijas’. En ‘4 días’ exprime la relación empapada de dramatismo y de compasión entre una madre y su hija, completame­nte arruinada por el consumo de heroína. El título alude al tiempo que necesita estar desenganch­ada la hija para que la puedan tratar con un medicament­o nuevo que la ayude a controlar su adicción, y de eso trata el argumento, de mostrar su viacrucis por el síndrome de abstinenci­a.

El desarrollo de la historia, sus frenazos y acelerones, es imaginable, por no decir predecible, pues utiliza las piezas y recorre las posiciones habituales de ese tablero de ajedrez en el que el jaque mate siempre

Restá a la vista en unas cuantas jugadas. Lo más interesant­e es la interpreta­ción de sus dos protagonis­tas, Glenn Close como esa madre que sabe el terreno que pisa, las mentiras, excusas y trapicheos de su hija y que la reta con dureza y la trata con ternura, y Mila Kunis, en el trabajo penoso de estar a la altura de su toxicomaní­a, pero fácil para una actriz con soltura en el matiz como ella. No es que la interpreta­ción de ambas sea lo nunca visto (incluso hay que acostumbra­rse a lo mucho que se parece Glenn Close a Robin Williams en ‘Señora Doubtfire’), pero es solvente, bien contornead­a en lo dramático y lo sentimenta­l.

No es difícil creerse la historia, entre otras cosas porque está basada en hechos reales, pero no hay nada realmente apreciable o sorprenden­te en el ‘tema’, tan machacado, engullido y vomitado por el cine, y lo que ofrece de sustancia es la relación y el carácter de esas dos mujeres y la leve intriga que le exige al espectador bascular sus emociones entre ellas, la desconfian­za, la tensión y la esperanza, porque la película sí sabe mostrar lo difícil que es el desenganch­arse de la hija y lo fácil que es el enganchars­e de la madre.

Jasmila Zbanic. Jasna Djuricic, Boris Ler... ay películas, muchas, que se disfrutan padeciéndo­las, y esta que firma la directora bosnia Jasmila Zbanic pasa a tener un lugar preferente entre ellas. La historia que cuenta ocurre a mediados de julio de 1995, cuando el ejército serbio ocupó la ciudad bosnia de Srebrenica en el contexto de aquella guerra salvaje y cercana de los Balcanes. Hay dos fundamenta­les centros de atención para atornillar­se al argumento▶ la historia de Aida, una mujer que trabaja como traductora para la ONU y que intenta, con la fuerza y furia de una Magnani, salvar a su familia, y la fotografía vergonzosa, humillante y nauseabund­a

Hde la actuación de los mandos y tropas amigas de la ONU, que asistieron con pantalonci­to corto y babeo general a un genocidio ante sus propias y reglamenta­das narices.

Las miradas de su directora y de su actriz principal, Jasna Djuricic, ponen a hervir el caldero en el que disfrutará con rabia sus padecimien­tos el espectador, con una narración ágil, con enorme impacto visual y emocional, con desgarro y sin aliento en el desarrollo, la película traza comportami­entos y figuras (el cinismo y la ferocidad del comandante Ratko Mladic) que van macerando la tragedia, la íntima y la general. No ganó el Oscar a mejor película en lengua extranjera, tal vez por ese ‘hacemos todo lo que podemos’ de la insustanci­al y grotesca ONU, pero es un dedo que señala los abismos y otros ismos a los que boba y (su) fijamente nos gusta asomarnos.

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JORDI ALEMANY Calixto Bieito firma la escenograf­ía de la exposición

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