El hijo de Gabriel García Márquez estrena ‘4 días’, el canto de amor de una madre por su hija adicta
ay sombras que pesan más que el hierro y apellidos que marcan más que el fuego. La sombra infinita de Gabriel García Márquez sigue eclipsando la figura como cineasta de su hijo, Rodrigo, marcado a fuego por un apellido que siempre sale a relucir cuando habla de su obra. Pero si hay algo que define su trayectoria como guionista y director es la obsesión –«todo mi cine es autobiográfico»– sobre las relaciones familiares, la mayoría de las veces en femenino –‘Madres e hijas’, ‘Cosas que diría con sólo mirarla’, ‘Nueve vidas’– y otras entre padres todopoderosos e hijos señalados por la providencia, como en ‘Últimos días en el desierto’. Ahora se vuelve más mundano, sin olvidar sus pulsiones, en ‘4 días’, donde se fija en el amor inagotable de una madre agotada por las adicciones de la hija.
Glenn Close da vida a esa mujer de clase media acomodada que ve cómo un mal diagnóstico médico abocó a su pequeña a una adicción a los opiáceos. De las pastillas ‘painkillers’ con opio vendidas legalmente saltó a las drogas compradas en las esquinas. No fueron casos aislados. En Estados Unidos, la pandemia de los opiáceos estaba en plena ebullición hasta que la del coronavirus arrasó con todo. De hecho, ‘4 días’ se basa casi de forma biográfica en la historia de Libby y Amanda que publicó en ‘The Washington Post’ Eli Saslow, un periodista que ahora ha ayudado en el guion a García.
«Fue tremendo conocerlas», recuerda el cineasta. «Amanda nos hizo un tour por el centro de Detroit, donde estuvo años viviendo en la calle como adicta y donde le pasaron cosas tremendas… Luego hicimos una lista de esos momentos que tenían que estar en la película y lo llevamos a guion». Pero no se recrea en los detalles escabrosos. Porque, reconoce, su película no deja de ser la historia de una madre y su hija, una de las «fuerzas más poderosas» de la vida. «Todas las historias de familia son infinitas», reflexiona García. « Padres, hijos... estamos atados unos a otros. Por mucho que cambie el cine y sus gustos, las relaciones entre padres e hijos, que son siempre de una gran complejidad, se seguirán tratando porque es un tema que no ha envejecido
Hnunca. Y en el caso de madres e hijas es más emotivo porque hay como una carga especial de expectativas mutuas», señala. Y reflexiona sobre el «caso extremo» de su película. «Tu hijo es siempre tu hijo, salga como salga. Cuando la madre tiene delante a esta adicta irreconocible, lo que sigue viendo es a su bebé», sentencia sobre ‘4 días’.
Un tema del que ya ha escrito su próximo guion, en esta ocasión de dos hermanos y su relación con el padre. Una sombra que de alguna manera estará en ‘Cien años de soledad’, la serie de Netflix▶ «No lo voy a dirigir. Estoy ahí porque me interesa que salga bien, pero quiero dar espacio. Mi papel es el de ser un productor creativo, no una presencia que no deje que nadie trabaje en paz por ser yo hijo del autor».
Fernando Trueba.
Javier Cámara, Aída Morales, Patricia Tamayo... ontra el olvido que augura el título está la memoria, que es un dispositivo personal e íntimo, sin manual de instrucciones y de rigor antojadizo, y ésta es una película sobre ella, la memoria, y basada en los recuerdos de Héctor Abad Faciolince sobre su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, también activista social y político en el Medellín de los años setenta y asesinado por grupos paramilitares en 1987. David Trueba guioniza la novela biográfica del hijo, y Fernando Trueba pone en escena su recuerdo del padre.
El personaje está trabajado con todos esos materiales propios de ‘picar memoria’ y pintado con esa mano de melancolía que produce la ausencia, y con la comprensión absoluta por parte de Javier Cámara, el actor que lo interpreta, de cómo pulir sus contornos y abrirle ventanas al interior. Fernando Trueba acepta los dos tiempos de la narración, el presente del
Chijo narrador filmado en doliente blanco y negro, y ese pasado evocador impresionado en un alegre y luminoso colorido en el que vive, entre flashes y ‘flashbacks’, la memoria del padre y la familia. En fin, la mezcla de tonos, temperaturas y estados de ánimos que es la vida. Lo más jugoso de la película es la talla que se elabora (y que tiene) de Héctor Abad, un hombre bueno, inteligente y comprensivo, que derrama su humanidad sobre lo y quienes lo rodean, con enorme sentido del humor y con una relación envidiable en sentimiento y educación con sus hijos, especialmente con el niño narrador. Trueba permite que entre en su bien ambientada historia todo el aire fresco de lo cotidiano, lo hogareño, y que conviva con los pequeños y grandes dramas que se viven en esa familia, en esa casa y en esa ciudad. El relato es muy ameno y está sabrosamente modulado en su gracia y desgracia, en buena sintonía actoral (se puede repetir lo bien que está Javier Cámara) con la música de Preisner (el compositor polaco que inundó de emoción el cine de Kieslowski) y el énfasis siempre justo, hasta casi el final, de la mirada de Trueba.
a actriz Bárbara Mestanza fue víctima, hace cinco años, de abuso sexual. Ocurrió en el barrio madrileño de La Latina. «Permanecí tres horas y media –relata la intérprete– en un cubículo de cinco metros cuadrados como máximo delimitado por un simple biombo estampado con flores amarillentas y cutres. Y ese hombre, con total libertad, la que le di yo y la que la historia de esta humanidad y la educación le dieron, tocó cada centímetro de mi piel mientras no paraba de repetir▶ ‘Estás muy tensa, demasiado tensa’. Yo, una mujer ‘fuerte’, he tardado cinco años en entender lo que me pasó durante tres horas y media
Len la calle Toledo. Lo primero que pensé mientras ese hombre me manoseaba con manos de ciego era que yo estaba exagerando. Que eso no era un abuso. Que los abusos no son así y las víctimas de abuso, definitivamente, no son como yo». Bárbara Mestanza ha escuchado cada vez que ha contado su experiencia una pregunta▶ «¿Por qué no hiciste nada?» Y es difícil, asegura, «asumir que la mayoría de las mujeres que conoces han recibido violencia sexual».
Para responder a esta pregunta, la actriz escribió ‘Sucia’, una obra que se estrenó ayer en el Teatro de La Abadía,
dirigida e interpretada –con Nacho Aldeguer como compañero de reparto– por ella misma. Aunque hay algo que impulsó aún más el proyecto. Sanar. Necesitaba convertir en belleza su herida, como hacen las ostras con las perlas. «’Sucia’ es esa perla que he querido crear a partir de una herida que, a través de los años, iba empeorando, se me quedó una cicatriz fea de esas por las que la gente te pregunta cuando vas en bañador en la piscina o en la playa».
«Eso es lo que me impulsó a crear esta pieza –insiste Bárbara–, la necesidad de sacar la mierda fuera y generar algo bello y útil, algo que a alguien le pudiera servir para algo, aunque fuera, simplemente para no sentirse sola. ¡Quería encontrar una utilidad a mi mierda! De pronto me entraron unas ganas terribles de dar la cara y usar mi propio cuerpo y mi propia voz para ponerme como ejemplo exacto a eso que a veces resumimos simplemente con una palabra en un titular▶ abuso».
‘Sucia’ está estructurada en dos partes, que muestran las dos caras de una moneda, dice la dramaturga, «necesarias para sentirnos más cerca y comprender el presunto conflicto abierto de género que atraviesa la cotidianidad de nuestra sociedad desde el ‘boom’ del Me too».
∑Madrid.
La vida pandémica impone situaciones como ésta. Fernando Alonso, al otro lado de una pantalla de ordenador, fondo Alpine, el piloto con unos auriculares XXL, gorra de su marca de ropa, protegido por la mascarilla... Casi un enmascarado azul en el circuito de Cataluña que acude a la mesa redonda privada con representación española en la que participa ABC. Parece un Alonso relajado, sin estrés en este su regreso a la Fórmula 1 en el que quiere disfrutar y, si puede, ganar a partir de 2022, cuando este deporte cambiará de registro y normativa para tratar de igualar a los equipos y dotarlo de la emoción perdida. Es el Gran Premio de España en Montmeló y el asturiano lo siente de una manera especial. Sin público, pero emocionado de competir en su país.
—¿Cómo se encuentra del accidente de bici? ¿El injerto en la mandíbula ya olvidado?
—Bien, bien. Estoy bien. Tampoco es algo que me guste mucho comentar, ni creo que tenga ningún impacto en mi forma de conducción y en las carreras. Tengo dolores, sí, en la boca, en los cambios de temperatura, en los cambios de presión. Lo lógico cuando alguien tiene una placa. Me afecta al preparar la comida, en la manera que me alimento. También me di un golpe en la rodilla, en el hombro, que no requirieron cirugía, pero sí rehabilitación.
—Todavía le duran las secuelas del accidente...
—Igual es la primera semana en la que no tengo dolores al hacer nada. Hasta ahora sí los tuve. Eso no implica que no pueda frenar fuerte, que no pueda girar a la derecha o a la izquierda. Para conducir no hace falta comentar nada de esto, pero para hacer una vida normal sí se nota. Ahora se puede decir que casi casi estoy al cien por cien.
el ciclista. Si eres ciclista amateur y luego conduces, tratas al ciclista de manera diferente. Tienes más paciencia, te apartas más metros y lo que haga falta.
—Hace tiempo se hizo seguidor de la cultura nipona, el mundo de los samuráis... ¿Sigue buscando inspiración en la literatura japonesa?
—Sí, sigo leyendo cosas. Sigo teniendo los libros que me gustaban. Y me sigue sirviendo para entender la vida y sus momentos de alegría o dificultad de una manera más filosófica.
—Estamos en Barcelona, un gran premio de España que vive en el alambre y no tiene garantizada su presencia en el futuro en el calendario de la Fórmula 1...
—Hay poco que añadir. Todos los pilotos, y en especial los españoles, estamos encantados con esta carrera. No solo por el gran premio, que sale perfecto, sino también por los test invernales que se suelen celebrar, que son un banco de pruebas aquí en España.
Ojalá se tenga en cuenta y esté muchos años entre nosotros. No depende de los pilotos, no tenemos ni voz ni voto frente a los actores económicos o políticos.
—¿Cómo vive este ‘paddock’ de pandemia tan desangelado, sin gente paseando, sin invitados, con los periodistas encerrados?
—Ha cambiado la forma de vivir la Fórmula 1, sí. Hay algunas cosas que están mejor, eh (ríe), el ‘paddock’ se encuentra más calmado. Echo de menos los domingos, que no hay ambiente de carrera. Es como jugar un partido de fútbol, me gusta que haya banderas, aficionados, gritos, una atmósfera. Es todo más triste. No es lo mismo bajar la visera con 130.000 personas que estando las gradas vacías. Los jueves, viernes, con los entrenamientos libres, con los ingenieros, las reuniones, siempre estás con la cabeza en otro sitio. Es una vida más tranquila. Pero bueno, habrá mil personas este fin de semana. Y parece que abrirán más la
Fernando Alonso, en el circuito de Montmeló
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El accidente
«No le he cogido miedo ni a la bici ni al coche. No ha cambiado nada»
mano en las próximas carreras. Ahora parece que la cosa va cogiendo velocidad. Ojalá haya público en las gradas próximamente y algún periodista en el ‘paddock’...
—¿Cómo trabaja en dos direcciones, para la temporada en curso y para el presunto y gigantesco cambio reglamentario en 2022?
—Es verdad que tenemos muchas facetas y hay muchas cosas desconocidas en la vida del piloto, pero muchas de ellas las veréis en la segunda temporada del documental.
—¿Afectará tanto a los pilotos esa revolución que se anuncia en 2022 o no será para tanto?
—A los pilotos yo creo que no nos afectará tanto. Al final te subes a un coche que no sabes si va a ser un segundo más rápido o dos segundos más lento. No hay ningún cálculo todavía. Será un coche de carreras y cuando te subes será inapreciable para nosotros. Toda la zona del ‘copkit’ (el habitáculo donde se acomoda el piloto en el coche),