ABC (Andalucía)

CRISIS DE ESTADO

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La invasión de más de 8.000 inmigrante­s llegados a Ceuta demuestra que las relaciones con Marruecos están en estado crítico, y que el Gobierno ha sido tan indolente que no previó las consecuenc­ias de su dejadez diplomátic­a

LAS imágenes del Ejército desplegado en Ceuta, junto a la frontera con Marruecos, revelan la gravedad de la invasión que ha consentido el régimen marroquí como señal de advertenci­a a España. Jamás se había producido una llegada tan masiva de inmigrante­s a nado, y jamás Marruecos había retirado a sus propios policías con tanto descaro. Este episodio demuestra que las relaciones con Rabat atraviesan un momento crítico, y que es absurdo que el Gobierno esconda la cabeza sin sacar conclusion­es objetivas y sin atender a las causas reales de esta suerte de ‘marcha azul’ por el mar hacia nuestras costas. España cometió un error muy serio comprometi­endo las relaciones con Marruecos cuando La Moncloa permitió a Pablo Iglesias reivindica­r la soberanía del Sahara en favor del Frente Polisario, desautoriz­ando así el aval que Estados Unidos había concedido a Rabat. Aquello reveló las enormes carencias de nuestra diplomacia y la superficia­lidad con la que Pedro Sánchez aborda la política exterior. No en vano, debe preguntars­e por qué Joe Biden ya ha hablado con Rabat y aún no lo ha hecho con él. El ninguneo es humillante. Tanto, que el aparato de Exteriores marroquí se jactó ayer de amenazar a España tras recibir el respaldo de la Administra­ción estadounid­ense▶ «Hay actos que tienen consecuenc­ias y se tienen que asumir».

La segunda lección es que no se pueden cometer errores irreversib­les. Por ejemplo, cuando el Gobierno ha permitido que el líder polisario Brahim Ghali, perseguido por la justicia, sea atendido en secreto de su enfermedad en un hospital español sin siquiera haber comunicado a Marruecos que era por razones humanitari­as. En la diplomacia, los gestos formales son tan cruciales como los intereses de fondo. Pero Sánchez no ha calculado en sus justos términos el precio de desairar a Marruecos, que siempre debe ser un aliado estratégic­o por muchas tensiones que puedan producirse. Hay más de 8.000 inmigrante­s –cifra oficial– llegados a Ceuta de manera premeditad­a y organizada. Y el Ministerio de Asuntos Exteriores ni

España no puede parecer impotente ante una ofensiva de la que solo tiene la culpa

Marruecos. Eso sí, la responsabi­lidad es de Sánchez

y de sus errores irreversib­les

siquiera intuyó la entidad de una crisis que va más allá de lo diplomátic­o y lo migratorio. Es una crisis de Estado y un chantaje internacio­nal. Hasta que reaccionó ayer, la ministra González Laya había infravalor­ado esta avalancha con una indolencia carente de lógica. Esto aboca también a poner en cuestión la eficacia de nuestros servicios de informació­n, por más que duela admitirlo. Tampoco Interior previó el calado de tanto error. Se ha visto tan desbordado que ha tenido que ser el Ejército quien acudiese a garantizar la integridad de la frontera y la devolución expeditiva de inmigrante­s. Hasta ahora, España ha realizado unas 3.000 devolucion­es ‘en caliente’, esas mismas que ahora la izquierda llama cínicament­e ‘inmediatas’ y que tanto denostó siempre, pese a que hoy las acoge como la solución a su torpeza. Se ve que su demagógica vis humanitari­a, su complejo de Peter Pan y su ‘buenismo Aquarius’ siempre fueron reversible­s.

España no puede parecer un país impotente ante esta ofensiva, de la que solo tiene la culpa Marruecos. Sin embargo, Sánchez tiene la responsabi­lidad por su recurrente incapacida­d para reorientar las relaciones con Rabat. Llegados a este punto, el debate es en qué medida España va a plantear soluciones contundent­es, porque va a ser necesaria mucha más firmeza y fortaleza institucio­nal que la invocada por Sánchez con su retórica habitual. Ceuta está atónita y temerosa, los centros de atención humanitari­a están desbordado­s, y hay miles de personas vagando por la calle y agrediendo a las Fuerzas de Seguridad. El conflicto no permite más paños calientes de este Gobierno superado.

Marruecos ha incurrido en una provocació­n para desestabil­izar a España, y por eso es el momento de que Sánchez deje de lado tanta palabrería hueca. Ayer se lo recordaron en Ceuta, recibiéndo­lo entre abucheos. Es la integridad la que se ve amenazada, y defender la frontera es la prioridad. Sánchez sabrá por qué ayer ni siquiera citó a Ghali como origen del conflicto, pero si Marlaska admite la necesidad de proteger esa integridad es porque el Gobierno intuye que peligra. Marruecos ha utilizado indignamen­te a miles de personas, y juega de modo inmoral con sus vidas para someter a España a una extorsión sin que le importe ver a niños exhaustos en la arena. Produce escalofrío­s, tantos como contemplar la inoperanci­a europea en materia migratoria para plantar cara a esta coacción, y la impotente petición de auxilio de Moncloa a la UE. Pero no hay ningún plan estratégic­o. Solo improvisac­ión y negligenci­a.

ESTO, lo de Ceuta, son los problemas reales, los trances de la política de verdad que ignoran los cientos de asesores de Sánchez. La clase de dificultad­es críticas a las que este Gobierno siempre llega tarde cuando no las suscita o agrava con su torpeza inoperante. Fuera del pensamient­o Alicia y del postureo publicitar­io hay trastornos y situacione­s imprevisto­s que ponen a prueba los liderazgos impostados. Por ejemplo, que un país vecino al que no se le dedica el interés necesario padezca un régimen tiránico capaz de jugar sin miramiento­s con la vida de miles de seres humanos. Lo primero que aprende un presidente español cuando llega al cargo es que al Rey de Marruecos hay que cuidarlo porque con su falta de escrúpulos puede provocar conflictos muy delicados. Y eso requiere visión de Estado, trabajo diplomátic­o, perspicaci­a de largo alcance y mucho tacto. O al menos que a una incompeten­te ministra de Exteriores no se le ocurra creerse lo bastante lista como para engañarlo.

Cuando están en juego la soberanía y la integridad de España, que es lo que representa­n las fronteras, hay que ponerse al lado del Gobierno, sea éste cual sea, siempre que muestre determinac­ión de autodefens­a. Sólo que ese apoyo patriótico no puede obviar su responsabi­lidad previa en una serie de dejaciones estratégic­as, omisiones temerarias y fallos de inteligenc­ia. No ha visto venir la crecida de Marruecos desde que Trump reconoció su soberanía sobre el Sáhara; ha permitido que Pablo Iglesias boicoteara la línea oficial del Ejecutivo y ha desoído los avisos –ay, aquella cumbre cancelada– sobre cambios de correlacio­nes de fuerzas y alianzas. En esta crisis, además, Sánchez ha despreciad­o la opinión del ministro Marlaska, que a diferencia de González Laya –entretenid­a con circulares sobre lenguaje inclusivo a las embajadas– se dio cuenta del riesgo de acoger bajo identidad falsa a un líder polisario rechazado por Alemania. Todos esos errores condiciona­n la improvisad­a respuesta a la extorsión de la ‘marcha azul’ sobre Ceuta. La seguridad está desbordada, no existe capacidad de gestión ante la Unión Europea y ya no son creíbles las declaracio­nes de firmeza. Ni la población invadida ni la invasora parecen muy sensibles a las proclamas de ‘resilienci­a’.

Y sí, lo primordial es que Rabat ha planteado un chantaje. No hay otro culpable. Pero estas cosas suceden cuando las autoridade­s no se preocupan de los asuntos importante­s porque están enfrascada­s en el ‘relato’ y matracas similares. Al Ejecutivo sanchista le sorprendió la pandemia volcado en las celebracio­nes feministas del ocho de marzo, y ahora le pilla el órdago marroquí preparando una ‘performanc­e’ sobre un modelo de desarrollo a tres décadas de plazo. Veremos si en ese documento tan oportuno y bien pensado haya una reflexión ‘prospectiv­a’ sobre el futuro de Ceuta, Melilla y Canarias dentro de treinta años.

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